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miércoles, 28 de enero de 2015

El legendario Juan Domingo Perón

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     Por primera vez en internet se publica un artículo bastante objetivo e imparcial sobre el militar y político argentino Juan Domingo Perón. Asimismo, se añaden al final del mismo unas notas aclaratorias y complementarias de la información.


El legendario 
Juan Domingo Perón

Por David E. Reed (1)
  
     Procedía de los más remotos confines de la Argentina: de la desolada frontera de la Patagonia, en el extremo meridional de América del Sur, tierra de grandes haciendas y cruel soledad. De muchacho aprendió a montar, a cazar y a tirar al blanco. Sus mentores fueron los gauchos, que le inculcaron las prendas morales fronterizas: confianza en sí mismo, reciedumbre y tenacidad. De aquel origen surgió quien, con el correr de los años, llegaría a ser la personalidad sudamericana más famosa del siglo XX.

Perón durante su primera presidencia.
     Juan Domingo Perón, tres veces presidente de la República Argentina, tenía la estampa con que sueña el agente de publicidad: 1,80 m. de estatura, noventa kilogramos de peso, deslumbrante apostura y una amplia sonrisa que prodigaba casi constantemente. Enfundado en su uniforme de general, electrizaba a las multitudes con los vibrantes y apasionados discursos que les dirigía desde el balcón de la Casa Rosada, la sede presidencial en el centro de Buenos Aires. A menudo desfilaba montado en brioso corcel por las principales avenidas de la capital. Durante su ascenso de relámpago y la mayor parte de su vida política tuvo a su lado una joven y bella esposa: primero a la ardiente Evita y, tras la muerte de ésta, a Isabelita, que estaba destinada a convertirse en la primera Presidenta del hemisferio occidental.

     La extraordinaria carrera política de Perón, que duró tres decenios, suscitó devociones profundas y amargos odios. Dos generaciones de trabajadores argentinos llegaron a ver en él a un mesías, de laya más o menos socialista, que elevó su condición y les dio conciencia de su dignidad. Muchos otros argentinos lo denunciaron como fascista, dictador y oportunista agitador de masas. ¿Quiénes estaban en lo cierto? En diferentes momentos de su vida, quizá unos y otros.

     Perón nació el 8 de octubre de 1895 en Lobos, localidad ubicada a unos cien kilómetros de la ciudad de Buenos Aires. Su padre, dueño de una hacienda, descendía de italianos, escoceses y vascos franceses; por la línea materna sus antepasados eras españoles e indígenas. Cuando el niño tenía cinco años de edad, su familia se fue a vivir a la Patagonia, casi dos mil kilómetros al sur.

     Juan Domingo y su hermano mayor aprendieron las primeras letras en casa, con un preceptor. A los nueve años de edad lo enviaron a una escuela de Buenos Aires. «No fui ni muy estudioso ni muy aplicado» recordaba Perón en su vejez. A los quince años ingresó en el Colegio Militar de la Nación, donde a falta de distinciones académicas logró sobresalir en los deportes. Tras graduarse de subteniente a los dieciocho años de edad, en 1913, fue durante muchos años campeón de esgrima del Ejército; también se distinguió como jugador en el equipo de polo, como esquiador y tirador de pistola.

     Durante un cuarto de siglo ascendió peldaño a peldaño en la jerarquía militar. En 1939, después de la muerte de su primera esposa, Aurelia Tizón, lo enviaron a Italia a estudiar táctica de montaña. El teniente coronel Perón conoció allí a Benito Mussolini, a quien posteriormente calificaría de «el hombre más grande del siglo», y se interesó en la faramalla socialista que predicaba a la clase obrera el fascismo italiano. De regreso en la Argentina, en 1941, se afilió a una sociedad secreta de oficiales ultranacionalistas y simpatizantes de Hitler y Mussolini. En 1943 esos militares derrocaron fácilmente al impopular gobierno civil derechista (2).

     Cuando repartieron los cargos entre los vencedores, Perón pidió y obtuvo el puesto de presidente del Departamento Nacional de Trabajadores. Era aquella una entidad gubernamental casi moribunda, pues entonces la nación había sido gobernada según los intereses de su oligarquía de terratenientes. Los trabajadores percibían salarios apenas suficientes para subsistir, y vivían en la mayor pobreza en los cinturones de miseria de Buenos Aires y otras ciudades. En cuanto Perón asumió su nuevo cargo, llamó uno a uno a los líderes sindicales y les preguntó qué querían para sus agremiados. Tras exponerle los dirigentes sus agravios en forma tímida, Juan Domingo Perón instó al Presidente de la República, general Edelmiro J. Farrel, a decretar mejoras. Y se apartó aun más de la tradición; se ganó la simpatía de los trabajadores al sentarse en ellos en tabernas, donde bebía vino barato y hablaba en la jerga peculiar de los obreros. «No se podía menos que apreciarle recuerda uno de sus adversarios. Hacía creer cualquier cosa a quienes le oían, aunque uno supiera que estaba equivocado».

     Llovieron beneficios para los trabajadores: salarios más altos, un amplio programa de seguridad social, viviendas baratas, jornada laboral de ocho horas... Y ellos pagaron a Perón con una lealtad a toda prueba que constituiría su baluarte político durante treinta años.

     En enero de 1944 conoció a una actriz de la radio de veinticuatro años de edad: María Eva Duarte. “Evita”, como ella misma insistía en que todos le llamaran, nació en el seno de una familia pobre, en una aldea de la pampa. A los quince años huyó a Buenos Aires a buscar fortuna en el mundo del espectáculo. Alta y rubia, estaba dotada de elegante presencia e intelecto ágil. Evita era tan ambiciosa, impetuosa y segura de sí misma como Perón y (según dicen) mucho más dura y vengativa. Hay amigos suyos que recuerdan haberle oído decir: «Algún día seré alguien».

Junto a Eva Perón, en 1946.
     Perón le dio una oficina en la Secretaría de Trabajo y Previsión. Si éste era ya actor nato, con la tutela de Evita aprendió a dramatizar aun más: llevaba uniforme blanco entre sus colegas oficiales vestidos de color caqui; se hacía fotografiar (inmaculadamente ataviado y sonriente) colocando ladrillos y cavando zanjas. Cuando empezó a correr el rumor de que había un idilio entre él y la joven actriz, Perón contraatacó airosamente: «Mis enemigos me acusan de enredarme con faldas. ¿Qué esperan que haga? ¿Que me enrede con hombres?»

     El poder del coronel iba en aumento. Sin dejar la Secretaría de Trabajo y Previsión, fue nombrado ministro de Guerra, y luego vicepresidente de la República. Orador de altos vuelos, era capaz de hacer que las muchedumbres rieran, lloraran o se enfurecieran. Luego sobrevino el desastre: algunos colegas oficiales, celosos y alarmados ante su creciente popularidad, le obligaron a dimitir de sus tres cargos el 9 de octubre de 1945, al día siguiente de haber cumplido la edad de cincuenta años. Arrestaron a Perón y lo confinaron en una isla del río de la Plata.

     Instados por él desde su encierro, los dirigentes laborales organizaron una huelga general para el 17 de octubre. Evita recorrió incansablemente los distritos fabriles, instigando a los obreros a que hicieran ese día una manifestación de masas ante la Casa Rosada. Miles de trabajadores se volcaron por las calles de la ciudad hasta que la plaza de Mayo se atestó de manifestantes que coreaban: «¡Perón! ¡Perón! ¡Viva Perón!» Los militares capitularon. Perón fue llevado en triunfo a la Casa Rosada y apareció en un balcón (la primera de sus múltiples apariciones en los casi treinta años siguientes). Y, con una sonrisa extendida de oreja a oreja, conjuró la explosiva confrontación que él mismo había suscitado.

     Como hacía calor aquella noche, muchos hombres de la multitud se quitaron la camisa. Al día siguiente un diario llamó desdeñosamente a los manifestantes “los descamisados”. Perón y sus partidarios se apropiaron aquella expresión y la convirtieron en símbolo de su floreciente movimiento.

     Cinco días después de la manifestación, Juan Perón y Evita se casaron. El coronel se presentó abiertamente como candidato a las elecciones presidenciales de 1946 y salió victorioso por una mayoría del 56 por ciento de votos. Mientras las clases altas se horrorizaban, el nuevo Presidente, con Evita a su lado, encabezó el desfile obrero del primero de mayo. Pero en una maniobra que le ganó el aplauso de todas las clases sociales, tomó medidas para acabar con la dominación económica extranjera: adquirió para la nación el sistema ferroviario, que había sido de los ingleses (3), y la compañía telefónica, hasta entonces en manos del capital estadounidense (4). Además obtuvo el derecho de voto para la mujer. Al acelerar el ingreso de la Argentina a la era industrial, trató de poner fin a la desequilibrante dependencia nacional de las exportaciones de productos agrícolas y lanzó magnos programas que dieron a la República escuelas, hospitales y represas.

     Aunque llegó a la presidencia por elección popular, había en Perón una vena dictatorial. Hizo que su incondicional Congreso que promulgara una ley que convertía en delito “faltar al respeto” a los funcionarios del gobierno, y llegó a encarcelar a millares de personas (5). Ordenó purgas políticas en los tribunales, en las universidades y en la burocracia, y hostilizó a algunos periódicos independientes (6). Al oponérsele no solo la vieja aristocracia, sino también muchos profesionales de clase media y jóvenes intelectuales, la Argentina se polarizó como nunca. 

     También provocó severas críticas en el extranjero por el gran número de fugitivos nazis a quienes dio refugio seguro en el país cuando acabó la segunda guerra mundial (7).

     Al anunciar en 1951 que presentaría su candidatura para la reelección, Perón propuso que se nombrara a Evita candidata a la vicepresidencia. En este último punto las Fuerzas Armadas se le opusieron tan vigorosamente que juzgó más sensato desistir. Él, sin embargo, con el voto de las mujeres recién emancipadas, obtuvo una victoria aplastante.


Juan Perón y Eva Perón en campaña presidencial de 1946 en Mendoza (Arg.). La 2.ª  mitad del vídeo es de 1947 en la misma provincia.
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     Pero tal triunfo se vio empañado por el duelo. Evita, entonces de treinta y tres años de edad, presentó un cáncer incurable y murió una cuantas semanas después de la toma de posesión de su marido, en 1952. A partir de entonces declinó la estrella o suerte de Perón. Al asumir la presidencia en 1946, la Argentina era un país rico, con una fantástica reserva monetaria equivalente a 1.700 millones de dólares en oro y divisas. Seis años después esa riqueza ya casi se había esfumado. Los programas de previsión social habían impuesto una pesada carga a los recursos nacionales. La industria y la agricultura estaban estancadas. La inflación era incontenible (8). 

     Los disidentes culparon de todo ello al dispendio y a la mala administración de Perón, y en septiembre de 1955 las Fuerzas Armadas se apoderaron del gobierno. Perón huyó al Paraguay. Parecía que “el líder” estaba acabado. De casi sesenta años, en desgracia, degradado de su rango militar, borraron su nombre de los libros de historia, y los diarios, al referirse a él, sólo le llamaban “el tirano depuesto”.

     Perón acabó fijando su residencia en Madrid, donde compró una suntuosa mansión. ¿Con qué dinero? Según sus detractores, con una pequeña parte de las grandes sumas que extrajo de las arcas de la Argentina; según él, con fondos aportados por sus leales.

     El general se casó por tercera vez en 1961, a la edad de sesenta y seis años. La novia, María Estela Martínez, o “Isabelita”, acababa de cumplir treinta. Hija de un funcionario bancario bonaerense, había dejado los estudios al terminar la primera enseñanza, y después ingresó en un grupo de danza. Conoció a Perón en 1956, en Panamá, y desde entonces le acompañó en sus continuos viajes. Isabelita era mujer de tranquila dignidad y encanto sereno. Ambos daban largas caminatas por las calles de Madrid; él le enseñó esgrima, y todas las tardes se ejercitaban media hora con el florete.

     Durante los diecisiete años que Perón pasó en el exilio, la Argentina resultó ser virtualmente ingobernable. Los peronistas, y sobre todo la poderosa Confederación General del Trabajo, con dos millones y medio de afiliados, no olvidaban a su líder y se negaron a colaborar con ocho gobiernos sucesivos tras la caída de aquel (9). Sin embargo, las Fuerzas Armadas se oponían insistentemente a su retorno. Perón declaró varias veces: «Podría yo volver apoyado en los cadáveres de un millón de argentinos; pero no quiero eso».

     Por fin, en 1972, hasta entonces el último de los gobiernos militares de Argentina, reconoció no poder gobernar eficazmente y se convocó a elecciones presidenciales. Se permitió a Perón, a la edad de setenta y siete años, regresar triunfalmente a su país (hazaña política insólita, si no única, de un hombre fuerte ya depuesto).

     No había deseado ser presidente otra vez. Estaba viejo. Tenía una enfermedad cardíaca. Prefería desempeñar el papel de Eminencia Gris. Héctor J. Cámpora, político sin gran lustre que se decía a sí mismo “el obsequioso servidor” de Perón, fue nombrado candidato del partido Justicialista y ganó las elecciones por un amplio margen. 

     Sin embargo, Perón no se pudo permitir el lujo de convertirse en un viejo estadista consejero. Cámpora cayó bajo la fuerte influencia de los izquierdistas. Para aplacar la creciente tensión, Perón regresó a Buenos Aires en junio de 1973. En julio dimitió Cámpora. Contra el consejo de sus médicos, el general decidió presentar su candidatura a la presidencia. Algunos argentinos refunfuñaron por su elección de Isabelita como candidata a la vicepresidencia, pero esta vez Perón se salió con la suya. La candidatura “Perón-Perón” obtuvo un triunfo arrollador: el 62 por ciento de los votos.

     Cuando el anciano líder tomó posesión de su cargo, el 12 de octubre, la plaza de Mayo volvió a atestarse; pero en esta ocasión estaban presentes muchos de sus antiguos enemigos: negociantes, terratenientes, burgueses, militares que consideraban a Perón como la mejor esperanza de unificar a un país con graves conflictos. Y esta vez también vieron a un nuevo Perón. En aquella y las siguientes apariciones, el hombre que había polarizado a la Argentina instó a la reconciliación nacional, al diálogo, a la avenencia entre los diversos partidos políticos. «Los días de gritar ¡Perón! ¡Perón! han pasado ya dijo a sus descamisados. Denunció al terrorismo y, con su carismática presencia, moderó a muchos de los jóvenes izquierdistas que se habían sentido atraídos por él, considerándole una figura opuesta al poder establecido (10). El general redujo radicalmente la inflación y elevó las exportaciones a un nivel sin precedente. Vivió sólo ocho meses y medio después de ocupar la presidencia por tercera vez. No obstante, como reconocieron muchos críticos de antes, en ese lapso se elevó a la grandeza. 

     Perón apareció en público por última vez el 12 de junio de 1974, en el balcón de la Casa Rosada. Unos cuantos días después cayó en cama y tuvo que quedar confinado en la residencia presidencial de Olivos, ubicada en un suburbio de Buenos Aires. El 29 de ese mismo mes Isabelita asumió el cargo de Presidenta interina, y el primero de julio, a la 1,15 de la tarde, murió el general Juan Domingo Perón.

     El féretro, envuelto en la bandera azul y blanca de la República Argentina, desfiló lentamente por las calles de la capital en un armón de artillería arrastrado por un jeep. El cuerpo estuvo solemnemente expuesto dos días en el recinto del Congreso, donde también había estado el de Evita veintidós años antes. La gente se formó en columnas de ocho en fondo y varios kilómetros de longitud para mirarlo por última vez. Muchos esperaron veinticuatro horas o más bajo la lluvia. A veces la multitud entonaba la vieja marcha Los muchachos peronistas, aunque la mayor parte del tiempo guardaba respetuoso silencio.

     Ricardo Balbín, de setenta años de edad, dirigente de la Unión Cívica Radical, que había contendido con Perón en las elecciones de 1951 y 1973, representó a los políticos argentinos al pronunciar el discurso fúnebre en la mañana del 4 de julio. Dijo: «Este viejo adversario despide a un amigo». El cadáver de Perón fue conducido después a Olivos, donde sería colocado en una modesta capilla. Cientos de miles de personas formaron valla en la mojada ruta. Al paso del féretro los espectadores lloraban, arrojaban flores, agitaban pañuelos. «¡Adiós, mi general! gritaban. ¡Chao, viejo!». Fue una abrumadora expresión de duelo nacional de un hombre que, sin duda alguna, ha sido único.
     «Selecciones» del Reader´s Digest, tomo X, núm. 54.
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Notas de Sherlock: (1) El autor de este artículo, David E. Reed (1927 - 1990) fue un periodista estadounidense. Trabajó de redactor viajero para el Reader's Digest.   Escribió artículos acerca de más de una docena de guerras, entre las cuales están la guerra de Corea, de Vietnam, de Angola, Nicaragua, etc. También escribió artículos acerca de otros conflictos en otros países
 El      (2) El periodista se refiere al gobierno democrático del presidente Ramón S. Castillo. El general Perón fue uno de los los responsables de ese golpe de Estado y uno de los que intervino en el mismo. 
(3)       (3) Aquí el periodista se equivoca en varias cosas: primero, no todos estaban de acuerdo (ni lo están) con la estatización de las empresas privadas. Segundo, los ferrocarriles en Argentina cuando estaban manejados por los británicos funcionaban de manera óptima y el servicio era excelente. Después, al pasar a ser manejados por el Estado, el servicio se hizo malo, tanto en atención a los pasajeros como en la parte técnica. El tercer punto equivocado, es afirmar que Perón logró, como si fuera una hazaña, estatizarlos. En realidad, a los británicos se les terminaba el contrato de los ferrocarriles en 1947, con lo cual, el traspaso de los mismos a manos del Estado fue una consecuencia natural e inevitable y no una hazaña de Perón. 
4)      (4) Este punto es igual al anterior: la empresa telefónica manejada por los estadounidenses fue excelente. Al pasar a manos del Estado argentino, en aquel entonces muy corrupto (igual que años después), hizo que el servicio al consumidor se hiciera bastante deficiente. Como ejemplo, basta citar el hecho que un ciudadano que pedía la instalación de un teléfono en su casa, la mayoría de las veces la compañía del Estado tardaba de diez a veinte años en instalar la línea y el teléfono. Esto no sucedía cuando la compañía telefónica era de capital privado, y tampoco sucede hoy estando otra vez en manos de capital privado. 
(5)       (5) Entre las personas honestas más famosas que fueron encarceladas, estuvo el diputado Ricardo Balbín (fue privado de su libertad repetidas veces) y la madre del gran escritor Jorge Luis Borges, sólo por manifestar no estar de acuerdo con el gobierno. En este último caso, muchos célebres escritores de todo el mundo pidieron a Perón que libertara a la madre del literato. El gobierno al fin accedió por la repetidas quejas de los hombres de letras. Además, los actores que no estaban de acuerdo con el gobierno o afiliados al partido, eran incluidos en una lista negra y luego les era imposible conseguir trabajo. Casos famosos fueron: el exilio del actor Francisco Petrone, por estar afiliado al partido comunista. Las actrices Libertad Lamarque y Niní Marshal fueron prohibidas. La primera tuvo que emigrar a Méjico porque nadie la contrataba, por una discusión que tuvo con Eva Perón, cuando ésta hizo un papel menor en una película y pretendió que le dieran el papel principal. Éstos fueron los casos más sonados; pero hubo muchos más actores y cantantes que fueron víctimas de la misma injusticia. 
        (6) Además de hostilizar a varios periódicos, Perón logró prohibir y cancelar el diario “La Prensa”, de Buenos Aires. También conviene saber que todas las estaciones de radio estaban vigiladas por el gobierno. Cualquier radio que criticara al gobierno era cerrada. 
      (7) Entre los nazis más famosos a los que Perón dio asilo, están Adolf Eichmann y Josef Mengele. 
         (8) La inflación empezó a aumentar mucho a partir de 1950. Entre 1950 y 1955 el promedio de inflación fue de alrededor del 80 % anual. Es decir, una hiperinflación. El gobierno no fue capaz de reducirla. 
     (9) La C. G. T. de la Argentina fue, y sigue siendo actualmente, un enorme foco de corrupción por enriquecimiento ilícito. Casi todos sus jefes se hicieron multimillonarios desde que ascendieron dentro de la organización. Nunca fue juzgado ningún sindicalista corrupto.
     (10) Esos izquierdistas era el grupo llamado “los montoneros”, un grupo terrorista de ideología comunista que Perón incluyó demasiado generosamente para sumar sus votos en las elecciones de la fórmula “Perón-Perón”. Poco después, ese grupo terrorista asesinó al sindicalista José Ignacio Rucci, que era amigo de Perón. Por ese hecho lamentable, en una de las apariciones de Perón en el balcón de la Casa Rosada, se enfadó con los montoneros, llamándoles “imberbes” y “estúpidos”, y les ordenó  que se marcharan de la plaza de Mayo. Perón al fin se dio cuenta de que había sido demasiado generoso con ellos, al permitirles unirse al partido Justicialista. Los miles de asesinatos cometidos más tarde por los montoneros y por los miembros del E. R. P. (Ejército revolucionario del pueblo; otro grupo terrorista de ideología marxista) contra hombres, mujeres y niños inocentes (la gran mayoría de ellos no participaba de una lucha armada), jamás fueron juzgados; dichos crímenes están todos impunes.  La mayor parte de esos asesinatos fueron perpetrados después de la muerte de Perón. La feroz matanza contra ciudadanos civiles de estos grupos guerrilleros fue reprimida eficazmente por las Fuerzas Armadas, desde el tercer gobierno democrático de Perón, luego el de Isabel Perón, y después, muy especialmente, desde el gobierno militar de facto que gobernó desde 1976 hasta 1983. Este gobierno militar aplastó de manera feroz la actividad de los montoneros y del grupo E. R. P., abatiendo a miles de guerrilleros y abortando un golpe de Estado marxista, que ya estaba planeado y a punto de perpetrarse, con ayuda financiera y estratégica de la Unión Soviética y Cuba.

2 comentarios:

Martín dijo...

Muy bien artículo pero contiene un error muy importante: Eva Perón no intervino en la gesta del 17 de Octubre, es más, ni siquiera salió de su domicilio durante ese día por propias órdenes de Perón.

Sherlock dijo...

Martín: ¡Gracias por comentar!