Es el dinero que corre, y, sobre todo, su modo de correr, lo que nos lleva a las tierras americanas. Es la manera de ganarlo y de gastarlo. Y más aun, la ligereza con la cual se le trata. Cada cual se enriquece o se arruina, pero gasta sin temor hasta el último céntimo de las ganancias. Existe un ciclo cerrado de créditos no pagados, en el cual en un momento dado todo el mundo resulta ser acreedor y deudor de alguien. El sistema es correcto. Hipotecar una propiedad significa por lo menos que se tiene una, y probablemente que se va a adquirir otra más. Obtener un crédito es la prueba de que se tiene crédito. No obstante, pague usted al minuto su cuenta en el hotel.
La sociedad a caballo.—No habrá usted terminado de deshacer su equipaje, a su llegada a la Argentina, cuando ya las llamadas telefónicas se sucederán unas a otras invitándole a comer, al teatro, a cenar, a un té, a un aperitivo, etc... La lista de pasajeros de Europa habrá dado su nombre, y por poco que usted figure en el campo de la literatura, de las artes, del teatro o del periodismo, del deporte o de los negocios, todo el mundo querrá agasajarle. Pero tranquilícese: esto durará ocho días, o a lo más quince. Después habrá usted pasado de moda, ya que se espera otro transatlántico u otro avión, y entonces su tranquilidad será completa.
Y ahora una ligera información sobre la sociedad que va a conocer.
La «sociedad», en la Argentina, es tanto más importante cuanto que no existe aristocracia. Podrá usted encontrar marqueses de Salamanca o duques de Luynes perfectamente auténticos, pero estos han venido en busca de tejas para sus castillos de España o de Francia. Tampoco hay clase media (1).
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(1) Dato erróneo. La clase media es la predominante en ese país, la cual constituye la gran mayoría de sus habitantes.
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Se es de la sociedad o no se es nada. Y se pertenece tanto más a la sociedad cuando más emparentado se está con los Unzúa, Alvear, Cobo, Tornquist, Alcorta, Anchorena y Dugan, que forman su trama.
La sociedad argentina tiene los defectos inherentes a toda sociedad, dondequiera que se encuentre. Es algo esnob con cierto complejo de superioridad. Además es rica y hace ostentación de ello. Pero al estar en contacto con la tierra ha conservado las virtudes tradicionales. Puede decirse que es de origen rural: vive de la tierra y tiene el instinto de su explotación y la pasión por la ganadería. La Sociedad Rural es un verdadero club, y la Exposición Rural el acontecimiento mundano más importante de toda la temporada. Entonces se divide la curiosidad entre los toros premiados y las colecciones de los modistas. No hay un argentino de categoría que deje de ir a pasar unas semanas una vez al año a su estancia (hacienda) y la recorra a caballo en compañía de sus peones (2).
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(2) Esto es cierto solo cuando se trata de ricos terratenientes, o en casos de gente de clase media que tiene una pequeña finca en el campo. Pero fuera de estos casos, los habitantes de las ciudades que no poseen tierras en el campo no tienen vínculos con aquellos terratenientes, ni siguen costumbres campesinas.
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Si usted no posee el talento de la equitación o de la ganadería, cuando le inviten a conocer una estancia no deje de admirar a aquellos enormes monstruos rojizos de cortas patas y cortos cuernos, relucientes de grasa y que apestan a rancio a diez metros. Van tapados con mantas que llevan la iniciales del propietario, y los criados los hacen desfilar ante usted agarrados por la correa, hasta conducirlos adonde está la vaca, que espera acostada en una galería. Y este desfile representa millones...
Toro Braford, premiado en la Exposición Rural (Buenos Aires). |
La mesa.—No abuse usted de la hospitalidad argentina. He conocido a unos franceses que un año fueron invitados por unos amigos a pasar el fin de semana en su hacienda, y todavía estaban cuatro años después. El fin de semana debe durar solamente, y como máximo, hasta el martes siguiente. Además le habrán hecho comer tanto que a su estómago le convendrá descansar. En todo el país se come demasiado. Si le sirven alguna vez setas u hongos, dé a entender que sabe apreciarlos, porque es un plato raro en la Argentina. La ternera sólo se encuentra clandestinamente; la ley prohíbe matar a ningún animal antes de su completo desarrollo. Sin embargo, si va usted a la Patagonia, podrá observar que matan corderos todos los días.
Si es usted francés y está usted invitado, procure ser locuaz. Es de rigor. Además, esperan que sea usted el comensal de Sartre, el confidente de Gide y el amigo de la infancia de Audiberti. La mayor parte de sus huéspedes conocieron a Sartre en su último viaje a París, enviaron regalos a Gide y tuteaban a Audiberti...
Y puesto que se trata de literatura, sepa quién era Jorge Luis Borges o Victoria Ocampo (Junon o Ana de Noailles, como usted quiera) y que Jules Supervielle era un pariente uruguayo y que la Argentina ha recogido a Roger Caillois durante la guerra (así como a Ray Ventura, Jean Sablon y Henri Salvador, aunque esto no viene a cuento).
Al terminar la comida se colocan como en Inglaterra —los hombres a un lado y las mujeres al otro—. No intente usted ir contra la corriente...
Los clubes.—Los clubes bonaerenses son los más suntuosos del mundo, y al mismo tiempo los más cerrados, aunque estando de paso y siendo extranjero seguramente le invitarán. En primer lugar está el Jockey, con sus grandes salones decorados por renombrados artistas, su biblioteca, en la cual se toman los venerables vinos de Oporto que no han sido sacudidos por las bombas, como los de los clubes Pall Mall de Londres; las salas de duchas, de masaje, de esgrima, de gimnasia, las salas de juego, el restaurante, el hipódromo, etc. Tan difícil es pertenecer a él que hay quien, a pesar de tener un gran capital y caballos de carrera, no se atreve a pedir su admisión, temiendo alguna bola negra, porque su origen europeo quizá no sea étnicamente todo lo que debiera ser.
Al Círculo de las Armas pertenecen las personas más ricas de la capital. También es extremadamente difícil hacerse socio. El Círculo del Progreso es un círculo donde se juega. No juegue usted. Siga este consejo.
Distancias y teléfonos.—En realidad todo lo anterior cabe en un pañuelo, pues en esta enorme ciudad que cuenta más de trece millones de habitantes y que está atravesada por una calle de 21 kilómetros en línea recta, el centro donde se encuentran todas las tiendas elegantes y los grandes almacenes Harrod's, puede decirse que es minúsculo.
Avenida 9 de Julio, ciudad de Buenos Aires. |
El punto de reunión de todos los elegantes es el Plaza. Y el Plaza es uno de los hoteles más agradables del mundo. A la hora del aperitivo uno cree encontrarse en Deauville, en el pesaje, un día del Gran Premio, o en un desfile de modelos de la casa Fath. Si tiene usted que invitar a personas de categoría, los sitios más indicados son el hotel Alvear, o uno de los bares del Plaza. (A uno de ellos puede ir una señora sola; al otro, no). Usted podrá aquí pedir una bebida o cóctel llamado «San Martín» (un martini) y con él le servirán tan excelentes comidas que impedirían a cualquier estómago europeo hacer la próxima comida.
El instrumento del clásico cotilleo es el teléfono, que constituye el tormento mayor de la vida bonaerense. Es gratuito (3). Cualquiera
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(3). Ya no es así. El dato está desactualizado.
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entra en un café, en una tienda cualquiera o en un gran almacén, y sin pedir permiso a nadie, descuelga el aparato, habla cuanto le place, y luego se marcha sin haber consumido ni comprado nada. Se hace todo por teléfono: las visitas, los encargos, las disputas, la crítica de los espectáculos, los negocios, la corte, las reconciliaciones, las excusas y las compras.
Vacaciones.—Tres meses cada verano —desde diciembre a febrero—Buenos Aires se queda vacío. Todos emigran hacia los eucaliptos de las estancias, junto a los sauces del delta del Tigre, o a Mar del Plata, feria de las vanidades de la Argentina, paraíso de los bañistas que tiene sucursales de las grandes casas de París y un Casino de tres pisos o plantas y fachada tan severa como el Banco Morgan, con cuarenta y cinco mesas de ruleta que funcionan simultáneamente.
Ciudad de Mar del Plata: casino y gran hotel Provincial. |
Los argentinos que desean divertirse todo lo posible durante sus vacaciones, toman un barco, atravesando el río durante la noche y se van al Uruguay, a Punta del Este, que les ofrece unas playas magníficas y unos pretenciosos bares de palma.
Terminadas las vacaciones, todos los argentinos se reintegran a su gran ciudad, a su respetabilidad y a sus almidonados cuellos blancos. Excepto en las vacaciones el verdadero argentino no vuelve a poner los pies en el Uruguay, como no sea para divorciarse, lo cual es otra de las comodidades que la pequeña república democrática ofrece a su gran vecina (4).
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(4). Dato desactualizado, ya que el divorcio también existe hoy en la Argentina.
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Al regresar a la capital, todo argentino, rico o pobre, estanciero o funcionario, vuelve a ser el hombre mejor vestido de la Tierra, pero con una sobriedad exagerada; con la línea del pantalón siempre tan recta como el filo de una navaja; y la chaqueta, de corte inglés, sin faltarle ninguno de los detalles confortables que un Lord Brummel le exigiría; cuello apenas almidonado, siempre con corbata, hasta cuando el asfalto de la calle Florida se derrite debajo del calzado o cuando va a pasear en bote por el Tigre.
Las mujeres visten mucho de negro y les va muy bien. Permanecen siempre fieles a los modistas de París, a pesar de una ofensiva estadounidense, que finalmente no arraigó. Lo que más las desespera es tener que llevar, por la diferencia de estaciones, la moda de invierno o la de verano seis meses después que en París... En compensación usan muchas alhajas, tal vez demasiadas y enormemente caras.
Teatro Colón, Buenos Aires. Uno de los más importantes teatros operísticos del mundo. |
Viva la Patria.—El complejo de superioridad que sienten desde la cuna, es el único punto sensible de la epidermis argentina. Procure no tocarlo. Y si en su presencia alguien se permite ponderar alguna otra república iberoamericana más joven —sobre todo el Brasil— por su belleza, su alegría, su dinamismo, apresúrese a salvar la situación dejando caer al descuido en la conversación estas palabras:
—¡Sí... pero son tan pobres!...
Las miradas se aclararán en seguida. Esto no es más que un aspecto del hipernacionalismo que transfigura la cara de los argentinos al oír los primeros acordes del himno nacional o cuando ven ondear su bonita bandera azul y blanca. En los colegios hay la hermosa tradición de izar y arriar bandera y emplear un catecismo patriótico que recomienda a los colegiales al oír pronunciar en nombre del general San Martín (el héroe nacional) decir con naturalidad: ¡Viva la Patria!
Si usted pone en su balcón el 14 de julio la bandera tricolor, o enarbola el pendón estrellado el día de la independencia estadounidense, no deje de colocar, por lo menos, una argentina al lado derecho de la otra, sin lo cual vería usted presentarse en su casa a dos vigilantes antes de diez minutos. La causa fundamental es bien sencilla: el argentino está orgulloso de su origen, de que pertenece a una nación tan privilegiada que parece haber sido sabiamente elegida. No obstante, no manifiesta desagrado a los extranjeros, y esto por varias razones. Una de ellas es que el comercio con el extranjero es siempre provechoso. Un ejemplo: a pesar de haber cambiado por motivos patrióticos el nombre de martini dry por el de San Martín, ningún argentino se llevaría la bebida a los labios si no estuviera hecha con ginebra británica y vermut francés.
Ciudad de San Carlos de Bariloche, prov. de Río Negro. |
Imperativos categóricos.—Decimos todo esto porque nos lo han pedido. Usted no lo diga aunque se lo pidan. Procure no criticar, aunque sea con buena intención; les heriría. El sentido del humor se detiene en las fronteras. Hay que saber y hay que ignorar.
Debe saber por ejemplo que Buenos Aires es la sexta ciudad del mundo (después de Londres la más extensa), la segunda del mundo latino y la que tiene el mejor periódico, la calle más larga y la avenida más ancha... aunque debe ignorar también que es la más corta, según dicen las malas lenguas.
No olvide que su metro es el más limpio y el más confortable del mundo y que los mosaicos que adornan sus estaciones son obras de arte, pero ignore que ninguna de sus siete líneas corresponde con otra. Por lo demás puede usted tomar un taxi como hacen todos, en una ciudad que abundan más que en ninguna parte, y donde menos cuestan... Ha de saber además que Buenos Aires posee un obelisco, pero no averigüe que está hecho con bloques de cemento.
Francés hasta el fin.—Si es usted francés le será fácil acostumbrarse a esta vida. Déjese llevar por las afinidades que le unen a este pueblo esencialmente latino. Si es usted yanqui también se aclimatará. Déjese arrastrar por las afinidades que le impulsarán hacia este pueblo auténticamente americano. Si es usted británico, no le será difícil tampoco. No se deje llevar por nada. Diga sólo que es conservador.
El desacuerdo anglo-argentino es muy complejo: la Argentina reprocha a la Gran Bretaña el sortilegio que parece echó a sus ferrocarriles el día que los nacionalizaron: cuando los accionistas y los maquinistas argentinos sucedieron a los accionistas y maquinistas británicos, cesaron, misteriosamente, de llegar a la hora en punto. El cambio de nacionalidad de los accionistas no debería ser el motivo de que los trenes no lleguen con puntualidad.
Existe otra querella por culpa del nombre de ciertas islas que hay a lo largo de la costa argentina. Los argentinos las llaman Malvinas, con lo que señalan sus títulos de propiedad. Los británicos las llaman solamente Falkland, pero están instalados en ellas.
Si le llegan cartas de la Gran Bretaña con el sello conmemorativo de las islas Falkland, no reconocido por el correo argentino, tendrá que pagar una enorme sobretasa. Y si es usted británico, esta será la gota de agua que colmará el vaso, sobre todo si recuerda el precio que el gobierno hace pagar por la carne de Sir Stafford, a pesar de que es vegetariano... Pero todo esto a usted no le interesa y me pregunto por qué se lo estoy contando. Además, usted es conservador...
Si es francés no conocerá estos problemas. Estamos muy lejos del tiempo en que el terrible presidente Rosas empezaba los actos oficiales con esta fórmula: «Muerte a los repugnantes franceses; muerte al inmundo Luis Felipe». Desapareció la época en que se prohibía La Marsellesa, por considerarla un canto sedicioso.
Aquí, en la Argentina, se sentirá usted personalmente querido y respetado. Podrá comprar en las librerías todas las revistas francesas que quiera (aunque con tres meses de retraso), y encontrará en numerosas familias a un señor de más de cincuenta años que habla el francés como usted y yo. Si además tiene la suerte de hablar el Slang estadounidense con los jóvenes que llegan de Harvard y de Yale, se sentirá como en su propio país...
Como antes he dicho, esperan encontrar en un francés el encanto y la gracia de un espíritu exquisito, a imagen y semejanza de los venerados conferenciantes que la propaganda francesa delega en estos admirables países.
Beberán sus palabras materialmente, aunque las pasarán por un exigente tamiz. Será usted una especie de embajador... pero no haga como aquella embajadora de Francia quien, la primera vez que fue invitada a la Casa Rosada, creyendo sin duda, que estaba en Bogotá o en Caracas, dijo a la señora doña Eva Perón:
—¡Qué maravillosas alhajas lleva, señora! ¡Son tan magníficas que se tomarían por falsas!
Le juzgarán a usted como a ella...
Saber vivir internacional. (Varios autores). Traducción del francés por Celia de Aimerich.
Pierre-Gosset (1918 - 1998) fue una periodista y escritora viajera francesa.
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