El notable escritor español Noel Clarasó (Barcelona, 1899 – 1985) se ha destacado por su libros de novela psicológica, de humorismo, policíacas y de terror. También ha escrito libros de autoayuda excelentes, y en un castellano puro y con frases ingeniosas y ribetes artísticos, características de que carecen la gran mayoría de esta clase de libros. He aquí algo interesante y provechoso de uno de sus libros.
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El tesoro del tiempo
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Aprovecha para vivir mejor todo el tiempo que te deje libre tu trabajo.
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El tiempo es oro, se dice. Y se dice poco. El tiempo es mucho mejor que el oro y tiene cualidades permanentes que el oro no ha tenido jamás.
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El oro se ha de ganar. Se ha de luchar para ganarlo. El tiempo, no. Es un tesoro que recibimos a cambio de nada. Cada mañana, al levantarnos, nos encontramos con un tiempo nuestro, para nuestro uso y goce personal, del que podemos disponer como mejor nos parezca.
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Y no hay irregularidades ni injusticias en la distribución. Todos recibimos el mismo cupo de tiempo diario. Nadie tiene hoy, a partir de este momento de la mañana en que empieza a usar la vida, más tiempo que tú. Otros disponen de más dinero, de más influencia, de más secretarios. De más tiempo, no. Y —ésta es una idea que siempre me ha parecido maravillosa— nunca se nos castiga por haber desaprovechado el tiempo, dándonos menos al día siguiente. Todos los días, un día cualquiera de la vida, podemos levantarnos decididos a hacer el mejor uso de nuestro tiempo. Lo hallaremos todo, limpio y entero, aunque hasta entonces lo hayamos usado mal.
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Y a nadie, por hacer buen uso de su tiempo, se le dará más al día siguiente. Todos, el vago sin cabeza y el trabajador genial, reciben el mismo tiempo todos los días, y sólo de ellos depende desperdiciar este tiempo o aprovecharlo todo. Y también de ellos depende gozar cada hora y cada minuto de este tiempo, o aburrirse sin advertir las posibilidades de goce que hay en el tiempo que pasa.
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El tiempo nos pertenece sin discusión. Es el auténtico tesoro con que nos obsequia la vida. Podemos hablar de mi tiempo, mis horas, cada uno de mis asuntos. Es un regalo que nos hacen en plena propiedad. Y el tiempo que reciben otros no es mejor que el nuestro. Todos los recibimos en la misma cantidad y de la misma buena calidad.
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Para hacer la vida mejor hemos de aprender a aprovechar todo nuestro tiempo. Hemos de vivir cada día como si fuera el único día de que disponemos para ser felices y para gozar. Hemos de saber convertir nuestro tiempo diario en el único tesoro verdaderamente personal e intransferible.
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Hemos de empezar por exigir de los demás que respeten nuestro tiempo. Esto es muy importante. Ellos tienen el suyo, y allá ellos si lo desperdician en actividades que ni les aprovechan ni les divierten. Pero nadie tiene derecho a robarnos ni un solo minuto de nuestro tiempo precioso.
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La atención con el prójimo, la cortesía, exigen cierta cantidad de tiempo. Es cierto, y el tiempo que dedicamos a ser corteses con los otros es tiempo aprovechado. Pero pasado el límite que cumple la cortesía, hemos de saber defender nuestro tiempo como leones y no hemos de tolerar que nadie, sin necesidad, por teoría, por aburrimiento o por incapacidad propia, nos impida el total goce o aprovechamiento de este tesoro nuestro inapreciable.
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Hemos de vivir siempre en estado de guerra declarada contra todo lo que nos haga perder tiempo inútilmente; y contra todos los que, olvidados del más elemental respeto, intenten disponer de nuestro tiempo como de cosa propia.
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Los dos peores enemigos de nuestro tiempo son las esperas y las visitas inútiles, o la parte inútil de las visitas necesarias. Hemos de saber organizarnos la vida de tal forma que suprimamos, en lo posible, toda espera, y hemos de saber interrumpir toda visita cuando ya ha cumplido su fin.
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A veces las esperas son inevitables. Si el tren de las seis llega a las seis y media, no tenemos más remedio que esperar media hora en la estación. Para este caso, harto frecuente, hemos de saber aprovechar la espera. Tres son las reglas básicas de este aprovechamiento de las esperas inevitables.
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1.ª No impacientarse jamás. La impaciencia es un estado interior negativo, destructivo y malo que no conduce a nada ni remedia nada. Es una pérdida grande de energía interior. Nunca nuestra impaciencia ha influído en los acontecimientos externos para precipitarlos.
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2.ª Tener previsto el aprovechamiento de las esperas posibles. Basta con un pequeño libro en el bolsillo, o un papel y un lápiz. Para leer, tomar notas o dibujar cualquier ocasión es buena.
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3.ª Obsevar atentamente todo lo que hay y sucede a nuestro alrededor. La observación es fuente inagotable de conocimiento y de goce. La observación fecunda consiste en pensar la forma de mejorar cualquier dispositivo u objeto destinado a un uso concreto. Todo es susceptible de mejora. Basta pensar: «¿Qué modificaciones harían esto más útil para el fin que cumple?»
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También sirve observar a las otras personas que esperan, observar sus reacciones y sus rostros, y escuchar sus palabras y sacar consecuencias que aumenten nuestro conocimiento de la humanidad.
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Muchas veces, para evitar la impaciencia y gozar el tiempo de espera, basta observar a los otros que se impacientan.
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La única defensa contra la prolongación excesiva de las visitas es la decisión de interrumpirlas. Decir:
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—De acuerdo, de acuerdo.
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Y, en seguida, iniciar el gesto de despido. Esta sencilla frase «de acuerdo», repetida y acompañada del gesto adecuado, basta para que los que no saben despedirse tomen la sana determinación de hacerlo.
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Se castiga al que dispone del dinero de otro y no se castiga al que dispone del tiempo de otro, que vale más que su dinero, haciéndole esperar u obligándole a prolongar una entrevista inútil.
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El hacer esperar es una de las instituciones de la vida moderna y casi siempre se debe a una falta de organización en el trabajo. Y el admitir que el hombre ha de esperar, es uno de los conceptos falsos más introducidos. Algún día se abrirá una campaña cordial contra las esperas inútiles de la que surgirá un bien para todos y un aumento de la capacidad humana de gozar la vida.
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No sólo tenemos derecho a defender nuestro tiempo, sino que, si queremos mejorar la vida y gozarla más, no tenemos otro remedio que defenderla. Pero esta defensa no ha de ser jamás en detrimento de las buenas relaciones entre los hombres. Tened siempre bien presente esta máxima: Evita que los otros te hagan perder el tiempo, pero trátalos de manera que todos sean tus amigos, te saluden y te llamen por tu nombre.
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La consecuencia natural del respeto a nuestro tiempo exigido a los otros, es el respeto nuestro por el tiempo ajeno. En esto hemos de ser inexorables con nosotros mismos: en no hacer perder tiempo a los otros. Antes de tener una estrevista pensemos siempre la forma de decirlo y resolverlo todo con la mayor brevedad; no hagamos concesiones a la conversación inútil y sepamos decir «adiós» una sola vez, a tiempo, y marcharnos en seguida.
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Observad, de paso, que muchos se despiden tres o cuatro veces, y hasta se estrechan tres o cuantro veces las manos antes de separarse. ¿No adelantarían más y acabarían antes, despidiéndose una sola vez?
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¿Qué significa la frase tener tiempo?
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Desde luego, nadie puede disponer de veinticuatro horas, porque el día sólo tiene veinticuatro. Pero tiempo se tiene siempre el mismo. Di que no puedes hacer una cosa cuando has de hacer otra; que la harías en otra ocasión, si hace falta. Pero no te excuses jamás con la falta de tiempo, que suele ser una excusa falsa. Tener tiempo, más que cuestión de tiempo es cuestión de usarlo todo y bien. Asombra lo que se puede llegar a hacer en un día totalmente aprovechado.
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Y asusta lo que se puede hacer en una vida, si se han aprovechado bien todos sus días.
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—Es que yo prefiero no hacer nada. Gozo mejor el tiempo si lo desperdicio.
—Bien; allá tú. ¿Cómo has tenido paciencia de leer hasta aquí? Yo no quiero perturbar tu felicidad. Perdona. Pero el daño no es inevitable: cierra el libro, cruza las manos, entorna los ojos y que vivan los otros.
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Respeta siempre el tiempo ajeno y exige de los otros rigurosamente que respeten tu tiempo.
«Vive más, vive mejor», por Noel Clarasó. 1.ª edición: Barcelona, 1957.
1 comentario:
Mi querido Amigo: Que sabias palabras... realmente el tiempo que se nos da es un don que tenemos que saber cuidar y valorar (nuestro o ajeno). Excelente... siguenos deleitando con estos escritos... Gracias
Silvia
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