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viernes, 15 de julio de 2016

México cómo son sus habitantes


Méjico

CÓMO SON SUS HABITANTES 
Y CÓMO COMPORTARSE EN ESE PAÍS

Por Robert Escarpit

     Lo más característico de Méjico es la gran amplitud de la jerarquía social. Son mejicanos con el mismo título y patriotismo el sabio ilustre, conocido y respetado por todos los intelectuales de todo el mundo, y el indio medio desnudo que vive de la caza con su arco primitivo en la selva tropical. En Méjico es posible encontrar toda suerte de mestizos. El indígena y el español son los dos antepasados contradictorios que el mejicano siente vivir en sí con una mezcla de amor y de odio, de vergüenza y de fidelidad. Los psicólogos lo califican de complejo. En todo caso, es en esa sensibilidad donde nacen susceptibilidades o se crean malentendidos.

    Tres consejos.Conviene dar tres consejos al europeo que piense ir a Méjico: no llegar como conquistador; no juzgar antes de tiempo; no criticar sin saber.

    Sin los cuales los mejicanos, que han sufrido todo tipo de conquistas (¡fuimos conquistadores suyos y nos costó caro!) le juzgarían con menosprecio. Conviene también procurarse un mínimo de informaciones. Méjico es uno de los países peor conocido. Conocí a un funcionario de Asuntos Exteriores que situaba a Méjico en América del Sur.

    Una de nuestras revistas literarias más serias, lo denominaba el país de los incas, confundiéndole con el Perú, del que está separado varios millares de kilómetros. No faltan los que atribuyen a Méjico las Pampas y los gauchos de la Argentina, las sambas del Brasil o los vaqueros de Tejas.

    Lo primero que debe hacer el viajero que desea visitar Méjico es documentarse un poco, si ya no lo estaba, en historia y geografía principalmente.

    Sin conocimiento de causa no hable de generales ni de revoluciones.Un arraigado prejuicio hace creer que en Méjico todos los soldados son generales y que los pronunciamientos están a la orden del día. Es cierto que la revolución de 1910 creó muchos generales en Méjico, así como en Francia lo hizo la Liberación, en 1944; pero el actual régimen se mantiene desde hace muchos años y las instituciones democráticas no funcionan ni mejor ni peor que en otros países. También es verdad que hay algunos aspectos de violencia o corrupción en la vida política, que puede sorprender al viajero que llega del Viejo Mundo. Los mejicanos critican a su gobierno libremente. No les imite usted. Les molestaría que lo hiciese un extranjero y negarían lo evidente. El patriotismo (o patrioterismo) mejicano es muy susceptible. Ama extraordinariamente su bandera, adora su himno nacional y rinde honores a los de otros países. Use usted esa misma cortesía; es de rigor.

    En Méjico hay cosas muy bellas y algunas que no lo son. Sea discreto si saca fotografías, y no haga ninguna de una casa o ser viviente, sin haber pedido antes la autorización a los interesados. No insista si un indígena no quiere ser retratado; sin duda piensa que no está bien vestido y que se reirán de él  cuando lo vean en otros países.

    El funcionario mejicano, generalmente mal retribuído, suele tener la costumbre de pedir una propina por el servicio proporcionado. A esto le llaman morder, lo cual es sólo especialidad de Méjico; tienen además la ventaja de morder con gracia y tacto. Dobléguese sin protestar ante esa costumbre y no creo por ello que aquí todo se compra con dinero. Más de uno le arrojaría los billetes que se le hubiese ofrecido de mal modo, ofendido en su pundonor nacional. Jamás un mejicano vende su dignidad, ni renuncia a un gesto caballeroso por todos los dólares del mundo.

    Asuntos de dinero.Si le roban alguna cosa, como es muy probable que suceda, será ingeniosamente, y algo de poco valor para evitar una denuncia. Le agradecerán que en atención a la astucia empleada se les perdone el hecho, porque piensan que después de todo, si tanto le interesaba conservarla, habría debido tener más cuidado.

    Si a un muchacho cualquiera de la calle le dice usted que tenga cuidado de su coche, aunque seguramente había venido dispuesto a quitarle algo del auto, se hará matar antes de que alguno lo toque. La confianza es la mejor defensa. El contrato verbal, lo mejor respetado. 

    Saben de antemano que usted regateará al comprar. Hágalo, pero con discreción. Cuando un artesano le ofrezca un objeto de arte popular mejicano por un precio ridículamente bajo, tenga presente que le habrá costado algunas semanas de trabajo y conténtese con una pequeña rebaja, por su dignidad de comprador. Si él ha ganado más de lo que esperaba, alégrese usted con él. Siempre le habrá resultado barato. No obstante, no distribuya su dinero con profusión. Sería el mejor medio de que se burlaran de usted después de aprovecharse de su generosidad. Por lo demás, el indio no es ambicioso; sólo desea lo necesario para poder vivir y trabaja lo estrictamente indispensable para lograrlo.

    Trabajos pequeños.Un mejicano trabaja mucho cuando es preciso. Los que digan lo contrario no advierten que suelen trabajar con desgana cuando el dueño o encargado les resulta desagradable. Trate a sus empleados como iguales, pero sin familiaridad; a pesar de ello, tema que una sirvienta mejicana trate de inmiscuirse en sus asuntos familiares. Vive independiente, en el piso que le está destinado en el ático. Son muy limpias (esta es una cualidad de su raza). Quieren a los niños; agradecen que se les trate bien; pero el día menos pensado desaparecen porque se han cansado de trabajar o por haber reunido algún dinero. La gente del pueblo vive al día, sin preocupaciones. Abunda el trabajo de artesanía. Todos los años el cartero, el basurero, el limpiabotas, el jardinero, el aguador, que lleva el agua potable, el que lleva los periódicos y el vigilante que silba por las noches para advertir a los ladrones de su presencia, todos le harán una visita protocolaria pidiendo un aguinaldo. Además de la fiesta nacional, Navidad y Año Nuevo, cada uno tiene su día festivo.

    Cuando le lleven una tarjeta escrita en verso... ya sabe usted lo que significa. Cuando el mejicano ha ganado lo suficiente para vivir, no trabaja más, a menos que sea un caso de fuerza mayor. Cuentan que un sombrerero estadounidense hizo un gran pedido de sombreros de paja a un cestero de Oajaca. En vez de bajar el precio ante la cantidad, el indio lo aumentó. El estadounidense le hizo notar que, tratándose de un pedido tan importante, el negocio era muy bueno; y el indio le contestó, meneando la cabeza:  «Sí, señor; ¡pero quinientos sombreros! ¡Lo que voy a aburrirme haciéndolos!...»          

    Cabeza de turco.Aunque el mejicano parece impasible, en el fondo es un bromista: tenga usted cuidado... Lo que más le divierte es el turista estadounidense, el gringo, por su manera de vestir y por su acento. Le comparan al pato Donald. En un pueblecito de Michoacán llaman a los estadounidenses los guiriminis, lo que dicho a su manera, es una corrupción del wait a minute, furioso dicho que usan los estadounidenses para elejar la horda de chiquillos que les ofrecen sus servicios. Procure usted que su traje no dé lugar a risas. Las gringas (estadounidenses) que se pasean por las calles en pantalones cortos, no lo harían si comprendiesen el sentido malicioso de los comentarios que a su paso hace la gente. El error contrario es vestirse con el traje nacional: las blusas de encaje, las faldas bordadas con colores vivos que sientan admirablemente al tipo moreno de las mejicanas, resultan ridículas en las siluetas de la Rue de la Paix o de la Quinta Avenida.   

    Los hombres deben vestirse como en Francia. Nada de traje de explorador con camisa de caza y salacot (casco colonial), etc... Si no, dirían que se había disfrazado de ingeniero inglés.    

    Es un indio de Francia.Si los mejicanos ven sencillez en usted, dirán: es de los nuestros; de lo contrario, le aplicarían lo que humorísticamente dijo un viejo cura de Tzintzuntzan: 
         Es un indio de Francia.     

    La amistad mejicana es muy sincera; trate de conservarla. El mejicano es ceremonioso, besa la mano a las señoras. Saludan a los hombres con fuerte abrazo, pecho contra pecho, y con fuertes palmadas en la espalda. Este saludo es de origen español. Los indios tienen también sus cortesías y refinamientos. Entre los tarascos el protocolo es largo y complicado. Los jóvenes se arrodillan ante sus mayores y les besan la mano. Se usan como fórmulas de cortesía las expresiones:  «Póngame a los pies de su señora esposa», o al final de una carta de negocios: «Me felicito por haber hecho un negocio con una persona tan respetable y distinguida como usted, y le ruego, una vez más, me considere como su sincero amigo y fiel servidor».

    Los mejicanos han conservado la afición al florilegio epistolar, que nosotros hemos perdido junto con el de la hipérbole. Si su interlocutor escribió alguna vez unos versos, puede usted llamarle ilustre escritor sin que se sorprenda. Por poca habilidad que tengan en su oficio un carpintero, un electricista,  o un albañil, se le llama maestro, igual que a un profesor universitario.   
Vista panorámica de la ciudad de México.
    Cumplidos.La hospitalidad mejicana es proverbial. No dicen: «Yo habito aquí», sino «esta es su casa», lo que da lugar a divertidos Quid pro quos. Yo conocí a un bromista que al decir «esta es su casa», añadía: «aunque yo la pago...» No crea usted que en estos casos se trata sólo de una figura retórica. El ofrecimiento es sincero. Tanto en un lujoso piso de los barrios nuevos, como bajo el techo de palma de un pescador del barrio de Patzcuaro, le recibirán con iguales agasajos. Aprenda usted a beber tequila aguardiente de pita— con una pizca de sal sobre el dorso de la  mano y un pedazo de limón entre los dedos. Aprenda también a poner la comida sobre la tortilla, o sea, sobre un pan de maíz que le servirá al mismo tiempo de plato, de pan y de tenedor. La comida mejicana es excelente, sana y variada, pero hay que acostumbrarse a soportar el pimiento picante que llaman chile, que resulta más fuerte que la pimienta de Cayena. 

    Si admira usted algún objeto en casa de un amigo, hágalo con discreción, porque se lo regalarán enseguida. Si recibe usted en su casa, hágalo bien, pero sin ostentación. Atender a unos huéspedes con mayor suntuosidad de lo que ellos mismos pudieran ofrecerle  sería rebajarles; y ellos se considerarían secretamente ofendidos. Pero tampoco escatime, porque entonces dirían que es usted codo o que viene de Monterrey; es decir, le llamarán avaro; y la avaricia es un defecto que no conciben los mejicanos.   

    Si tiene usted una sirvienta, es casi seguro que vea todos los días caras desconocidas que suben por la escalera de servicio; es su familia de ella compuesta por hombres, mujeres y niños, que esperan ayuda económica de su pariente que trabaja; todos ellos están dispuestos a hacer con gusto cualquier trabajo que usted les ordene. La familia por lo general es muy numerosa y muy unida y en ella abundan los niños y los parientes lejanos. Usted tendrá que preguntarles por todos los parientes ausentes... Esto es de rigor. Y debe saber que nunca ha de preguntar a un mejicano por su madre, sino por su mamá. La palabra madre implica una expresión injuriosa; y evítese conflictos, porque en Méjico la madre cuenta más aun que la esposa. 


    Amor.Si absurdas leyendas le han hecho soñar con amores fáciles y aventuras imprevistas, tendrá usted que ir a buscarlas en los cabarés que frecuentan los turistas. En Méjico la gente se acuesta temprano; es una ciudad de gente sencilla empleados, obreros, agricultores, etc.. Tal vez sea porque las noches son bastante frías, debido a los 2.300 metros de altitud. En Veracruz, por el contrario, hace mucho calor, pero a medianoche las calles también están solitarias. En todo caso, las mujeres no son nada fáciles. Son puritanas y apasionadas, en una mezcla desconcertante de estusiasmo y desdenes súbitos. El delito pasional es frecuente. El matrimonio, menos estable que en Francia. El hijo natural y la madre soltera son acogidos con benevolencia; pero ello no representa inmoralidad, sino indiferencia por el estado civil. No obstante, en público, los enamorados observan una conducta más seria que en otros países.

    La palabra flirteo no existe. Se hace la corte con mucha gentileza, ofreciendo a las novias mañanitas, o sea, serenatas de madrugada. Si el galán no sabe tocar la guitarra alquilará unos mariachis que debajo del balcón de la joven cantarán y tocarán. Si a ella le agrada se asomará y ordenará bebidas para los músicos. Algunas veces, en plena noche, se oyen guitarras y violines tocar en sordina un gallo (imitación del canto del gallo).                            

    La muerte.Al indio no le preocupa saber dónde y cuándo nació; tampoco le preocupa cómo y cuándo morirá. La muerte es un personaje cotidiano tanto hoy como en el tiempo de Huitzilopochtli, el dios de los sacrificios. Los indígenas mezclan a un ferviente catolicismo, un fondo de ritos y leyendas paganos. Les desagrada que se asista a sus fiestas religiosas por pura curiosidad; y hay que tener presente que si le permiten entrar es sólo por puro favor. En todo caso conviene asistir con una actitud reverente y tener preparadas una justa recompensa.

    El mejicano es casi siempre muy piadoso... pero a veces, anticlerical. Es preferible no abordar el tema religioso. Desde hace muchos años sostienen con tesón una gran revolución económica y social. Se sienten orgullosos y con razón, de los buenos resultados obtenidos, sobre todo por haberlos conseguido exclusivamente con sus propias fuerzas, y contando muchas veces con poderosas oposiciones.

    Si alguna vez admira usted el viejo Méjico, acuérdese de que le agradecerán que admire también el nuevo. Observe el folclore, arte popular, iglesias antiguas, ruinas precolombinas, mercados, costumbres, que son muy interesantes, pero aprecie también detenidamente las escuelas, los institutos científicos, las carreteras, las granjas colectivas y las nuevas industrias: no lo sentirá usted y dará un merecido gusto a sus amigos.

    De los extranjeros, el que mejor se adapta al país es el francés, porque gran número de costumbres mejicanas se parecen a las suyas más de lo que pudiera imaginar. Esto hace que se establezca un afecto recíproco. No he conocido a ninguno que al volver de este país no se haya encariñado con él, y no se sienta más humano... más sencillo.
    Saber vivir internacional. [Varios autores]. Traducción de Celia de Aimerich.
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Robert Escarpit (1918 - 2000) fue un sociólogo, escritor y periodista francés.

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