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viernes, 15 de julio de 2011

El placer de la conversación Noel Clarasó


El placer de la conversación

por Noel Clarasó
.. La palabra sirve para comunicar a nuestros semejantes que tenemos la suerte de no parecernos a ellos en nada.

.. El hombre busca la compañía de los otros hombres y se acoge a la conversación para comunicarles lo que no les interesa.
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.. La conversación, en sentido puro, es un intercambio de ideas, pero en la práctica se reduce a un intercambio de palabras, sin orden ni concierto, debido a la improvisación. El teatro nos da un gran ejemplo, porque es el único sitio en donde los personajes han ensayado antes lo que van a decir y las preguntas y las respuestas se corresponden. Esta circunstancia casual no se da nunca fuera de las tablas. Cada uno habla por su lado y se esfuerza en introducir en el mercado un tema o una opinión cuyo verdadero sentido nadie comprende. Cada uno está atento únicamente al tema que se propone a su vez introducir.
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.. Nadie busca la sociedad sólo para enterarse de las cosas de los otros, aunque a todo el mundo le gusta saberlas. Es normal que la noticia halague la curiosidad, pero su principal objeto es convertirse en tema de conversación cada vez que uno de los presentes entabla conversación con otros. Es decir, la noticia no tiene valor como información, sino únicamente como recurso, como leña que nos ha de servir para avivar el interés ajeno acerca de nuestras palabras. Sostener el interés de los otros sin darles noticias frescas es extremadamente difícil.
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.. Los que se limitan a hablar de sí mismos molestan y si lo hacen en tono confidencial, son insoportables. Si además piden que se les guarde el secreto, merecen que se les pegue un tiro. Sólo nos interesan los que hablan de otros pese a la falsedad de las historias que nos cuentan. Aun a veces despiertan mayor interés las historias falsas que las verdaderas. Sobre la verdad pura no se puede especular. La noticia que da margen a futuros temas de conversación es siempre una mezcla de datos ciertos, de suposiciones, de conjeturas, de rasgos de ingenio y de frutos de la imaginación. Contadme todo lo que sepáis de los demás y no me digáis más que mentiras. Este es el ruego secreto que hacemos a nuestros semejantes para sostener la llama sagrada de la conversación social.
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.. Antiguamente los filósofos se entregaban a la conversación en público. El ágora era la plaza pública de las ciudades griegas en donde la gente, ávida de saber, se reunía alrededor de un filósofo para conversar con él. El filósofo planteaba un tema que, en general, no tenía nada que ver con la vida privada de los vecinos, lo desarrollaba, resolvía las dificultades y admitía la controversia. De esta manera la antigüedad clásica pudo resolver una serie de magníficos conceptos y teorías que, a pesar de haber resultado todos falsos, han influído mucho en la formación del hombre.
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.. Pero aquellos tiempos han pasado a la historia. Hemos progresado y, hoy día, cuando nos reunimos para conversar, cada uno expone su tema al mismo tiempo que los otros. De esta perfección ha nacido la costumbre de reunirse alrededor de una mesa para estar más cerca los unos de los otros y, aprovechando la utilidad del medio, se han servido manjares encima de la mesa. Da la casualidad de que el hombre sólo dispone de un órgano para comer y hablar, y así, por lo menos, miestras come no habla, y se logra un cierto método, regulado, más que por el deseo de cada uno de manifestar su opinión, por su prisa en engullir.
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.. La necesidad espiritual de hablar no es siempre la necesidad de comunicar nuestras impresiones a los semejantes, ni la necesidad de decir algunas palabras determinadas, sino la pura necesidad de ejercicio muscular referida a la lengua, y corresponde al mismo orden que la necesidad de mover las piernas que uno siente después de un largo viaje en coche. El que sabe mitigar esta necesidad muscular de la lengua recitando poesías en la soledad puede resistir algún tiempo sin hablar y no necesita alternar en la conversación, principalmente si no se le ocurre nada. Para hablar no es necesario que se nos ocurra algo; pero cuando se nos ocurre algo, en general no podemos reprimir el deseo de comunicarlo a los otros. Una idea que se forja ella sola en nuestra mente, por su sola cuenta y riesgo, sin previo trabajo de elaboración, lucha por convertirse en palabras. Entonces nos parece absolutamente necesario para el bien de los otros decir aquello que se nos ha ocurrido. Si nuestra ocurrencia encaja oportunamente, la introducimos, y, si no, levantamos un poco más la voz y, después de algunos gestos de impaciencia, también la introducimos. Hay que tener muy encuenta este detalle: para introducir una ocurrencia propia en la conversación general en un momento cualquiera, aunque no sea el más oportuno, es absolutamente necesario levantar la voz. Todos los otros sistemas fallan.
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.. Si, a pesar de nuestros esfuerzos, no logramos introducirla, después de un tiempo de silencio nos parece que habría sido absolutamente inútil soltar aquel grupito de palabras. Este es un fenómeno cuyos alcances aún no he logrado comprender. Siempre nos parece absolutamente necesario decir aquello que se nos ocurre en el momento en que se nos acaba de ocurrir, y siempre nos parece absolutamente inútil decirlo unos momentos después. Quizá esta es la causa de que hablemos todos a un tiempo.
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.. ¿Cómo logramos entendernos, hablando todos a un tiempo? Perfecciones de la técnica moderna. Ésta es una de las mayores bellezas de la conversación, y se da el caso frecuente de cinco o seis personas en animada charla todas con la boca abierta a punto de soltar a grito pelado una idea que se les acaba de ocurrir. En este aspecto de la vida moderna las mujeres son más diestras que los hombres y nos llevan mucha ventaja. Ellas saben hablar todas a la vez, aunque no se les haya ocurrido nada. Sus palabras brotan, como el gorjeo de las aves, de su abundancia interior. Entre ellas hablan todas al mismo tiempo, cada una de lo suyo y lo más curioso es que, debido a una especial organización de su cerebro, logran entenderse perfectamente bien, y si a la pregunta de una contesta la otra con una cosa completamente distinta es únicamente para introducir nuevos y vigorosos temas en su conversación.
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.. Oída desde cierta distancia una conversación entre mujeres, da la sensación de un concierto en el que cada intrumento toca una pieza distinta, con la particularidad de que en ciertos momentos todos los instrumentos coinciden en la misma nota, se disparan luego cada uno por su lado y coinciden de nuevo. Sería curioso impresionar en una placa, como sonido puro, una conversación entre mujeres poco habladoras. Quizá la música entraría en un nuevo cauce. He dicho poco habladoras, porque la impresión de una conversación de mujeres habladoras y superlativamente dotadas no hay materia plástica que la resista.
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.. Quizá el secreto que hace posible las conversaciones consiste en que todo el mundo habla y nadie escucha. Es decir, es la práctica en común del mismo ejercicio. Como en el ballet. ¿Qué sucedería si un bailarín diera tres pasos y los demás se pararan a admirarle? No. Han de bailar todos a la vez, para la belleza del conjunto. Y en estas conversaciones tan frecuentes en que hablan todos a la vez también se busca la belleza del conjunto.
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.. La conversación ha de seguir evolucionando. La palabra es un placer puro sin finalidad práctica. Hablamos por el placer de hablar; no para meter una idea en la cabeza de otro, cosa, por otra parte, imposible. En una conversación animada podéis atreveros a soltar una retahíla de palabras sin sentido. Nadie se dará cuenta, y la conversación seguirá su curso normal, porque el sentido de las palabras que se pronuncian es lo de menos. Llegará un día en que la conversación en un plano superior se reducirá a consumir alternativamente turnos de palabrería, uno después de otro o todos a la vez. En los círculos que representen un índice más elevado de espiritualidad, se hablará siempre uno después de otro, y así el goce será completo, porque al placer de la emisión de la palabra se añadirá el placer de ser escuchado. Mientras uno hablará los otros pensarán: «Este señor es ahora feliz. Está entregado a uno de sus placeres. Démosle diez minutos para que goce plenamente, con la condición de que después escuche nuestras palabras». Después, otro consumirá su turno y después otro hasta el final de la sesión. Así como ahora decimos «voy a tomar un baño», diremos «voy a hablar», pediremos tanda en una reunión, soltaremos nuestros diez minutos de palabras y nos marcharemos a casa satisfechos y desahogados.
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.. Sostener una conversación no es fácil. Para el aprovechamiento de mis lectores he intentado reducir la técnica de la conversación a algunos principios que no introducen la más pequeña novedad. Me he limitado a observar lo que sucede y a codificarlo.
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.. Primer principio.La contradicción.
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.. Si uno sostiene una tesis y los demás, pese a su evidencia, se muestran conformes, la conversación languidece. Para evitarlo, ya que nos hemos reunido para conversar y no vamos a estar introduciendo tesis nuevas una detrás de otra, acudiremos a la contradicción. Esta es la forma adecuada a toda réplica. La contradicción es posible siempre, porque las verdades absolutas son raras y todas se prestan a enmiendas, peros y retoques.
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.. En un día caluroso de verano de aquellos de 39 a la sombra, un señor húmedo de sus reservas interiores, sostiene:
.. ¡Qué calor hace hoy!
.. Si los demás se limitan a asentir:
.. ¡Muchísimo calor!
.. ¡Un calor insoportable!
.. ¡Uf, qué calor!
el tema del calor, uno de los que, bien aprovechados, da mucho de sí, se agota en cuatro frases, y el buen señor, a pesar de sus sudores, ha de buscar otro nuevo tema. Es mejor no aceptar la tesis de manera absoluta y oponerle ciertas reservas:
.. Más hizo ayer.
.. El verano pasado fue peor.
.. Se conoce que no ha vivido usted en los trópicos.
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.. O, si se quiere, se puede apelar valientemente a la contradicción directa:
.. ¡No! Hoy no hace calor; corre un airecillo muy fresco.
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.. Lo único que se ha de evitar es llevar la conversación demasiado pronto al terreno personal:
.. Yo no siento el calor.
.. A mí me sienta mejor el frío.
.. En mi caso particular, el sudor me desintoxica.
.. Yo tengo una propiedad en Avellanejo.
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.. Cuando se ha llevado la conversación al terreno personal, entran en liza la alusiones, y la conversación puede, entre gente poco cuidadosa, llegar precipitadamente al final. Es sabido que el final de toda conversación consiste en la exposición de los puntos de vista personales.
.. Yo me levanto tarde.
.. Ayer estuve en el cine.
.. Yo me llamo Antonio.
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.. Pero antes de llegar a estas afirmaciones definitivas y sin contradicción posible, en buena táctica, se han de dar muchos rodeos.
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.. A veces el principio de la contradicción se eleva a un principio puro y se usa sin tomar en cuenta las consecuencias y corolarios. Un maestro en el arte de perder el tiempo conversando, dice:
.. ¡No! esto para empezar. Y lo que añade a continuación no tiene nada que ver con lo que se ha dicho antes. Es decir, el técnico sabe contradecir en el vacío, usar la partícula «no» únicamente como medio de introducción de sus temas personales.
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.. Segundo principio.Aferrarse a la opinión emitida.
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.. Es natural que cada uno de nosotros se sienta inclinado a emitir su opinión. Emitir una opinión ajena es una pedantería y demuestra un deseo ambicioso de dar a entender que uno ha leído libros o ha hablado antes con gente docta. Cada uno dispone de su cerebro más o menos dotado y de cierta dosis de espíritu crítico. Sin embargo, la opinión emitida no siempre corresponde a la realidad de nuestra manera de pensar, porque sobre la mayoría de las cosas no pensamos nada. No nos da tiempo. La vida es múltiple y el pensamiento uno; pero la opinión emitida aunque se haya escapado por sí sola, si nos damos cuenta de haberla emitido, cosa que no siempre sucede, adquiere fuerza, nos domina, nos encerramos en ella y la defendemos con argumentos a veces de una extraordinaria ingeniosidad.
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.. Si alguien nos interrumpiera para hacernos recapacitar sobre nuestras opiniones, precisarlas y fijar bien los términos de lo que sostenemos, y nos obligaran a analizar la íntima relación entre las opiniones manifestadas y nuestra manera de pensar, la conversación perdería muchos de sus encantos naturales.
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.. Tercer principio.Hay que empezar por hacerse oír.
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.. Muchas personas introducirán elementos importantes en la conversación, pero no logran hacerse oír. Este es otro arte. Hay que empezar por hacerse oír para no malgastarse en vanos esfuerzos. También el escritor ha de empezar por hacerse editar. Cuando lo haya logrado ya dirá cosas.
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.. Para hacerse oír sólo hay dos sistemas recomendables:
.. a) Decir cosas interesantes.
.. b) Gritar más que los otros.
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.. ¿Cómo nos atreveremos a recomendar el primer sistema siendo, en general, tan fácil el segundo? No todo el mundo es capaz de decir cosas interesantes, y todo el mundo es capaz de gritar en el estado normal de sus cuerdas vocales. Sería absurdo pretender que los afónicos tomaran parte en las conversaciones entre gente distinguida. Hay que partir siempre de los axiomas, y uno de los más evidentes es la mayor solidez de los materiales con que la naturaleza ha construído las cuerdas vocales comparados para los empleados para las circunvalaciones del cerebro.
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.. Hace cuarenta años (sé la historia por viejos amigos), un rico y famoso señor empadronado en provincias fué elegido diputado a cortes. Llegó al congreso con la cabeza llena de ideas y dispuesto a hacerse oír. Un grupo de amigos le acompañaban y asistían todos los días a la sesión dispuestos a oírle. Pasaban los días y el diputado no lograba encontrar un hueco en las discusiones para introducir los elocuentes frutos de su inteligencia. Los amigos se impacientaban. Llegó el último día de aquella tanda de sesiones y él les prometió que aquella tarde le oirían. Y así fué. En plena sesión, en uno de aquellos momentos en que los representantes de cinco grupos parlamentarios distintos se esforzaban en convencerse mutuamente, con redomadas frases, de su respectiva incapacidad mental, nuestro diputado se levantó, dio un terrible puñetazo en la cabeza del diputado que tenía sentado delante (a falta de mesa) y gritó con toda la fuerza de sus pulmones:
.. ¡Señoooores diputaaados!
.. Y se volvió a sentar para resolver en la mayor intimidad posible la cuestión personal del puñetazo. A la salida les preguntó emocionado a sus amigos:
.. —¿Se me ha oído?
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.. Cuarto principio.La amenidad en la conversación.
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.. Se habla de gentes de conversación amena. ¿Quiénes son?
.. Es difícil examinar todos los factores que contribuyen a la amenidad, pero existe un principio general según el cual todo el mundo puede lograr un grado bastante alto de amenidad, por lo menos en las conversaciones particulares. Consiste en no decir nada. Sonreír, asentir y comentar favorablemente las opiniones de los otros. En general, todos tenemos por gente de conversación amena a aquellos que nos dejan hablar sin interrumpirnos. No crea nadie que sea demasiado fácil. Muchas veces nos sentimos fatalmente arrastrados a introducir nuestrar opinión, contra todos los principios que regulan la amenidad, con el único fin de no enterarnos de la opinión ajena. Sentados los cuatro principios básicos de la conversación me limitaré a dar algunas indicaciones para su aplicación en la práctica, con la esperanza de que mis lectores se convertirán en perfectos conversadores.
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.. El caso de la conversación es lograr el fin que uno se propone. Cuando se habla por hablar, este fin se logra siempre. Cuando se habla para decir algo concreto, no. Es  muy difícil decir lo que uno se ha propuesto, y es mucho más difícil, si no se ha dicho, que el otro lo entienda.
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.. Hay personas que nunca dicen lo que quieren decir. No siempre es difícil entender lo que dicen, pero siempre es difícil entenderlos a ellos. Si les repetimos sus palabras tal como han sido pronunciadas, no las reconocen. No era aquello lo que pensaban. Una fuerza rige su cerebro y otra su lengua. Son gente dotada quizá de dos almas en vez de una. Con estas personas tenemos dos soluciones: o adivinar su pensamiento, o pensar en otras cosas mientras nos hablan.
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.. Para evitar el fracaso de la conversación, lo mejor es hablar por hablar. Hacer hincapié en el tono de las palabras; no en su sentido. En la emisión de la voz; no en las ideas que pueden ser representadas por aquellos hermosos sonidos. Probad a hablar sin sentido, pero cuidando la dicción, el gesto, la entonación, los cambios de voz y el énfasis, y os aseguro el éxito.
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.. Hay en la conversación, como en todo, placeres misteriosos. Para algunos, el placer consiste únicamente en no dejar hablar a los otros. Estos son los que interrumpen las frases a la tercera o cuarta palabra y contestan siempre antes de enterarse del contenido de la pregunta. En general, es sencillo sostener con ellos una conversación animada.
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.. La gente poco observadora aconseja «pensar lo que se dice» ¿Para qué? La palabra es precisamente un ahorro de pensamiento. O pensar o hablar. Cada cosa a su debido tiempo; pero dos cosas a la vez no se pueden hacer bien. Precisamente se habla cuando no se tienen ganas de pensar. No creo que sea posible pensar y hablar al mismo tiempo. Yo por lo menos no lo he probado, y no aconsejo a nadie que se ejercite en semejante desatino.
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.. Un truco de habilidad en la conversación consiste en no hablar nunca en serio. Así creen los demás que los errores son voluntarios y las barbaridades son sutilezas. La diferencia de hablar en broma y hablar en serio consiste únicamente en que el que habla en serio pretende hacerse responsable de lo que dice, y el que habla en broma, no. Claro que para hablar siempre en broma hay que estar muy seguro de uno mismo. Muy seguro de que no se está seguro de nada.
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.. Hay que tener en cuenta que el éxito en sociedad consiste en encontrar una manera de bien espiritual de burlarse de los otros. Todos los mots d'esprit, todas las «frases colocadas» todos los «rasgos de ingenio» se reducen a una burla fina, correcta, amable y espiritual de un buen amigo nuestro; pero ¿está esto bien? ¡Ah! Así es como me lo encontré y así lo dejo.
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.. La conversación íntima consiste en hablar de una tercera persona. Parece que lo más íntimo de cada uno es su opinión acerca de un tercero. A veces los dos que hablan coinciden en la opinión que les merece el tercero. ¡Pobre! ¡Cómo le dejan entonces!
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.. Y, para terminar, una máxima que se ha de tener siempre en cuenta cuando se trata de perder sabiamente el tiempo en la conversación en sociedad: Comunicar nuestras cosas a los otros es una imposición de nuestra naturaleza. Atender a lo que los otros nos comunican ya no es perder, sino derrochar el tiempo. Hacer como que se atiende es educación, y contestarles diciendo lo que no se ha pensado nunca es una de las mayores pruebas de sinceridad.
«El arte de perder el tiempo», por Noel Clarasó.

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