Dónde se debe
enterrar
un perro
Este editorial de Ben Hur Lampman fue, entre los publicados por el Oregonian de Portland, uno de los que mayor eco hallaron entre los lectores de ese diario, que han solicitado una y otra vez su reimpresión.
Uno de los suscriptores del Argus, de Ontario, ha escrito al director preguntándole: “¿Dónde debo
enterrar mi perro?”
Nosotros
contestaríamos a tal pregunta que hay varios sitios donde puede darse sepultura
a un perro. Viene en este momento a nuestra memoria cierto perdiguero cuyo
pelaje era una llama bajo la caricia del Sol, y el cual, hasta donde a nosotros
se nos alcanza, jamás abrigó un pensamiento sórdido o indigno. Este perdiguero
está enterrado al pie de un cerezo, bajo dos metros de blanda tierra hortense,
y cuando la estación llega, el cerezo cubre de pétalos la verde grama de su
sepultura. La inmediata cercanía de un cerezo o de un manzano, o de cualquier
arbusto que florezca, es sitio excelente para enterrar un perro que nos amó en
vida. Bajo la sombra de esos árboles, al pie de aquellos arbustos, durmió él en
los amodorrantes días del verano, o se tendió con deleite a roer un hueso, o
levantó la cabeza para desafiar a un intruso. Ésos son sitios buenos para el que
vive o para el que ha muerto; aunque, en realidad, la elección del lugar no
tiene mauor importancia. Porque si al perro se le recuerda con cariño, si los
ojos del alma suelen verlo acercarse saltando, tal como hacía cuando estaba
vivo, con aquella su mirada luminosa, alegre, suplicante, no importa dónde esté
durmiendo ese perro su sueño eterno. Puede ser en un cerro donde el viento
descargue sin trabas sus furiosas disciplinas y haga gemir los árboles que se
doblegan a su paso, o al lado de un arroyo que él conoció cuando era
cachorrillo, o en un rincón de la dilatada pradera donde el ganado trisca
alegremente. Lo mismo da un lugar que otro si el recuerdo perdura. Pero hay un
sitio mejor aun para enterrar el perro que nos amó y que amamos.
Si usted le da sepultura en ese sitio,
vendrá cuando lo llame… vendrá atravesando las gélidas y obscuras fronteras de
la muerte, por el bien recordado camino, hasta llegar a su lado. Y aunque usted
tenga en torno suyo docenas de perros, ninguno de ellos habrá de gruñirle ni
disputarle el sitio, porque estará donde le corresponde. Habrá gente que se
mofe de usted; gente que no crea en ese acercamiento del leal amigo porque no
ve la hierba doblarse bajo sus pisadas, ni oye su leve quejido; gente que,
quizás, nunca supieron lo que es, en verdad, tener un perro. Páguele con una
sonrisa, porque usted sabe algo que está oculto para ella, y que vale la pena
saber. El mejor sitio para enterrar un perro noble y bueno, es el corazón de su
amo.
Ben Hur
Lampman: How Could I be Forgetting?
(Binfords & Mort).
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