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jueves, 20 de octubre de 2011

El arte de olvidar.

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El arte de olvidar
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por Prentice Mulford
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.. La química del porvenir reconocerá que es la mente una verdadera substancia, como hoy son tenidos por substancias los ácidos, los óxidos y todos los demás principios químicos.
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.. No existe vacío alguno entre lo que llamamos el mundo material y el mundo mental o espiritual. Ambos están constituídos por substancias o elementos en grado distinto de sutileza, fundiéndose imperceptiblemente el uno con el otro. En realidad, la materia no es más que una forma visible para nosotros de los sutiles elementos a que damos el nombre de mentales.
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.. Nuestro invisible e impalpable espíritu hace fluir continuamente de nosotros un elemento de fuerza tan real como la corriente de agua que nuestros ojos materiales ven o como la corriente eléctrica que nuestros ojos no ven. Estas corrientes mentales se combinan con otras corrientes mentales y de tales combinaciones salen nuevas cualidades mentales, así como de combinaciones de varios principios químicos se forman principios o elementos nuevos, o con propiedades nuevas.
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.. Si arrojamos fuera elementos espirituales de odio, de pena o de dolor, habremos puesto en acción fuerzas dañosas para nuestra inteligencia y para nuestro cuerpo. El poder de olvidar no es otro cosa que el poder de arrojar muy lejos de nosotros los elementos mentales desagradables y perniciosos, poniendo en lugar suyo los que hayan de aprovecharnos para vivir sin dolor.
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.. Hemos de saber que el carácter de nuestra mente influirá siempre, favorable o desfavorablemente, sobre nuestros afectos y sobre nuestros negocios, ejerciendo determinada influencia sobre los demás, como que es un elemento que producirá sentimientos agradables o desagradables en los otros, despertando en ellos gran recelo o una fuerte confianza.
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.. El estado de inteligencia que prevalece en nosotros, o sea el carácter de nuestra mente, es el que conforma nuestro cuerpo y acaba por darle sus rasgos distintivos, haciéndonos odiosos o amables, repulsivos o atrayentes para los demás. Nuestra mente o espíritu es el que forma nuestro modo de andar, nuestro modo de movernos y nos da los ademanes y gestos que nos son propios. El más insignificante movimiento del menor de nuestros músculos obedece a un movimiento de inteligencia, a un deseo del espíritu. Una inteligencia determinada, determina siempre un especial modo de andar. Una inteligencia siempre débil, vacilante e insegura, determinará en el indivuduo una marcha igualmente insegura y vacilante. La mente es la que une en un solo conjunto todos los músculos del cuerpo y es también el elemento espiritual que encierra cada uno de ellos.
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.. Contemplad a un individuo, hombre o mujer, de esos siempre descontentos, sombríos o melancólicos, o solamente de los que decimos que tienen gran genio, y veréis en su rostro las huellas de la acción de esta fuerza oculta de su mente, modelando y constituyendo la expresión singular con que les conocemos. Son muchas las personas que no gozan nunca de buena salud, porque esta fuerza acciona en ellas lo mismo que un veneno y da origen a varias formas de enfermedad. Un pensamiento muy persistente dirigido a determinado propósito u objetivo, especialmente si este propósito ha de ser en beneficio de los demás tanto como en el propio beneficio, dará a todos nuestros nervios una fuerza extraordinaria, y no es en realidad más que un sano egoísmo esta acción que ha de beneficiar a los demás tanto como a nosotros mismos. Desde el punto de vista mental o espiritual, y en este mundo presente, todos nosotros constituímos una sola unidad, y no somos más que fuerzas que accionan las unas contra las otras, para el bien o para el mal, llenando esto que nuestra ignorancia llama el «vacío del espacio». Estas fuerzas son como nervios que se extienden de hombre a hombre, de existencia a existencia. En este sentido, pues, todas las formas de vida están unidas y fuertemente relacionadas, de manera que bien podemos decir que todos nosotros no somos sino los miembros de un cuerpo único. Un mal pensamiento o una acción mala, es como una pulsación de dolor que conmueve hasta el fin de la humanidad a millares de millares de seres organizados. Un pensamiento bueno o una acción benévola causa, pero en sentido agradable, los mismos efectos. Es, pues, ley de la naturaleza, que la ciencia ha demostrado, que no podemos hacer a nuestro prójimo un bien real ni causarle dolor alguno sin que nosotros mismos no participemos también de este mismo dolor o beneficio.
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.. La pesadumbre que causa una pérdida, sea ella de seres queridos o de bienes materiales, debilita mucho la inteligencia y el cuerpo, y nuestro dolor tampoco sirve de nada al amigo o pariente por quien lloramos, sino que más bien le hacemos perjuicio, pues nuestros pensamientos tristes llegan hasta las personas que han pasado ya a otras condiciones de existencia, y son fuente de dolor para ellas.
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.. Una hora de irritación o de mal humor, haya sido expresado o no con palabras, gasta una parte de nuestras fuerzas, sin beneficio para nosotros ni para los demás, creándonos tal vez, por el contrario, grandes enemigos. Directa o indirectamente, es indudable que perjudica siempre nuestros negocios. Las agrias miradas y las palabras duras alejan de nosotros a la gente de buenas costumbres. La irritación o el odio contra los demás son también elementos que contribuyen a la formación de nuestra inteligencia. Todas las fuerzas de nuestrra mente pueden ser empleadas para nuestro gusto y en provecho propio, del mismo modo que en el plano actual de nuestra existencia podemos contribuir, en una reunión de personas de buena voluntad, con las fuerzas de nuestro cuerpo, a procurarnos alegres distracciones y comodidad.
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.. De manera que hacernos capaces de arrojar fuera de nosotros mismos «olvidar» un pensamiento o una fuerza que ha de perjudicarnos, es un medio importantísimo para ganar fuerza corporal y claridad de inteligencia, y esta fuerza corporal y esta claridad de inteligencia son prendas seguras de éxito en toda clase de empresas. Es un medio también para fortalecer nuestra mente, y no hemos de olvidar que las fuerzas de nuestra mente accionan sobre otros seres, aunque se hallen muchos millones de leguas distantes, con ventajas o con desventajas para nosotros, con lo cual podemos afirmar que disponemos ya de una fuerza nueva, diferente y aparte de las que son propias del cuerpo; fuerza que está siempre en acción, obrando sobre nosotros mismos y sobre los demás, y aun afirmamos que es la fuerza que está más en acción en todo momento. Pero hoy usamos de ella sin saberlo, inconscientemente, y por tanto a ciegas, hundiéndonos así en el lodazal del infortunio y del error. Sabiamente y con plena conciencia empleada, esta fuerza nos proporcionaría todos los bienes imaginables.
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.. Esta fuerza es nuestro propio pensamiento, y toda idea que surja de él es de capital importancia para nuestra salud y para el buen éxito real de nuestras empresas. Una fortuna ganada a costa de la salud no puede considerarse como un verdadero triunfo.
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.. Toda inteligencia se educa a sí misma, en general, de un modo inconsciente, según el peculiar carácter o las cualidades propias del espíritu, y una vez ya hecha esta educación, es imposible cambiarla inmediatamente; también podemos, de modo inconsciente, haber educado nuestra inteligencia en estado de peligrosa turbación para nuestro espíritu. Y así nunca hemos de dedicarnos a esta obra en estado de inquietud, temiendo una fuerte pérdida o con el recelo de que esto o aquello no suceda como deseamos, todo lo cual son fuerzas destructoras que malgastan nuestras energías, nos disponen mal para los negocios y nos causan pérdidas materiales y aun también pérdidas de amigos.
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.. El aprender a olvidar es tan necesario y tan beneficioso como el aprender a recordar. Pensamos durante el día en muchas cosas que sería mucho más provechoso para nosotros tener completamente olvidadas. Ser capaz de olvidar o saber olvidar, es lo mismo que saber arrojar fuera de nosotros las fuerzas invisibles que nos han de causar perjuicio, conviertiéndolas en otro orden de fuerzas que nos pueden ser útiles.
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.. Pidamos persistentemente, y con firme voluntad, aquella condición de carácter que notemos en nosotros decaída o muy débil, y la sentiremos pronto aumentada y fortalecida. Pidamos, por ejemplo, mayor paciencia, mayor decisión o más claridad de juicio, más valor o más confianza en nosotros mismos, y veremos acrecentar estas cualidades en nosotros. Todas estas cualidades están constituídas por elementos reales, aunque forman parte de lo más sutil, de lo que no puede ser descubierto y reconocido por la química de la naturaleza.
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.. El hombre que está descorazonado, desesperanzado, o bien triste y quejoso, es que inconscientemente ha atraído hacia sí los elementos de estas condiciones de vida, apropiándoselas, debido a que su inconsciente mental está pésimamente educado. La inteligencia es de naturaleza magnética y por esto atrae hacia sí toda la fuerza mental en que se fija y la hace penetrar en sí misma. Despertemos en nosotros la idea de miedo, y el miedo aumentará en nosotros hasta el grado sumo. Dejemos de resistir a la tendencia al miedo, no hagamos esfuerzo alguno para arrojar de nosotros el miedo, y es lo mismo que abrirle la puerta para que penetre en nosotros; esto es, hemos «pedido» el miedo. Fijemos nuestra inteligencia en la idea del valor, y entonces nos veremos imaginativamente valerosos, y más valerosos seremos en realidad cuánto más tenazmente fijemos esta idea en nuestra inteligencia. Esta vez hemos «pedido» el valor, y el valor ha venido a nosotros.
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.. No tiene límite el mundo invisible para proporcionarnos toda clase de cualidades mentales. Con las palabras «pedid, y recibiréis», Jesucristo quiso decir que toda inteligencia que necesite de alguna cualidad, la pida continuamente y llegará a adquirirla. Pidamos, pues, con discernimiento y obtendremos siempre lo mejor.
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.. Cada segundo que empleamos en una sabia petición, nos dará un incremento de poder, que nunca es poder perdido para nosotros. Con este esfuerzo ganamos constantemente energías que podemos ir almacenando, pues no la hemos de gastar en mucho tiempo. Lo que necesitamos en todas nuestras empresas no es sino mayor poder, para alcanzar buenos resultados y llevar adelante nuestra fortuna; poder para realizar en torno de nosotros todo aquello que nos ha de favorecer y ha de favorecer a nuestros amigos, pues nosotros no podremos dar a comer a los demás, si nosotros mismos no tenemos con qué alimentarnos. Este poder no es la misma cosa que reunir en la memoria las opiniones de otras muchas personas o una serie de hechos sacados de los libros, los cuales frecuentemente demuestran el tiempo que son puras ficciones. Todo hecho verdadero, en algún grado o plano de la existencia, ha sido llevado a cumplimiento por el poder del espíritu o por las invisibles fuerzas originadas en la inteligencia, obrando sobre otras inteligencias, ya próximas ya lejanas, pero de un modo tan real, como es real la fuerza de nuestro brazo al levantar una piedra.
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.. Un hombre puede ser un ignorante, y, sin embargo, arrojar fuera de su inteligencia determinadas fuerzas que ejerzan influencia sobre los demás, así estén cerca o lejos, en forma que ha de resultar beneficiosa para su fortuna; mientras que el hombre estudioso podrá trabajar con toda su energía para obtener tan solo una miserable pitanza, y es que en la ignorancia tiene el hombre muy grande poder mental. La inteligencia no ha de ser como un saco donde se meten hechos y más hechos; la inteligencia no es otra cosa que un poder de acción para alcanzar aquellos resultados que se deseen. Escribir libros no es sino una pequeña parte de la acción que puede ejercer la inteligencia. Los más grandes pensadores primero trazaron el plan de su acción y después accionaron; así lo han hecho Colón, Napoleón, Fulton, Morse, Edison y otros muchos que lograron remover y conmover el mundo; obrando de este mismo modo lograremos iguales resultados.
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.. Todo plan nuestro, o propósito, o deseo, que se relacione con un negocio o con un invento, es una positiva producción de invisibles elementos mentales, y recordemos que la mente es así como un imán. Empezamos por producir una fuerza que va dirigida a la consecución de nuestro deseo, y si persistimos con energía en el propósito hecho, iremos acumulando fuerzas sobre otras fuerzas, la cuales de este modo se irán fortaleciendo también cada vez más, obteniendo al fin resultados cada vez más favorables.
Prentice Mulford.
.. Cuando abandonamos un propósito antes de haberlo conseguido, lo que hacemos es detener la aproximación de las fuerzas que venían ya hacia nosotros y detener igualmente las que habíamos ya logrado atraer y reunir. El éxito, en todo negocio, depende de la perfecta aplicación de esta ley. La persistencia en un propósito es el mejor modo de atraernos fuerzas o elementos favorables al mismo, de modo que sea cada vez más fácil su realización en el mundo exterior.
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.. Cuando nuestro cuerpo se halla en el estado que llamamos «sueño», estas fuerzas, o sea nuestra mente, están en plena actividad, ejerciendo su influencia sobre otras inteligencias. Si nuestro último pensamiento antes de dormirnos ha sido de ansiedad, de recelo o de odio contra alguno, su acción tendrá para nosotros tan solo pésimos resultados; pero si nos sentimos alegres, confiados y nos dormimos en paz con todos los hombres, entonces nuestra mente o espíritu será el más fuerte y su acción tendrá para nosotros los mejores resultados. Si el sol se pone sobre nuestra ira o nuestra rabia, mientras durmamos nuestra encolerizada mente accionará sobre las demás en este estado y su acción solamente nos traerá perjuicio.
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.. Tenemos, pues, una gran necesidad de cultivar el poder de olvidar lo que puede causarnos daño en nuestra vida espiritual mientras nuestro cuerpo descansa, para cambiar aquellos elementos perjudiciales en otros que sean atrayentes de lo bueno.
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.. Hoy día son inmensa generalidad los que no piensan nunca en averiguar y comprobar el verdadero carácter de su espíritu. Dejan que su fuerza mental o inteligencia se guíe por sí misma, y cuando se les ocurre una idea que les perturba hondamente, no saben decir «No quiero pensar en ello». De este modo atraen inconscientemente hacia sí mismos elementos o influencias que les perjudican, y sus cuerpos enferman a causa de la clase de ideas y de pensamientos que consienten en su mente tener.
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.. Inmediatamente que hemos descubierto el daño que nos causa la persistencia de alguna idea perturbadora, empecemos a poner en acción el poder de arrojar fuera de nosotros esta idea, y cuanto más nos ejercitemos en resistir a estos perjudiciales pensamientos, iremos constantemente ganando más y más poder para la resistencia al mal. «Resiste el diablo dijo Cristo, y el diablo saldrá de tu cuerpo». No diremos que sea lo mismo que un «diablo» el hecho de hacer mal uso de las fuerzas mentales; pero no hay duda de que tiene aun mayor poder para afligirnos y torturarnos. Un estado de inteligencia triste o melancólico es para nosotros un verdadero demonio. Puede ser causa de enfermedad y puede hacernos perder a nuestros mejores amigos y aun originarnos importantes pérdidas materiales, debiendo tener presente que el dinero contribuye no poco a la satisfacción de nuestras necesidades y a nuestro mayor bienestar, pues sin dinero tampoco podríamos mejorar. El pecado que indudablemente se encierra en la «pasión del oro», no estriba precisamente en sí misma, sino en amar más el oro que las cosas necesarias que el oro nos proporciona.
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.. Para obtener el mayor éxito en un negocio cualquiera, para hacer los mayores adelantos en un arte o para lograr todo el resultado apetecible en un estudio determinado, es de absoluta necesidad que durante el día y en repetidas ocasiones, nos olvidemos de todo y concentremos todas nuestas fuerzas en aquel negocio, en aquel arte o en aquel estudio; y aun será bueno antes de entregarnos a ellos, dejar en el más completo reposo nuestra inteligencia, para reunir nuevas fuerzas con que emprender con mayor impulso el objetivo propuesto.
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.. Estarnos continuamente girando en torno de un mismo plan, estudio o especulación, el cual llegaremos o no a realizar, es lo mismo que malgastar las fuerzas de nuestro cerebro en hacer girar la rueda de un molino, con lo cual nos estamos diciendo siempre la misma cosa una y otra vez, desgastando nuestas fuerzas en la repetida construcción de una sola idea, labor completamente perdida, pues con la primera vez bastaba, ya que todas las demás no son sino duplicados de ella.
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.. Si nos sentimos siempre inclinados a pensar o hablar de un asunto o cuestión determinada y no procuramos olvidarla cuando es menester, poniéndola siempre sobre el tapete en toda ocasión y en todo lugar; si mentalmente o conversando no nos esforzamos en tomar el tono general de lo que se habla en torno de nosotros, o no mostramos nunca interés por lo que interesa a los demás; si hablamos siempre tan solo de lo que nos importa a nosotros, callando cuando se hable de otros asuntos, caemos en el peligro de convertirnos en simples y en verdaderos maniáticos, destruyendo de este modo nuestra propia reputación y nuestra fuerza.
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.. El que así obra, acaba por hacer predominar en él una sola y única idea sobre todas las demás, tal vez sin quererlo, pues no ha aprendido a olvidar en determinadas ocasiones su propósito, pretendiendo además que los otros se adapten a sus propias miras. Por esta sola razón ha perdido el poder de olvidar, y no puede ya arrojar fuera de su cerebro la única absorbente idea que ha venido albergando, y así cada vez lleva todavía más hacia dentro esta única idea, rodeándose a sí mismo, a fuerza de pensar y de hablar siempre de lo mismo, de una atmósfera o elemento mental tan verdadero y positivo como son los elementos que podemos ver y tocar.
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.. Otros sienten en torno suyo la idea o el pensamiento de otra persona, y lo sienten desagradablemente tal vez, y es que hay quienes son capaces de sentir el paso o el contacto del pensamiento ajeno con un «sentido» que es innominado tadavía. En este sentido, sin embargo, que no siempre nos explicamos ni ejercemos conscientemente, está el secreto de las favorables o desfavorables impresiones que nos causan a primera vista determinadas personas. De nuestra mente fluye constantemente una especie de viva corriente, lanzando al espacio elementos mentales que afectan a otros desfavorablemente o favorablemente para nosotros, según que sus respectivas cualidades concuerden mejor o peor y según también la agudeza de sensibilidad que tiene la mente con la cual choca la nuestra; y téngase en cuenta que podemos ser afectados por el pensamiento de otra persona, esté muy cerca o muy lejos de nosotros. Así, podemos decir que estamos hablando con los demás mientras está quieta nuestra lengua, y que fabricamos elementos de odio o de destrucción cuando nos hemos ya retirado solos en la quietud de nuestros dormitorios.
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.. Un maniático se convierte muchas veces en un mártir, o él, cuando menos, lo piensa así. No hay causa que exija indispensablemente el martirio, a menos que sea por ignorancia, pues nunca fue, en efecto, de absoluta necesidad. El martirio implica siempre carencia de raciocinio o de tacto para la proclamación de un principio cualquiera, nuevo en el mundo. Analizad al martirizado y siempre hallaréis en el mártir una fuerza o una idea que le obligó a obrar en una forma antagónica y ofensiva para alguien. Un hombre de mucha inteligencia, a fuerza de pensar siempre en una misma idea, ha acabado por quedar obsesionado por ella. El antagonismo que ha ido formando entre su pensar y el pensar de los demás, ha existido primeramente en su propia inteligencia. «Yo no vengo con la paz dijo Cristo, sino con la espada». Mas ahora han llegado ya en la historia de este mundo los tiempos en que la espada será para siempre envainada. Hay personas de mucha bondad que hacen ahora uso incoscientemente de la espada, cuando de ser más avisadas emplearía mejor sus fuerzas. Mentalmente, podemos usar y aun abusar de la espada de la represión o corrección y de la espada de la aversión o del aborrecimiento contra aquellos que no escuchan o no entienden lo que decimos, y también la espada del desmerecimiento o prejuicio contra aquellos que no se avienen a adaptar nuestros peculiares hábitos o costumbres. Toda discordia mental o espiritual que descubrimos en nosotros contra los demás, es una verdadera espada, pero espada de dos filos, pues al herir a los otros nos hiere también a nosotros mismos. Tal es el elemento mental que arrojamos fuera, tal es el que en cambio recibimos. La venida del imperio de la paz no puede ser sino por la reconciliación de todas las diferencias mentales, haciendo amigos de los enemigos, haciendo en los hombres más eficaz el bien que hay en ellos que el mal, destruyendo su inclinación a la chismografía y al mal hablar e introduciendo en su mente ideas o cuestiones mucho más agradables y más provechosas, así haciéndoles gustar de una vida que tiene leyes, generalmente desconocidas, leyes que dan salud, felicidad y fortuna sin injusticia y sin daño para los demás. El bueno es el mejor abogado o defensor de sí mismo, pues hallará siempre en su camino la sonrisa de la verdadera amistad, así como el malo o el pecador no hallará nunca sino daño y enfermedad. El hombre o la mujer más repulsivos, la criatura más llena de engaño, traición o falsedad, necesita de nuestra piedad y de nuestra ayuda para todo, pues los tales, dando origen continuamente a malos pensamientos, son también el origen de su propia pena y sus dolencias.
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.. En nosotros mismos podemos ver que formamos un mal concepto de una persona de la cual hemos recibido un ligero desaire o nos ha causado un daño o una injusticia, y sucede que tal concepto perdura en nosotros hora tras hora y aún quizá día tras día; y puede muy bien ser que nos llegue a fatigar esa idea, pero no sabemos, sin embargo, arrojarla fuera de nuestra mente, pues no tenemos en realidad defensa contra el asedio persistente de una de estas fastidiosas y perturbadoras ideas, que acaban por hacer presa en la mente, y lo que hace buena presa en la mente, hace también presa en el cuerpo.
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.. Esta es la causa de que salga de nosotros contra una persona determinada un pensamiento hostil o de oposición, que no siempre parece visiblemente justificado, y es que formamos de los demás el concepto que los demás formaron de nosotros, lo cual viene a determinar un verdadero oleaje de hostiles y contrarias ideas, lanzando y recibiendo todos mutuamente esta clase de invisibles elementos y sosteniendo esta guerra silenciosa entre fuerzas invisibles, guerra en la cual acaban por salir siempre ambos combatientes perjudicados. Esta lucha de opuestos deseos y de fuerzas opuestas, existe constantemente en torno de nosotros; lleno está de ella el espacio.
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.. Esforcémonos, pues, en olvidar los pensamientos enemigos, no arrojando fuera de nosotros más que ideas amistosas y de bondad, con lo cual hacemos un acto de verdadera protección de nosotros mismos, del mismo modo exactamente que podemos defendernos con las manos de un ataque corporal. La persistente idea de la amistad y de lo bueno aparta a un lado las ideas de maldad y las vuelve completamente inofensivas. La recomendación de Cristo de que hagamos bien a nuestros enemigos está perfectamente fundada en una ley natural. Y es que Cristo sabía que la idea o el elemento del bien acrecienta mucho nuestro poder y previene y desvía todo daño que nos pudieran causar los malos pensamientos.
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.. Pidamos el completo olvido de una persona o de una cosa, cuando esta persona o esta cosa pueda despertar en nosotros el dolor o la indignación. «Pedir» es un estado de la inteligencia que pone en acción fuerzas que han de darnos siempre el resultado apetecido. La petición es la base científica de la plegaria, que no es lo mismo que suplicar. Pidamos constantemente nuestra parte de fuerzas, fuera de los elementos que ya nos rodean y mediante ellas podremos dirigir a nuestra inteligencia por el camino de nuestras mejores y más nobles aspiraciones.
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.. No hay límite en las fuerzas que podemos adquirir continuamente para acrecentar cada día nuestro poder mental. Este poder es tal, que puede alejar de nosotros todo dolor procedente de alguna honda tristeza o de falta de bienes, o de falta de amigos, o de alguna situación desagradable de la existencia. Este mismo poder nos da todo elemento intelectual cuando se desarrolla favorablemente para la adquisición de bienes materiales o de buenos amigos. La inteligencia fuerte arroja fuera toda molestia, toda fatiga y todo malhumor, olvidándolos e interesándose en alguna otra cosa de mayor provecho. La inteligencia débil cae fácilmente en el cansancio, en el malhumor y acaba por ser esclava de él. Cuando tememos que nos sobrevenga algún infortunio, el cual no podemos en modo alguno evitar, nuestro cuerpo se debilita, nuestras energías se paralizan; pero podemos, pidiéndolo constantemente y sin fatiga, lograr que nos venga del exterior un poder y una fuerza que arroje fuera de nosotros el medroso y perturbador estado de nuestra inteligencia, siendo este poder siempre el mejor camino para llegar al triunfo. Pidamos constantemente esta fuerza, y ella aumentará más y más en nosotros, hasta que no conoceremos ya el acobardamiento. Un hombre o una mujer de veras valiente y sin miedo, puede realizar grandes maravillas.
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.. El que tal o cual individuo deje de adquirir este acrecentamiento del poder espiritual, no prueba que el tal poder no pueda ser por otros adquirido. Cosas aun más maravillosas han sucedido en el mundo. Hace treinta años que aquel que hubiera afirmado que la voz humana podía ser oída en Nueva York desde Filadelfia, habría sido tenido por loco; y hoy la maravilla del teléfono se ha convertido en una de las cosas más vulgares. Los poderes inmensos de nuestra mente una vez reconocidos, convertirá al teléfono en la cosa más baladí y aun inútil. Hombres y mujeres: cultivemos todos y hagamos uso continuamente de esta fuerza, y así podremos cumplir en este mundo maravillas tales como ni la más desenfrenada fantasía se ha atrevido nunca ni siquiera a sospechar.
.. «Nuestras fuerzas mentales», por Prentice Mulford. Primera traducción al español, hecha por Ramón Pomés. (Editorial Maucci, Barcelona).