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lunes, 21 de mayo de 2012

El doctor Brackett.


El doctor Brackett

Por Damon Runyon

DRAMA DE LA VIDA REAL   

    El doctor Brackett era un hombre excelente. Por muchos años recetó a más personas que cualquier otro médico de nuestro pueblo; pero hizo menos dinero que nadie. Lo cual se debió a que siempre recetaba a quienes no tenían dinero para pagarle.

    A medianoche, hiciera el frío que hiciera, solía levantarse y recorrer quince o veinte kilómetros para llevar consuelo a una mujer, o alivio a un niño, o para vendar a un hombre que se había herido.

    Todo el mundo en nuestro pueblo conocía su ocina, situada en los altos de la tienda de Rice. Al pie de la angosta escalera había un letrero que guiaba a los pacientes.

    El doctor Brackett era soltero. Un vez estuvo por casarse con la señorita Elvira Cromwell, hija del gerente del banco; pero el día de la boda recibió una llamada urgente y tuvo que salir para una granja distante, donde un niño estaba muriéndose. El señorita Elvira, enojada por aquello, canceló la boda. «Un hombre dijo a quien un niño le importa más que su novia, no es bueno». Muchas otras mujeres de nuestro pueblo opinaron lo mismo; pero los padres del niño le bendijeron, llenos de gratitud, cuando lo hubo salvado.

    Durante cuarenta años, el lisiado, el ciego, el enfermo desvalido subieron las escaleras que conducían al gabinete del doctor Brackett. Nadie bajó de allí sin haber recibido ayuda y consuelo.

    Un día, cumplidos ya los setenta años, se reclinó en el sofá de su ocina y se quedó muerto. Fue el suyo uno de los funerales más pomposos que jamás se hayan visto en nuestro pueblo. Todo el mundo asistió, desde los más encopetados hasta los más pobres y humildes.

    Hablóse de colectar dinero para poner en la sepultura del médico una bella lápida que honrase su memoria. El proyecto adelantó hasta discutir lo que debía grabarse en la lápida; pero no pasó de allí, y nunca se hizo nada.

    Un día, George Gruber, el dueño de la ocina de pompas fúnebres, dio la noticia de que ya la tumba del doctor Brackett tenía una lápida y con epitao. Dijo que los padres del niño a quien el médico salvara habían estado sin sosiego porque su sepultura no tenía lápida, y como ellos no contaban con dinero para comprarle una, quitaron el cartel que estaba al pie de la escalera y lo pusieron sobre su sepultura.

    El cartel decía:
DOCTOR BRACKETT
SU OFICINA ESTÁ ARRIBA
__________
    «Selecciones» del Reader’s Digest, tomo XII, núm. 73. (Condensado por el R. D. de «In Our Town»).

martes, 15 de mayo de 2012

La lucha contra el aburrimiento Noel Clarasó


La lucha contra el aburrimiento

Por Noel Clarasó

Nunca las cosas son aburridas; las personas, sí.

    Hace siglos, un guerrero oriental asoló toda la tierra entonces conocida. La muerte era su aliada y el dolor su obra. Se hizo dueño del mundo, y al envejecer se desprendió de sus riquezas y se retiró a la soledad de un desierto a meditar. Allí vivió sin nada, desprendido de toda posesión. Y un peregrino que le visitó le dijo:
    Podías haber empezado por aquí; y te habrías ahorrado mucho trabajo y mucho daño a tus semejantes.
    Y el guerrero contestó:
    No podía ahorrarme nada. Tenía que vencer el aburrimiento para ser feliz.

    Este apólogo dene la verdad. Todo lo hacen los hombres para vencer el aburrimiento; hasta la guerra. Y luego, en la madurez, se dan cuenta de que el aburrimiento también se vence en la soledad gracias a la contemplación y a la meditación.

    Muchas de las acciones del hombre no son sino una lucha tenaz contra el aburrimiento. A todo lo que no es trabajo se le llama diversión. ¡Y si se han inventado maneras y formas de divertirse! Toda diversión no pasa de ser un episodio de la lucha tenaz contra el aburrimiento.

    Lo son la caza y la pesca, y lo son los espectáculos, y lo es la vida de sociedad, y lo son todas aquellas cosas con las que el hombre consigue despertar su entusiasmo o su interés por la vida.

    El aburrimiento es enemigo del goce de la vida. Todos hemos de combatir sin cesar el aburrimiento. Esto es una ley humana ineludible. Muchas veces la razón de nuestros actos sólo es ésta: para combatir el aburrimiento.

    El gran arte del goce de la vida consiste en combatir el aburrimiento sin daño para nadie del que tengamos que arrepentirnos luego, sin otras armas que las propias de nuestra naturaleza humana y de tal manera que las consecuencias no nos perjudiquen.

    No hemos de sucumbir jamás al aburrimiento; pero no hemos de acudir, para disiparlo, a medios perturbadores ni violentos. Nadie se aburre durante una batalla; es cierto; pero sería imperdonable que la guerra no tuviera más signicación que la de un esfuerzo humano contra el aburrimiento. Y creo que muchas veces no la tiene y es, de veras, imperdonable.

    La diversión es el contraveneno del aburrimiento; pero en la diversión hay un error frecuente: que muchos intentan divertirse con cosas que no les divierten. Observad los rostros de las personas que toman parte en una fiesta mundana, que pasan el rato en un café, que van lentamente de paseo una tarde de domingo, y os convenceréis de que están intentando vencer el aburrimiento sin conseguirlo.

    Este continuo sucumbir por rutina, por contagio, por falta de sentido crítico, a diversiones equivocadas, que nada pueden contra el aburrimiento frío y tenaz que nos consume, es uno de los mayores disparates y un atentado al goce de la vida.

    Las únicas armas para vencer el aburrimiento sin dolor para el prójimo son la atención y la observación, el interés y el entusiasmo.

    El hombre que observa con atención no se aburre jamás. Hay que observar hasta advertirlo todo y poner atención premeditada y actual en todo lo que se dice y en todo lo que se hace. Toda atención, toda observación, es un goce.

    Muchos hombres no tienen el espíritu observador. No ven el mundo que les rodea. Si la vida interior o alguna forma apasionante del pensamiento o de sueño les impide observar, bien hacen en cumplir con su genio; pero si carecen de vida fuerte interior y no observan por pereza o por mera distracción, sufrirán la angustia del aburrimiento. Y entonces la observación, si consiguen aprenderla, les hará un bien.

    Hay un sistema muy fácil para desarrollar la capacidad de atención. Consiste en sustituir mentalmente todo lo que nos rodea por otra cosa mejor. Si se trata de una persona que habla, se van sustituyendo sus palabras y sus gestos por otros más adecuados. Si la persona calla, se sustituyen los detalles de su rostro y su actitud, por otros. Si se trata de objetos, se sustituyen por otras formas más bellas o más adecuadas al uso a que se las destina.

    Una observación constante y muy atenta de las formas que nos rodean, de las personas y de la vida, es el mejor antídoto contra el veneno del aburrimiento. Y, por demás, manantial de goce.

    Ésta es una manera de luchar contra el aburrimiento en la inactividad; pero también la acción es aburrida muchas veces, sobre todo cuando es una forma de trabajo que no nos interesa.

    Hay dos actitudes en el trabajo: la de los que solo trabajan para acabar pronto y gozar luego de otra forma, y la de los que gozan en el trabajo que van haciendo. Solo en este último caso el trabajo vence el aburrimiento.

    La gran fórmula es ésta: interesarse en todo lo que se hace. Si un trabajo no nos interesa, dejémoslo. Y, si no tenemos más remedio que hacerlo, hallemos la manera de interesarnos en él. En toda acción, aun en la más pesada y rutinaria, podemos hallar un motivo de interés. Todo depende de nuestra curiosidad, de nuestra buena disposición, de nuestro afán para hacer las cosas bien o mejor que otro, y para sacar provecho y goce de todo.

    El arma denitiva contra el aburrimiento es el entusiamo. Algunos hombres son, por naturaleza, más entusiastas que otros. Ser entusiasta no quiere decir ser atolondrado o alborotado. Y menos dominarse mal. No. Se puede ser entusiasta y frío a la vez. Un hombre entusiasta es el que siente un vivo interés por lo que ve, por lo que hace, por lo que le dicen, por una forma o por una presencia. Y puede sentir entusiasmo sin calentarse, conservando en cualquier momento el dominio de sus impulsos, de sus palabras y de sus reacciones. Sin entusiamo se goza menos. Y no cabe decir que el entusiamo es un don natural. No; es un don que puede adquirir todo el que lo busca y lo solicita. Es entusiamo es, en muchos casos, un acto de voluntad.

    El que sabe crear su propio entusiasmo y consigue vivir siempre bajo la influencia de este impulso, es un verdadero maestro de la vida buena. Y pocas lecciones necesita. Él ha de ser quien nos cuente su secreto.

    Terminaré este breve relato de la lucha diaria contra el aburrimiento con dos consejos que nada perderá el que los siga. Y, sin duda, añadirá un goce a su vida:

    Preere siempre correr en vez de caminar, saltar en vez de correr, y actuar en vez de hablar.

    No abandones jamás la persecución de una idea, hasta verla realizada.

    ATIENDE, OBSERVA, INTERÉSATE, ENTUSIÁSMATE.
    «Vive más, vive mejor», por Noel Clarasó.