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viernes, 24 de junio de 2011

Un instante que cambió mi vida. (Drama de la vida real).

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Un instante que cambió mi vida
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Drama de la vida real
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por William F. Brown
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.. Podría jurar que aquella noche era yo el único ser despierto en la aldea. A las diez, según costumbre de entonces, casi todos los vecinos habían apagado su lámpara; yo, pasada ya la medianoche, estaba aún muy lejos de dormirme, embelesado por la lectura de un libro. Era la obra de un moderno filósofo ateo que consideraba la vida como una especie de casa de locos, sin sentido ni esperanza. De pronto, cuando me hallaba más abstraído en la argumentación materialista, unos golpes en la puerta del porche me hicieron saltar asustado.
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.. El famoso cuervo que llamó a la puerta de Poe no pudo hacerlo con mayor insistencia que mi nocturno visitante. Acudí, quinqué en mano, y encontré en la escalerilla de entrada a una mujer de la vereda de abajo, una sencilla granjera de ojos y cabellos negros y rostro bronceado por el sol.
.. ¿Qué pasa, Jane? le pregunté. Ella y yo llevábamos en mismo apellido de Brown y éramos amigos. Hacía dos semanas, según supe por los vecinos, habían traído a su esposo del hospital después de una operación.
.. Mi marido... Cree que va a morirse, William.
.. ¿Ha recaído?
.. Ya sabe usted cómo es Tom... Tenía demasiada prisa por volver a arar el campo y se le ha abierto la incisión. Vendrá una ambulancia por él; llegará a casa dentro de un hora más o menos. Tom quiere hablar con usted antes de que se lo lleven.
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.. Aun bajo la hechicera influencia del libro, alucinado por la audacia y lógica del ateísmo, yo era la persona menos indicada para dar asistencia espiritual a un hombre próximo a morir; pero sabía perfectamente bien por qué Tomás Brown había enviado a su esposa con la misión de llevarme a su cabecera.
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.. Para él, yo era en el lugar lo que más se aproximaba a un sacerdote. Como todos los otros cuatrocientos vecinos, Tom creía que para septiembre yo iba a ingresar en el seminario y que más tarde o más temprano regresaría para abrir la primera iglesia de la aldea. Mi hermana mayor escatimó y ahorró para que así fuese, y yo le había prometido en su lecho de muerte que me haría sacerdote. Pero ahora estaba seguro de que nunca podría cumplir mi promesa. La universidad me había abierto los ojos; mis ideas se habían ido haciendo cada vez más escépticas hasta que acabé por comprender que había perdido mi último resto de fe. En septiembre dejaría la aldea para recorrer el resto del mundo, y tratar de abrirme paso a mi manera, todo lo cual me proporcionaría extraordinario deleite. ¿Qué podía yo, que no creía ya en la existencia del alma ni en su inmortalidad ni en Dios, decirle a Tomás Brown que estaba tendido en su lecho cara a cara con la muerte?
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.. Tal vez Tomás esté en lo cierto cuando piensa que va a morirse dijo acongojada la mujer. A usted no le importaría que sea tan tarde para ir a verle, ¿verdad?
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.. Habría sido cruel negarme o exponer mis opiniones allí, en el porche a la luz de la luna. Me puse en el bolsillo, porque me pareció lo más natural, la pequeña Biblia regalo de mi hermana en cuya guarda había escrito ella mi nombre de su puño y letra.
.. Me limitaré a leérsela dije para mis adentros; así no comprometeré mis convicciones.
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.. En silencio bajé con la mujer por el estrecho sendero que llevaba a su casa. En el prado de la vereda esperaba Michael, el hijo de Tom Brown. Era un mocetón con el cabello y los ojos negros de su madre. Me dijo que su padre quería hablarme sin testigos.
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.. Aunque la noche era húmeda y calurosa, el enfermo tiritaba bajo un montón de mantas, con el rostro pálido y sudoroso.
.. Reverendo... murmuró.
.. Tom contesté estrechando su temblorosa mano, usted sabe que no soy reverendo.
.. Oficialmente no; pero en su corazón ya lo es.
.. Me incliné hacia él para poder oír cuanto susurraba.
.. Tengo miedo. No maté a nadie, ni robé dinero; pero he sido duro con mi mujer y mi hijo y no me he acordado de Dios. Nunca recé. Nunca dí limosna. Ahora lo estoy pagando. Sé que no resistiré a otra operación y antes de que sea tarde quiero confesar que estoy arrepentido. Reverendo... tengo un terrible miedo de morir.
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.. El pobre hombre me inspiraba lástima, pero no le tenía compasión y hay un mundo de diferencia entre una y otra. No sufría con él; su terror me parecía degradante y en cierto modo me repugnaba. «El perro muere como perropensé; ¿por qué no puede el hombre morir como hombre?» Pero en su indigno pánico Tom necesitaba ayuda. Saqué la Biblia del bolsillo y empecé a leer:
.. «Él me ha enviado para consolar a los afligidos... para liberar a los que están lacerados... La muerte es una victoria... En la casa de mi Padre hay muchas mansiones... voy a preparar un sitio para ti... y Dios quitará todas la lágrimas; y ya no habrá muerte, ni aflicción, ni llanto, ni habrá más dolor».
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.. Seguí leyendo hasta que en la faz de Tom Brown hubo una expresión de profundo alivio
.. Reverendo, ¿podría usted hacerme otro favor? me preguntó ansioso. ¿Podría prestarme ese libro? Quisiera llevarlo conmigo.
.. ¡Seguro! le respondí. Para mí ya no es de ninguna utilidad.
.. Una hora después Tom Brown iba camino del hospital.
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.. Regresé a casa y pronto caí en un sueño sin sueños. Indiferente al mundo quedé tendido en el lecho, completamente ajeno a que la muerte de Tom Brown  y todo el resto de mi vida iban a quedar ligados brevemente en fantástica asociación. Bastante después de levantarse el sol, me despertó otra llamada a la puerta; era el joven Michael Brown, pálido y desgreñado.
.. Papá murió al darle el éter dijo abruptamente. Se sentó en el sofá, dio vueltas a la gorra y añadió con ansiedad propia de sus 17 años:
... Llevó la Biblia de usted a la sala de operaciones. ¿Nos permitirá usted que le enterremos con ella?... ¡Gracias, William! Lo traerán a casa esta noche y mamá ha pensado que...
.. Un momento, Michael dije. Yo no puedo celebrar servicios.
.. El joven levantó la mano con expresión de confianza.
.. No se negará usted porque todavía no esté ordenado dijo. Todo el mundo se da cuenta.
.. Oiga, Michael (Le puse la mano en el hombro. Sólo le llevaba tres años). No me voy a ordenar. Ya no creo en la religión.
.. ¿Ni siquiera cuando está uno en desgracia necesita de nadie?
.. El hombre debe ser bastante fuerte para resistir solo en el mundo.
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.. Me di cuenta con desagrado de que mis palabras tenían el tono oratorio y dogmático que tanto detesto.
.. ¿Y cree usted que todo ha terminado para papá? ¿Que ya no le veremos más?
.. Tu padre está ya libre de todo sufrimiento y eso es algo de lo cual debemos alegrarnos repuse levantándome del sofá.
.. Pero Michael no se levantó. Continuó sentado, confuso y herido.
.. ¿Qué vamos a hacer? preguntó, dirigiéndose más a sí mismo que a mí. Los demás no somos tan fuertes como usted. Cuando tenemos una pena queremos que alguien nos anime y aconseje, no que nos rechace.
.. Pero repuse este pueblo tiene sus directores espirituales. ¿Por qué no acudir al viejo doctor Taylor? Siempre ha ayudado mucho a todos. Y el maestro del colegio...
.. Es cierto, reverendo interrumpió Michael. Son buenos e inteligentes de veras; pero tienen demasiado que hacer. Necesitamos de alguien que no tenga otra ocupación que nos conforte y mantenga en el buen camino. Su hermana de usted nos dijo que podíamos contar con usted... y también usted mismo nos lo dijo. ¿Cómo puede volverse atrás ahora?
.. Se levantó y vino hacia mí con los ojos como brasas.
.. ¡Usted tiene que celebrar algún servicio por mi padre! No me importa lo que piense o deje de pensar. No puedo ir a decirle a mi madre...
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.. Hubiera llegado a golpearme; estoy seguro de ello... y en aquel momento no me habría importado. Michael Brown había hecho estallar un volcán dentro de mí; un conflicto entre la emoción y el pensamiento, entre el corazón y la cabeza.
.. Dile a tu mamá que está bien le interrumpí. Será mejor que no le hables de lo que pienso.
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.. Y con la conciencia atormentada vi marchar al joven alto y cuadrado de hombros.
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.. Al comienzo de nuestra calle se alzaba una capilla de madera que dos años antes yo había ayudado a construir y que tiempo después pinté. A veces algún sacerdote de la ciudad que estaba de vacaciones en las cercanías oficiaba allí. Aquella tarde de junio ascendí a las gradas del púlpito; el féretro abierto en medio de la nave, mi Biblia entre las entrelazadas manos del muerto, y los deudos y vecinos en frente de mí.
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.. ¿Qué iba a decirles? Mi corazón se conmovía por la pena de todos, pero mi obstinado cerebro consideraba insensata aquella ceremonia. Estaba resuelto a mostrarme compasivo y consolador, pero no quería que mis palabras fuesen alimento del miedo, falso estímulo de infundadas esperanzas; quería consolarlos, pero no engañarlos. Casi pedí ayuda a Dios para no hacerles pensar que creía en Él.
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.. Amados hermanos empecé: nos hemos congregado esta tarde para rendir el último tributo a la persona cuyo cuerpo yace aquí tendido en los brazos de la muerte; al hombre que hace tanto conocíamos; al vecino cuya desaparición es una pérdida para todos.
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.. Hice una pausa, consciente del gran conflicto que había dentro de mí y de la gran angustia que atormentaba mi corazón. En aquel instante de titubeo dejé caer la mirada sobre la reluciente placa metálica del ataúd y sentí como si mi cerebro tambaleara... El nombre de la placa era William F. Brown... ¡Mi propio nombre!
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.. Una especie de vértigo se apoderó de mí; la nave de la iglesia, los asistentes al duelo, el féretro mismo empezaron a oscilar y fundirse en una especie de niebla. Durante un instante de pánico tuve la espantosa convicción de que era mi cuerpo el que allí yacía mientras que mi alma, como un fantasma, contemplaba mi propio funeral. Y sentí un miedo horrible... tan horrible como el que había sentido el pobre Tom cuando me pidió ayuda. En aquel pavoroso instante se desplomó mi soberbia y mis dudas se disolvieron junto con mi presunción. Ahora también necesitaba ayuda; necesitaba confianza; necesitaba a Dios.
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.. Por un momento permanecí allí conmovido y mudo. No supe hasta después, que el dueño de la funeraria, buscando el nombre de pila para ponerlo en la placa de Brown, vio el mío en la guarda de la Biblia y dio por hecho que era el del muerto. Pero en ese instante no traté de resolver el misterio; la solemnidad de muerte me abrumaba, y me consumía la necesidad de ánimo; la sencilla mortal necesidad de algún consuelo.
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.. Recobré la voz y empecé a hablar vacilando:
.. Se nos ha enseñado que el hombre fue hecho con un alma inmortal. Nunca ha habido nadie capaz de probar que eso no sea cierto. Debemos refugiarnos en la fe y creer esta consoladora verdad; porque se ha dicho que «quien cree sigue viviendo aunque haya muerto».
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.. Poco después, junto a la abierta tumba, vi cómo el sol arrancaba destellos a la placa metálica donde estaba mi nombre cuando bajaron el ataúd a la sepultura.
.. William me dijo la viuda cuando regresábamos a la casa, sus palabras me han dado consuelo. Usted está seguro, ¿no es cierto?
.. Jane, nunca estuve tan seguro.
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.. En septiembre salí para el seminario. El resto de mi vida he sido cura de pueblos pequeños, y doy gracias a Dios por no haber sido ninguna otra cosa. Ahora soy párroco. Y ninguna parte de mi tarea practico con mayor convicción que la de consolar a los afligidos; porque, aún hoy en día, lo mismo que aquella tarde lejana del funeral de Tom Brown, me siento como uno que murió y se levantó de la tumba.
.. «Selecciones» del Reader’s Digest, tomo XX, núm. 116.

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