miércoles, 16 de diciembre de 2020
Dónde se debe enterrar un perro
Dónde se debe
enterrar
un perro
Este editorial de Ben Hur Lampman fue, entre los publicados por el Oregonian de Portland, uno de los que mayor eco hallaron entre los lectores de ese diario, que han solicitado una y otra vez su reimpresión.
Uno de los suscriptores del Argus, de Ontario, ha escrito al director preguntándole: “¿Dónde debo
enterrar mi perro?”
Nosotros
contestaríamos a tal pregunta que hay varios sitios donde puede darse sepultura
a un perro. Viene en este momento a nuestra memoria cierto perdiguero cuyo
pelaje era una llama bajo la caricia del Sol, y el cual, hasta donde a nosotros
se nos alcanza, jamás abrigó un pensamiento sórdido o indigno. Este perdiguero
está enterrado al pie de un cerezo, bajo dos metros de blanda tierra hortense,
y cuando la estación llega, el cerezo cubre de pétalos la verde grama de su
sepultura. La inmediata cercanía de un cerezo o de un manzano, o de cualquier
arbusto que florezca, es sitio excelente para enterrar un perro que nos amó en
vida. Bajo la sombra de esos árboles, al pie de aquellos arbustos, durmió él en
los amodorrantes días del verano, o se tendió con deleite a roer un hueso, o
levantó la cabeza para desafiar a un intruso. Ésos son sitios buenos para el que
vive o para el que ha muerto; aunque, en realidad, la elección del lugar no
tiene mauor importancia. Porque si al perro se le recuerda con cariño, si los
ojos del alma suelen verlo acercarse saltando, tal como hacía cuando estaba
vivo, con aquella su mirada luminosa, alegre, suplicante, no importa dónde esté
durmiendo ese perro su sueño eterno. Puede ser en un cerro donde el viento
descargue sin trabas sus furiosas disciplinas y haga gemir los árboles que se
doblegan a su paso, o al lado de un arroyo que él conoció cuando era
cachorrillo, o en un rincón de la dilatada pradera donde el ganado trisca
alegremente. Lo mismo da un lugar que otro si el recuerdo perdura. Pero hay un
sitio mejor aun para enterrar el perro que nos amó y que amamos.
Si usted le da sepultura en ese sitio,
vendrá cuando lo llame… vendrá atravesando las gélidas y obscuras fronteras de
la muerte, por el bien recordado camino, hasta llegar a su lado. Y aunque usted
tenga en torno suyo docenas de perros, ninguno de ellos habrá de gruñirle ni
disputarle el sitio, porque estará donde le corresponde. Habrá gente que se
mofe de usted; gente que no crea en ese acercamiento del leal amigo porque no
ve la hierba doblarse bajo sus pisadas, ni oye su leve quejido; gente que,
quizás, nunca supieron lo que es, en verdad, tener un perro. Páguele con una
sonrisa, porque usted sabe algo que está oculto para ella, y que vale la pena
saber. El mejor sitio para enterrar un perro noble y bueno, es el corazón de su
amo.
Ben Hur
Lampman: How Could I be Forgetting?
(Binfords & Mort).
miércoles, 13 de mayo de 2020
Enrico Caruso biografía
El cantante que cautivó como ningún
otro la admiración y el afecto del público.
Caruso, el tenor
Caruso, el tenor
de la voz de oro
Por George Kent
Basado en el libro «Enrico Caruso» por Dorothy Caruso.
Ana Caruso vio morir a
dieciocho de sus hijos en la infancia o la adolescencia. El que vino después
escapó a esa especie de maldición para ser el cantante más grande de todos los
tiempos. En 1903 hizo su estreno estadounidense en el escenario de la Ópera
Metropolina de Nueva York. En 1920 cantó allí mismo su última aria. A los ocho
meses de esto había fallecido. Millones de hombres y mujeres lloraron su muerte
en todo el mundo civilizado, y se cuentan por millares los que les guardaron
luto. No sólo había sido un eximio cantante, sino un hombre que supo hacerse
querer por su gran corazón.
En los tiempos de Enrico Caruso no existía
la radio ni la televisión y era desconocido el cinematógrafo sonoro. Para oirle
cantar había que comprar un billete e ir al teatro, o que conformarse con el
gramófono de bocina. Su público era, por lo tanto, muy reducido, si se le
compara con los millones de radioescuchas de nuestros días. Sin embargo, la
historia no ha conocido aclamaciones tan entusiastas como las recibidas por
Enrico Caruso, ni idolatría semejante a la que le tributaron sus
contemporáneos.
Aun cuando en su repertorio figuraban principalmente las grandes óperas
francesas e italianas, que entonces como hoy, se consideraban un tanto
intrincadas para la generalidad de los oyentes, Caruso tenía tal fuerza
expresiva y transmitía tan efectivamente las emociones, que arrebataba al
público hasta arrancarle lágrimas. Él mismo sentía lo interpretado con tal
intensidad que a veces se encerraba en su camerino al terminar la
representación, y sollozaba hasta calmarse.
Su
escenario habitual era el de la Ópera Metropolitana de Nueva York, pero su fama
se extendía a todas las capitales del mundo, desde Buenos Aires hasta Moscú. A
dondequiera que iba, las multitudes se arremolinaban en torno suyo. Cuando
entraba en los restaurantes, el público se ponía en pie y estallaba en vítores
y aplausos. Para evitar tales manifestaciones de entusiasmo, comía en casa o en
una cantina italiana del oeste de Nueva York, donde algunas tardes pasaba sus
horas libres jugando a las cartas con el propietario. Todos los días recibía
por correo innumerables regalos de bombones, manjares, joyas, y su propio
retrato bordado en seda o lana.
Millares de artículos comerciales, desde tabacos hasta jabones, fueron bautizados
con su nombre. Todavía lo lleva una cadena de restaurantes neoyorquinos, una
marca de macarrones y otra de conservas. Uno de sus entusiastas admiradores
tuvo la ocurrencia de llamar Caruso a un caballo de carreras; el gran tenor
apostaba fielmente 10 dólares a su homónimo equino cada vez que corría; pero
nunca ganó una sola carrera.
En
aquella época, tan anterior al advenimiento de la radio, Caruso alcanzó
remuneraciones económicas que no han sido igualadas hasta hoy. Sus ingresos
monetarios provenían solamente de sus actuaciones en escena o de la grabación
de discos gramofónicos. Nunca pidió a la Ópera Metropolitana más de 2.500
dólares por representación, pero en Cuba y Méjico le pagaron a razón de 10.000
y 15.000 dólares respectivamente, cifras no superadas hasta hoy, considerando
su equivalente en dinero actual. Rehusó una temporada artística de dos meses
por Iberoamérica que le habría producido 250.000 dólares, y en el curso de su
vida ganó casi 10.000.000 (diez millones) de dólares.
Veinticinco años después de
ocurrida su muerte, los derechos de sus discos gramofónicos aún seguían
produciendo abundantes ingresos. La compañía de discos Victor editó 18.000
álbumes de discos de Caruso en la Navidad de 1943. Al día siguiente de puestos
a la venta, estaban agotados.
Buena parte de tan
extraordinaria popularidad la debió Caruso a la grandeza de su corazón. La
sencillez campesina que poseía le impulsaba a actos de generosa cordialidad que
le granjeaban la adoración de la gente.
Cierto día llegó ésta a un lugar donde Caruso tenía amistades. Como lo más probable era que no se necesitaran sus servicios en el teatro, se fue a pasar un rato con sus amigos, en cuya compañía cantó viejas canciones napolitanas y vació unas cuantas botellas de vino. Enrico estaba ya bastante achispado cuando llegó en su busca un recadero para avisarle que su presencia era requerida urgentemente. El tenor estaba indispuesto y no podía cantar el primer acto. Caruso corrió al teatro. Cantó bien, pero con horror del empresario y deleite del público, mientras estuvo en escena causó el más cómico de los desórdenes, tropezando con los otros actores, dando traspiés y haciendo toda clase de cabriolas. El público se rió a carcajadas, gritándole: Ubriaco! Ubriaco! (¡Borracho! ¡Borracho!).
Cuando recibía invitaciones a comer, enviaba invariablemente a la dueña de la casa un recado para que lo sentaran junto a su esposa. «Dígale —advertía al recadero— que me he casado con mi mujer para que esté a mi lado. Si no he de estarlo, prefiero quedarme en casa».
En diciembre de 1920 estaba cantando un aria del primer acto de la ópera «El elixir de amor» (L'Elisir d'Amore), cuando se le rompió un vaso sanguíneo de la garganta. A pesar del accidente, se empeñó en terminar el acto. Un reportero de Times de Nueva York describió así la escena:
«Primero hizo uso de su pañuelo para llevárselo a la boca, pero momentos después estaba enrojecido y lo tiró. Los miembros del coro se las fueron arreglando entonces para acercársele, entregarle disimuladamente un pañuelo y volver a su sitio. No bien había recibido uno cuando ya necesitaba otro; tan abundante así era la hemorragia. De cuando en cuando asomaban a sus labios pequeños grumos de sangre».
Sentada en la primera fila de butacas, su esposa le dirigía miradas suplicantes para que abandonase el escenario.
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Como Canio, el payaso trágico de la ópera Los payasos (I Pagliacci), de Leoncavallo. |
Una noche, en Bruselas, oyó
desde su camerino un ruido extraño que subía de la calle. Abrió la ventana y
vio reunidas en la inmediaciones del teatro a millares de personas que
mostraban su descontento por no haber podido entrar al teatro. Las localidades
se habían agotado totalmente. Era una función de gala a la que asistía la
familia real. Caruso meditó un instante, y luego, sin que nadie pudiera
impedírselo, cantó para el público aglomerado en la calle las principales arias
de la ópera que iba a representarse.
En otra ocasión, se
encontraba firmando cheques para las
doscientas y pico de personas a cuyo sostenimiento contribuía, cuando su esposa
murmuró:
—Estoy
segura de que mucha de esa gente no merece ayuda.
—Tienes
razón, Doro —replicó el artista—; pero no es posible saber quiénes la merecen
y quiénes no.
Otra
mañana, paséandose por las calles de Cleveland (Estados Unidos) con su
secretario, Bruno Zirato, se detuvo de pronto:
—No
es justo —exclamó—. Ganamos dinero en esta ciudad y nos vamos a marchar sin
dejarle un centavo. Tenemos que hacer algo.
En
aquel instante se encontraban ante el escaparate de una tienda que vendía
porcelana fina. Caruso entró en el establecimiento y compró todas las
existencias, encargando que se las enviasen a Nueva York para repartirlas entre
sus amigos pobres. Desde entonces ideó siempre alguna combinación para dejar en
todas las ciudades parte de las sumas que percibía por cantar.
Cuando estaba en el cenit de su carrera,
Caruso era un hombre rollizo, de mediana estatura, cuyo cabello empezaba a
clarear en la coronilla. Era exageradamente limpio. Se bañaba dos veces por
día, mientras estudiaba partituras colocadas en un atril construído
especialmente para fijarlo en los cantos de la bañera. Dejaba la puerta abierta
para oír el acompañamiento del piano colocado en el cuarto contiguo. Todas las
mañanas, mientras el barbero, el masajista, el pedicuro y la manicura se encargaban
de él, Caruso ensayaba su papel de esa noche, siempre acompañado por el piano.
Era en extremo intolerante con la gente que
no se preocupaba del cuidado personal tanto como él. En cierta ocasión,
doliéndose de su suerte por tener que hacer el amor en escena a una famosa
diva, comentaba: «¡Cantar con una persona que no se baña es terrorífico; pero
emocionarse enamorando a una mujer que huele a ajo, es sencillamente imposible!»
Enrico Caruso nació en la ciudad de Nápoles. Los años que asistió a la
escuela fueron muy pocos. Su padre, que era un mecánico pobre, quería que
siguiese el mismo oficio, y a fuerza de golpes consiguió que trabajara un poco.
Pero Caruso no tenía más aspiración que la de ser cantante. Su madre era la
única que constantemente le daba ánimos para que no desmayara en tal empeño.
La
primera vez que cantó ante un maestro de música, Caruso no tuvo éxito. El
profesor, Guglielmo Vergine, conocido principalmente por aquel episodio, le
dijo al terminar el ensayo: «Tienes una voz que suena como el viento en las
persianas». Pero Caruso consiguió que le permitiera seguir estudiando bajo su
dirección, y asistía a las clases con la más estricta puntualidad. Fue aquella una época de terrible pobreza,
algunos de cuyos episodios contaba a su esposa:
«Como mi único trajecillo negro se había
puesto verde, compré una botella de tinte y lo teñí yo mismo para seguir
asistiendo a las clases con decoro. Mis camisas, que no pasaban de dos, estaban
muy poco presentables, pero yo les hacía pecheras de papel para que siempre se
viesen flamantes. Necesitaba andar largo trecho para ir a la escuela, y ni los
zapatos me alcanzaban ya, ni tenía dinero para reemplazarlos. Por fin, cantando
en bodas y funerales logré reunir lo necesario para comprarme un par. El día
que los estrené empezó a llover cuando aun me faltaba medio camino para llegar
a casa del profesor. Ignorando que las suelas eran de cartón, los puse a secar
junto a la estufa. El calor los retorció de tal modo que hube de regresar a mi
casa descalzo».
Al
terminar el curso se celebraron los exámenes correspondientes y Caruso pidió
permiso para presentarse a ellos. El señor Vergine reconoció que su discípulo
había hecho ligeros progresos, pero no manifestó entusiasmo especial. Obtuvo,
sin embargo, una o dos contratillas para Caruso y, por fin, un puesto de
sustituto de tenor en una pequeña compañía ambulante de ópera.
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Como Radamés, de la ópera Aïda, de Verdi. Foto de 1910, tomada en Nueva York. |
Cierto día llegó ésta a un lugar donde Caruso tenía amistades. Como lo más probable era que no se necesitaran sus servicios en el teatro, se fue a pasar un rato con sus amigos, en cuya compañía cantó viejas canciones napolitanas y vació unas cuantas botellas de vino. Enrico estaba ya bastante achispado cuando llegó en su busca un recadero para avisarle que su presencia era requerida urgentemente. El tenor estaba indispuesto y no podía cantar el primer acto. Caruso corrió al teatro. Cantó bien, pero con horror del empresario y deleite del público, mientras estuvo en escena causó el más cómico de los desórdenes, tropezando con los otros actores, dando traspiés y haciendo toda clase de cabriolas. El público se rió a carcajadas, gritándole: Ubriaco! Ubriaco! (¡Borracho! ¡Borracho!).
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También como Radamés, de la ópera Aïda, de Verdi. Foto de 1910. |
El director
se apresuró a despedirlo apenas terminado el acto, y el novel tenor de
diecinueve años se fue desconsolado a su cuartito de la fonda. Había fracasado
rotundamente en la primera oportunidad de su vida. Pero, al poco al poco
rato, el recadero volvió en su busca, esta vez con más urgencia que antes. El
público había hecho abandonar la escena al otro tenor y estaba reclamando a
grandes voces la presencia del ubriaco. Caruso retornó a escena y obtuvo un gran
éxito.
Desde aquel día sus progresos
fueron continuos. Durante los diez años siguientes llegó a ser uno de los
tenores más famosos de la ópera italiana y cantó en muchos países de Europa. Más
adelante fue invitado a cantar en el teatro de la Ópera Metropolitana de Nueva
York, donde se estrenó con Rigoletto.
Según Caruso explicó en cierta ocasión, los requisitos de todo gran cantante son:
pecho amplio, boca grande, 90 por ciento de memoria, 10 por ciento de
inteligencia, mucho trabajo, y algo en el corazón. Él reunía todas esas
condiciones del orden intelectual, moral y emotivo. En cuanto a lo físico,
estaba igualmente bien dotado. Tenía un pecho enorme y podía dilatarlo unos 25
centímetros.
Antes de
presentarse en escena se sometía a una especie de tratamiento de su propia
invención. Primero hacía gárgaras con agua salada caliente, y luego sorbía rapé
sueco para descargar la nariz. Después se tomaba una copa de whisky y un vaso
de agua gaseosa, y se comía un cuarterón de manzana. Deslizaba en los bolsillos
de su traje escénico dos frascos de agua salada tibia para aclarar la
garganta, si le era necesario hacerlo durante la representación. Cuando
tal cosa ocurría, daba la espalda al público, tragaba rápidamente sin que lo
notaran el contenido de un frasco, y
continuaba cantando.
Caruso fue siempre muy sensible a la crítica.
Cuando los aristarcos de Boston censuraron una de sus representaciones, juró nunca más cantar en aquella ciudad y cumplió su juramento. Pero, por regla
general, gozaba de excelente humor. Le gustaba bromear, “hacer jugarretas”,
como él decía. Aún se recuerdan muchas de ellas. En una representación de Tosca, por ejemplo, el barítono Antonio
Scotti se inclinó para recoger un pincel que se había caído detrás del caballete,
pero no pudo levantarlo. Caruso lo había clavado al suelo.
En el libro de anécdotas curiosas de David Ewen, titulado Linten to the Mocking Words, se cuenta una de Caruso y Geraldine Farrar cuando estaban grabando un disco gramofónico de Madame Butlerfly. Como el ensayo ante la máquina grabadora había sido largo y penoso, Caruso, en un momento de descanso, salió a la calle y fue a un bar cercano en busca de algo que le hiciera recuperar las fuerzas. Cuando volvió y se puso a cantar de nuevo con la Farrar, la prima donna, por travesura, intercaló estas palabras en el aria: «¡Oh, te has tomado un whisky con agua de Seltz!» Caruso repuso imperturbable, también acomodando las palabras a la música: «¡Te equivocas; me he tomado dos!» El disco figura hoy entre entre los tesoros de cierto coleccionista.
El pasaje más tierno de la extraordinaria vida de Caruso es probablemente la historia de su matrimonio. El tenor tenía cuarenta y cinco años y estaba en el cenit de su carrera cuando conoció a Dorothy Park Benjamin, una muchacha neoyorquina de veinte años, tímida y desconocedora del mundo, que acababa de salir de un colegio de monjas. La enamoró y supo hacerse corresponder, a pesar de la oposición terminante de la familia de la joven, muy atenida a convencionalismos y tradiciones. Los tres breves años de vida conyugal fueron un idilio. Es algo que brilla rutilante en la biografía de Caruso, escrita por su viuda, pero aun resplandece más en las cartas del cantante a su mujer. He aquí un pasaje escogido al azar:
«Mi corazón salta de un modo que parece querer volar adonde estás. Nunca más me separaré de ti de nuevo; nunca más. Querría que estuvieses dentro de mi ser para que vieras cuánto te amo. ¿Qué puedo hacer para que estés bien segura de ello? Creo haber hecho cuanto he podido para demostrarte mi amor, y todavía intento hacer otras cosas para convencerte. Ten la certeza de que tu Enrico te adora... »
El matrimonio vivía apaciblemente en su apartamento de un hotel neoyorquino. Caruso gustaba poco de salir porque la multitud le molestaba. Ambos pasaban la velada en el hogar; él, calada las gafas de áureo cerco, pegaba sello o recortes de prensa; ella leía. A veces, Caruso sentía hambre a medianoche y enviaba a buscar una hogaza y algunos bistés pequeños. Cortaba el pan a lo largo, ponía los bistés en medio, y saboreaba con deleite aquel improvisado emparedado colosal.En el libro de anécdotas curiosas de David Ewen, titulado Linten to the Mocking Words, se cuenta una de Caruso y Geraldine Farrar cuando estaban grabando un disco gramofónico de Madame Butlerfly. Como el ensayo ante la máquina grabadora había sido largo y penoso, Caruso, en un momento de descanso, salió a la calle y fue a un bar cercano en busca de algo que le hiciera recuperar las fuerzas. Cuando volvió y se puso a cantar de nuevo con la Farrar, la prima donna, por travesura, intercaló estas palabras en el aria: «¡Oh, te has tomado un whisky con agua de Seltz!» Caruso repuso imperturbable, también acomodando las palabras a la música: «¡Te equivocas; me he tomado dos!» El disco figura hoy entre entre los tesoros de cierto coleccionista.
El pasaje más tierno de la extraordinaria vida de Caruso es probablemente la historia de su matrimonio. El tenor tenía cuarenta y cinco años y estaba en el cenit de su carrera cuando conoció a Dorothy Park Benjamin, una muchacha neoyorquina de veinte años, tímida y desconocedora del mundo, que acababa de salir de un colegio de monjas. La enamoró y supo hacerse corresponder, a pesar de la oposición terminante de la familia de la joven, muy atenida a convencionalismos y tradiciones. Los tres breves años de vida conyugal fueron un idilio. Es algo que brilla rutilante en la biografía de Caruso, escrita por su viuda, pero aun resplandece más en las cartas del cantante a su mujer. He aquí un pasaje escogido al azar:
«Mi corazón salta de un modo que parece querer volar adonde estás. Nunca más me separaré de ti de nuevo; nunca más. Querría que estuvieses dentro de mi ser para que vieras cuánto te amo. ¿Qué puedo hacer para que estés bien segura de ello? Creo haber hecho cuanto he podido para demostrarte mi amor, y todavía intento hacer otras cosas para convencerte. Ten la certeza de que tu Enrico te adora... »
Cuando recibía invitaciones a comer, enviaba invariablemente a la dueña de la casa un recado para que lo sentaran junto a su esposa. «Dígale —advertía al recadero— que me he casado con mi mujer para que esté a mi lado. Si no he de estarlo, prefiero quedarme en casa».
En diciembre de 1920 estaba cantando un aria del primer acto de la ópera «El elixir de amor» (L'Elisir d'Amore), cuando se le rompió un vaso sanguíneo de la garganta. A pesar del accidente, se empeñó en terminar el acto. Un reportero de Times de Nueva York describió así la escena:
![]() |
Busto de Caruso, por Filippo Cifariello. |
Regresó a la Ópera Metropolitana la víspera de Navidad, pero le fallaron otra vez las fuerzas. En los meses que siguieron fue operado siete veces a causa de abcesos pulmonares. Su salud pareció restablecida, pero ya no pudo cantar. El verano del año siguiente se embarcó para Nápoles, donde murió, a la edad de cuarenta y ocho años, en un hotelito que miraba a la espléndida bahía.
Dorothy Caruso escribió en la biografía de su esposo estas palabras conmovedoras: «He estado al pie de la radio escuchando su voz maravillosa en los discos de un programa que se organizó para honrar su memoria. Mucho hubiera gozado él con este tributo. Su comentario habría sido: ¡Cuánto agradezco que aún se acuerden de mi!»
«Selecciones» del Reader's Digest. Tomo XI, núm. 66. (Imágenes añadidas para este sitio).
____________________
Aria Vesti la giubba, de la ópera I Pagliacci, de Leoncavallo. Grab. en 1907.
La emotiva Addio a la Madre (Adiós a la madre), aria de Cavalleria Rusticana, de Mascagni. Grab. en 1913.
Aria Rachel, con un final de intenso dramatismo, de la ópera La judía (La juive), de Halevy. Grab. en 1920.
____________
viernes, 27 de marzo de 2020
Lenguaje inclusivo payasada
“Lenguaje inclusivo”,
la payasada lingüística
Por
A. E. S.
Hace algunos años, los hispanohablantes empezamos a leer y oír, además
de los habituales barbarismos difundidos principalmente por los periodistas y
locutores de radio y televisión, una manera de expresarse, que no es ya solo
incorrecta, sino además ridícula y payasesca. Me refiero a lo que se ha dado en
llamar con el falso y eufemístico nombre de “lenguaje inclusivo”.
Esa forma de decir, por ejemplo, “los
españoles y las españolas”, “los niños y las niñas”, “todos y todas” y otras
frases similares, como “amigues” y “médiques”, por “amigos” y “médicos”, de
ambos sexos; en lugar de la forma correcta “los españoles”, “los niños”, etc.,
sobrentendiédose, como siempre ha sido, que de ésta última manera quedan
incluídos los españoles y españolas, niños y niñas, etc.
Esta incorrecta forma de expresión fue y es
promovida exclusivamente por personas de ideología política de izquierdas, y
esto se puede comprobar oyéndoles usarlas y viendo que pertenecen siempre a
algunos de los partidos de izquierda. Pretenden ellos que todos les imitemos y
nos prestemos a expresarnos de esa manera. Esto ocurre en muchos países
hispanohablantes. Empero, las personas de mediana cultura hacia arriba, no se
expresan así, y se resisten a hacerlo, sabiendo que es lingüísticamente
incorrecto, además de ridículo.
La Real Academia Española ha rechazado dos
veces el llamado “lenguaje inclusivo”, por considerarlo incorrecto. Se podía
leer hasta hace pocos días, en el sitio en línea de la Academia, los
fundamentos de ese rechazo. Ahora bien, ese fundamento escrito en el sitio de
la Academia, ya no aparece. Parece ser, aunque no puede asegurarse de momento,
que la Academia quiere aceptar parte de esa bufonada del “lenguaje inclusivo”,
al ponerse a colaborar en la redacción de la nueva Constitución de España. Si
dicha institución aceptare el “lenguaje inclusivo”, muchas personas le
perderemos el respeto intelectual que le guardamos. Ciertamente, la Academia ha
aceptado cierto número de vocablos y expresiones que son verdaderamente
incorrectos. La R. A. E. se ha relajado y se ha puesto muy obsecuente en los
últimos años. Parece ser que ya no es aquella Academia tan respetable en la que
no cualquier escritor, en la que ningún escritor del montón podía acceder a ser
miembro de ella. La Academia ha perdido la excelente calidad que tenía antaño.
Por ello existen gramáticos, lingüistas y lexicólogos que rechazan varios
juicios emitidos oficialmente por esa institución, y explicando los fundamentos
para rechazarlos. Uno de esos ilustres gramáticos y lingüistas es el doctor don
Manuel Seco Reymundo, autor del “Diccionario de dudas y dificultades de la
lengua española”, entre otras obras, que fue secretario perpetuo de dicha
Academia.
Dos profesores de lengua castellana, Jorge
N. Ferro y María D. Buisel, entrevistados por el periódico La Nación, de Buenos
Aires, el más importante diario de la Argentina, dicen acerca del particular:
Profesora Buisel: “Es un disparate
para coaccionar. Recuerdo una observación de Theodore Dalrymple, seudónimo de
Anthony Daniels, un médico inglés, viajero muy agudo, sobre la propaganda
comunista, que se expresaba más o menos así y se puede aplicar a la pregunta:
"El propósito de la propaganda comunista no era persuadir o convencer o
informar, sino humillar; y por lo tanto, cuanto menos correspondía a la
realidad, mejor". Cuando las personas se ven obligadas a permanecer en
silencio cuando se les dicen las mentiras más obvias, o peor aun, cuando se ven
obligados a repetir las mentiras, pierden su sentido de probidad. La
aquiescencia a las mentiras más obvias es en cierto modo una manera de ser uno
mismo parte del mal. La capacidad de la persona para resistir es así erosionada,
e incluso destruida. Una sociedad de mentirosos y castrados es fácil de
controlar”.
Profesor Ferro: “El
lenguaje inclusivo es un disparate. Es una animalada que no resiste el menor
análisis. Se le resta toda espontaneidad, todo matiz (al idioma). Y además, ¿por
qué está mal que haya masculino y femenino? Por ejemplo, el uso de la
"e". Ya existen en castellano los adjetivos terminados en
"e", que son para los dos géneros. Y eso viene del latín. Se dice
"hombre alto", "mujer alta", "hombre grande",
"mujer grande". Decir "presidenta" es un disparate porque
la "e" de "presidente" ya es neutra. Ahora veo que también
se usa en el verbo: "cantemes" o "cantames".
Otro disparate porque el verbo no tiene
género. El verbo es la palabra que tiene más accidentes: persona, número,
tiempo, modo y voz, pero no tiene género. Un hombre dice "yo canto" y
una mujer también dice "yo canto""
Veamos y oigamos a continuación, una
compilación de fragmentos de discursos en los que se usa el “lenguaje inclusivo”.
Es por cierto una ridícula bufonada, que puede hacer reir, llorar o indignar a
las personas que tengan de una mediana cultura hacia arriba, según la
personalidad de cada quien. Otra cosa muy cierta, además del mal gusto que
caracteriza a quienes aparecen en el vídeo, es que ellos, al igual que los
payasos de circo, no temen nada al ridículo. Y por último, son tan ridículos
algunos fragmentos de su oratoria, que quien los oye puede llegar a creer que
es una broma, o que el audio ha sido trucado; mas no es una broma ni fue
trucado el audio; esta gente habla en serio y se toma en serio lo que dice. No importa que sigan rebuznando, ya que, como dice un refrán español, los rebuznos nunca llegan al cielo.
Alejandro E. Spalvieri.
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Lenguaje inclusivo: payasada lingüística
miércoles, 25 de marzo de 2020
Publicidad sincera
Anuncio cum
laude
Por ser sincero
y carecer
de
exageraciones
En
San Francisco de California, la Newel Gutradt, una compañía antigua y
relativamente pequeña, fabrica y vende el jabón Strykers. Los químicos de las
compañías grandes están de acuerdo en que es un buen producto. Sus anuncios son
una abrupta desviación de lo que ha sido
siempre la regla general tratándose de jabones. Ejemplos:
No
hay fenomenol en el jabón Strykers.
Positivamente no contiene maravillina,
engañodol ni fraudilina. No pone luz de sol, ni claridad de luna, ni resplandor
de estrellas en su lavado. No hay en él ninguno de esos misteriosos
ingredientes que usted no puede comprender. Es jabón; nada más. Buen jabón.
Hay más médicos que no pueden probar nada
respecto al jabón Strykers que otras gentes o jabones.
¿Cómo puede hacerse 87 veces más espuma con
el jabón Strykers? … Muy sencillo: usando 87 veces más jabón.
Si usted quiere que el día de lavado no sea
un dolor de cabeza, está usted delirando. El día de lavado es una pejiguera, no
importa qué jabón use usted (aun el mismo Strykers). Pero éste le ayuda a
hacer el trabajo bien y aprisa.
¡Tres nuevos y sorprendentes usos del jabón
Strykers!
1. ¡Lave
a su marido con Strykers! Ningún otro jabón deja a los maridos tan lustrosos ni
tan fáciles de manejar.
2. Ningún otro jabón produce una espuma que
huela tanto a jabón; ¡esa exquisita y hechicera fragancia que vuelve a los
hombres locos, locos, locos!
3. Strykers es el único jabón recomendado —por
Strykers— para limpiar otro jabón cuando se ensucia.
Selecciones del Reader's Digest. Tomo XIX, núm. 110.
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Anuncio cum laude,
jabón Strykers,
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miércoles, 11 de marzo de 2020
Los espejos atraen al rayo
¿Atraen al rayo
los espejos?
los espejos?
Por A. E. S.
Si un objeto que contiene metal, como un espejo, no está conectado eléctricamente a la tierra, no está probado que atraiga el rayo; pero si se da el caso de caer el rayo sobre dicho objeto o muy cerca de él, el objeto metálico aumenta la conductibilidad y la potencia de la descarga, y el rayo será más potente que si ese objeto no estuviese allí.
Yo he investigado mucho este tema. Ya el mismo Benjamín Franklin, inventor del pararrayos, dijo que no hay que permanecer cerca de un espejo durante una tempestad, pues hay varios casos documentados de rayos que han caído en casas en las cuales se encontró el espejo de una de las habitaciones quemado y con pedazos o esquirlas del vidrio del mismo incrustados en las paredes del aposento. Si una persona estuviese en ese momento en la habitación, habría sufrido serias heridas por los pedazos de vidrio lanzados en todas direcciones.
Sucede que el espejo contiene una delgada película de plata metálica (antiguamente era mercurio y estaño) y éstas sustancias son excelentes conductores de la electricidad. Cuando la corriente eléctrica del rayo atraviesa la plata del espejo (que es lo que refleja las imágenes) dicho metal se funde instantáneamente y se calienta a muy alta temperatura; este gran calor es lo que hace romper el vidrio en miles de pedazos y lo proyecta en todas direcciones. Por ese motivo existía la sana costumbre —que aún se converva mucho en el campo— de cubrir los espejos con un paño grueso durante una tormenta eléctrica, para evitar que los pedazos de vidrio puedan herir a quienes estuvieren en la habitación donde se halla el espejo, en caso de caer un rayo en la casa. Esa costumbre viene de Franklin, el cual recomienda en uno de sus libros cubrir los espejos si amenaza tempestad. Y esto se pasó de boca en boca a través de los años y ahora es una costumbre muy practicada en el campo.
Esto es válido para los lugares descampados, porque en una ciudad, los edificios y casas están protegidos por pararrayos.
Una superficie metálica como es un espejo, u objetos metálicos como son joyas, palos de golf o armas de fuego, no está probado que ejerzan atracción sobre el rayo, pero en caso de caer uno, aumentaría muchísmo la conductibilidad de la electricidad hacia la persona que toma el objeto metálico, lo cual aumentaría considerablemente el peligro por hacer más intensa la descarga eléctrica.
Por ejemplo, si en una casa cae un rayo, el cual puede bajar por la chimenea o por la antena de televisión, y en el camino que sigue el mismo hay un espejo, es muy probable que el rayo atraviese la plata del espejo, ya que como sabemos el rayo elige siempre el camino de menor resistencia para descargarse en la tierra, y sabemos que la plata es un excelente conductor de la electricidad y es el metal que mejor la conduce. En este caso, la gran temperatura que se produciría en el plateado del espejo, haría fundir instantáneamente el metal y dicha temperatura romperá el vidrio en miles de esquirlas —lo cual se ha visto varias veces— las cuales serán lanzadas en todas direcciones, siendo como es natural muy peligroso para cualquier persona que en ese momento se hallare en la habitación donde está el espejo. Y aunque dicha persona no sea alcanzada por el rayo, las esquirlas lanzadas en todas direcciones le producirán graves heridas en casi todo el cuerpo y especialmente en el rostro. Por ese motivo algunos cubren los espejos con un paño cuando se avecina una tempestad.
Y aunque la plata del espejo no esté conectada a la tierra, eso no es impedimento para que el rayo pueda escoger dicho metal como parte de su trayectoria en su descarga a tierra, en el caso de estar el espejo entre un conductor ubicado cerca del techo (como un cable de TV o de electricidad) y otro conductor cerca del suelo conectado a la tierra, como una estufa, un radiador o una tubería de agua. El rayo, para cortar camino, es casi seguro que atravesará el plateado del espejo antes de llegar a la estufa o tubería de agua, con los peligros consiguientes.
Cuando se avecina una tormenta eléctrica y se está en descampado, se recomienda no acercarse a cercas de alambre, tendidos eléctricos, molinos de viento, no llevar encima nada que sea de metal, no refugiarse debajo de un árbol y no acercarse a ríos, lagunas o pantanos, pues el agua también aumenta mucho la conductibilidad de las descargas a tierra.
Escrito por Alejandro E. Spalvieri en 2010 en el foro Yahoo Respuestas.
martes, 27 de noviembre de 2018
Cómo preparar leche maternizada para bebés
Cómo preparar leche
maternizada para bebés
Cuando la madre no puede amamantar a su niño recién nacido, se
impone la lactancia artificial, ya sea con leches en polvo especiales para niños
de pecho, o ya sea con leche líquida especialmente preparada. Las primeras, es
decir las leches en polvo para niños, se venden siempre a precios carísimos,
que no todas las madres pueden costear. Con el objeto de subsanar ese problema,
se publica aquí la manera de preparar la leche maternizada usando leche de vaca
pasterizada. Esta es la clase de leche que se utiliza cuando no se usan los
productos en polvo. La proporciones de los ingredientes varían de acuerdo a la
edad del nene.
Para niños recién nacidos hasta el 2.° mes de edad:
Leche de
vaca entera o integral, pasterizada ..... 500 c. c.
Agua potable
....................................................... 500 c. c.
Lactosa
(azúcar de leche) .................................... 50 gramos.
Para niños de dos meses:
Leche de
vaca entera, pasterizada ...................... 650 c. c.
Agua potable
....................................................... 350 c. c.
Lactosa
(azúcar de leche) ................................... 50 gramos.
Para niños de tres meses:
Leche de
vaca entera, pasterizada ...................... 750 c. c.
Agua potable
....................................................... 250 c. c.
Lactosa
(azúcar de leche) ................................... 50 gramos.
Para niños de cuatro meses:
Leche de
vaca entera, pasterizada ...................... 800 c. c.
Agua potable
....................................................... 200 c. c.
Lactosa
(azúcar de leche) ................................... 50 gramos.
A partir de los cinco meses de edad, la leche se da sin diluir.
Procedimiento: Disuélvase la lactosa en el agua potable. Hágase hervir durante
cinco minutos. Aparte hiérvase la leche también por cinco minutos. Por último
mézclese el agua y la leche. Déjese entibiar y procédase enseguida a llenar el
biberón y a alimentar al niño.
Lo que sobrare en el biberón una vez alimentado el niño, hay que tirarlo. Es
necesario preparar cada vez la cantidad de leche maternizada que se va a usar
en una sola vez. Por supuesto, hay que reducir proporcionalmente las cantidades.
Para un biberón de 250 centímetros cúbicos se reducen todas las cantidades
dividiéndolas por cuatro. Por ejemplo, en la primera fórmula: 500 c. c. de
leche / 4 = 125 c. c. (Se usará 125 c. c. de leche), y así se dividirán por
cuatro las cantidades de los demás ingredientes.
Si no se dispone de lactosa, o si el niño tiene intolerancia a la misma, se puede sustituir con azúcar blanco común o con miel de buena calidad, en la misma proporción que la lactosa.
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