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domingo, 28 de febrero de 2010

Chistes de salón.

Chistes de salón
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—Hija —dice la madre—, ¿no te he advertido mil veces que no dejes venir hombres extraños a tu apartamento? Tú sabes que cosas así me preocupan mucho.
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—¡No seas tonta, mamá! —contesta ella riendo—. Esta vez fuí yo al apartamento de él. ¡Deja que la mamá suya se preocupe!
[Super Service Station Magazine]
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A pesar de que el éxito le sonreía, un vendedor dotado de gran habilidad y extraordinario poder de convicción, se fastidió de la vida y resolvió quitársela. Ya había trepado a la barandilla del puente y estaba listo para dar el salto fatal, cuando se presentó un policía.
—¡Ea, amigo!—le gritó—. ¡Usted no puede hacer eso!
.—¿Por qué no? —contestó el vendedor, y se puso a discutir el punto con el policía.
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Pocos minutos después ambos se tiraron de cabeza al río.
[John Gambling, WOR]
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Carta al redactor de una columna de correspondencia popular:
"Tengo sólo 17 años y la otra noche estuve fuera de casa hasta las dos de la madrugada. Mi madre se puso furiosa. ¿Hice algo malo?"
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Respuesta: "Trate de recordar".
[Cecil Hunt, "Laughin Gas" (Methuen)]
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—Por fin —dijo un señor—; por fin después de tanto tiempo he conocido a una mujer que tiene los labios como a mí me gustan: uno arriba y otro abajo.
[Juan Verdaguer]

lunes, 22 de febrero de 2010

El tesoro del tiempo.

El notable escritor español Noel Clarasó (Barcelona, 1899 – 1985) se ha destacado por su libros de novela psicológica, de humorismo, policíacas y de terror. También ha escrito libros de autoayuda excelentes, y en un castellano puro y con frases ingeniosas y ribetes artísticos, características de que carecen la gran mayoría de esta clase de libros. He aquí algo interesante y provechoso de uno de sus libros.
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El tesoro del tiempo
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Aprovecha para vivir mejor todo el tiempo que te deje libre tu trabajo.
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El tiempo es oro, se dice. Y se dice poco. El tiempo es mucho mejor que el oro y tiene cualidades permanentes que el oro no ha tenido jamás.
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El oro se ha de ganar. Se ha de luchar para ganarlo. El tiempo, no. Es un tesoro que recibimos a cambio de nada. Cada mañana, al levantarnos, nos encontramos con un tiempo nuestro, para nuestro uso y goce personal, del que podemos disponer como mejor nos parezca.
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Y no hay irregularidades ni injusticias en la distribución. Todos recibimos el mismo cupo de tiempo diario. Nadie tiene hoy, a partir de este momento de la mañana en que empieza a usar la vida, más tiempo que tú. Otros disponen de más dinero, de más influencia, de más secretarios. De más tiempo, no. Y —ésta es una idea que siempre me ha parecido maravillosa— nunca se nos castiga por haber desaprovechado el tiempo, dándonos menos al día siguiente. Todos los días, un día cualquiera de la vida, podemos levantarnos decididos a hacer el mejor uso de nuestro tiempo. Lo hallaremos todo, limpio y entero, aunque hasta entonces lo hayamos usado mal.
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Y a nadie, por hacer buen uso de su tiempo, se le dará más al día siguiente. Todos, el vago sin cabeza y el trabajador genial, reciben el mismo tiempo todos los días, y sólo de ellos depende desperdiciar este tiempo o aprovecharlo todo. Y también de ellos depende gozar cada hora y cada minuto de este tiempo, o aburrirse sin advertir las posibilidades de goce que hay en el tiempo que pasa.
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El tiempo nos pertenece sin discusión. Es el auténtico tesoro con que nos obsequia la vida. Podemos hablar de mi tiempo, mis horas, cada uno de mis asuntos. Es un regalo que nos hacen en plena propiedad. Y el tiempo que reciben otros no es mejor que el nuestro. Todos los recibimos en la misma cantidad y de la misma buena calidad.
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Para hacer la vida mejor hemos de aprender a aprovechar todo nuestro tiempo. Hemos de vivir cada día como si fuera el único día de que disponemos para ser felices y para gozar. Hemos de saber convertir nuestro tiempo diario en el único tesoro verdaderamente personal e intransferible.
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Hemos de empezar por exigir de los demás que respeten nuestro tiempo. Esto es muy importante. Ellos tienen el suyo, y allá ellos si lo desperdician en actividades que ni les aprovechan ni les divierten. Pero nadie tiene derecho a robarnos ni un solo minuto de nuestro tiempo precioso.
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La atención con el prójimo, la cortesía, exigen cierta cantidad de tiempo. Es cierto, y el tiempo que dedicamos a ser corteses con los otros es tiempo aprovechado. Pero pasado el límite que cumple la cortesía, hemos de saber defender nuestro tiempo como leones y no hemos de tolerar que nadie, sin necesidad, por teoría, por aburrimiento o por incapacidad propia, nos impida el total goce o aprovechamiento de este tesoro nuestro inapreciable.
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Hemos de vivir siempre en estado de guerra declarada contra todo lo que nos haga perder tiempo inútilmente; y contra todos los que, olvidados del más elemental respeto, intenten disponer de nuestro tiempo como de cosa propia.
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Los dos peores enemigos de nuestro tiempo son las esperas y las visitas inútiles, o la parte inútil de las visitas necesarias. Hemos de saber organizarnos la vida de tal forma que suprimamos, en lo posible, toda espera, y hemos de saber interrumpir toda visita cuando ya ha cumplido su fin.
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A veces las esperas son inevitables. Si el tren de las seis llega a las seis y media, no tenemos más remedio que esperar media hora en la estación. Para este caso, harto frecuente, hemos de saber aprovechar la espera. Tres son las reglas básicas de este aprovechamiento de las esperas inevitables.
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1.ª No impacientarse jamás. La impaciencia es un estado interior negativo, destructivo y malo que no conduce a nada ni remedia nada. Es una pérdida grande de energía interior. Nunca nuestra impaciencia ha influído en los acontecimientos externos para precipitarlos.
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2.ª Tener previsto el aprovechamiento de las esperas posibles. Basta con un pequeño libro en el bolsillo, o un papel y un lápiz. Para leer, tomar notas o dibujar cualquier ocasión es buena.
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3.ª Obsevar atentamente todo lo que hay y sucede a nuestro alrededor. La observación es fuente inagotable de conocimiento y de goce. La observación fecunda consiste en pensar la forma de mejorar cualquier dispositivo u objeto destinado a un uso concreto. Todo es susceptible de mejora. Basta pensar: «¿Qué modificaciones harían esto más útil para el fin que cumple?»
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También sirve observar a las otras personas que esperan, observar sus reacciones y sus rostros, y escuchar sus palabras y sacar consecuencias que aumenten nuestro conocimiento de la humanidad.
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Muchas veces, para evitar la impaciencia y gozar el tiempo de espera, basta observar a los otros que se impacientan.
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La única defensa contra la prolongación excesiva de las visitas es la decisión de interrumpirlas. Decir:
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—De acuerdo, de acuerdo.
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Y, en seguida, iniciar el gesto de despido. Esta sencilla frase «de acuerdo», repetida y acompañada del gesto adecuado, basta para que los que no saben despedirse tomen la sana determinación de hacerlo.
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Se castiga al que dispone del dinero de otro y no se castiga al que dispone del tiempo de otro, que vale más que su dinero, haciéndole esperar u obligándole a prolongar una entrevista inútil.
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El hacer esperar es una de las instituciones de la vida moderna y casi siempre se debe a una falta de organización en el trabajo. Y el admitir que el hombre ha de esperar, es uno de los conceptos falsos más introducidos. Algún día se abrirá una campaña cordial contra las esperas inútiles de la que surgirá un bien para todos y un aumento de la capacidad humana de gozar la vida.
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No sólo tenemos derecho a defender nuestro tiempo, sino que, si queremos mejorar la vida y gozarla más, no tenemos otro remedio que defenderla. Pero esta defensa no ha de ser jamás en detrimento de las buenas relaciones entre los hombres. Tened siempre bien presente esta máxima: Evita que los otros te hagan perder el tiempo, pero trátalos de manera que todos sean tus amigos, te saluden y te llamen por tu nombre.
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La consecuencia natural del respeto a nuestro tiempo exigido a los otros, es el respeto nuestro por el tiempo ajeno. En esto hemos de ser inexorables con nosotros mismos: en no hacer perder tiempo a los otros. Antes de tener una estrevista pensemos siempre la forma de decirlo y resolverlo todo con la mayor brevedad; no hagamos concesiones a la conversación inútil y sepamos decir «adiós» una sola vez, a tiempo, y marcharnos en seguida.
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Observad, de paso, que muchos se despiden tres o cuatro veces, y hasta se estrechan tres o cuantro veces las manos antes de separarse. ¿No adelantarían más y acabarían antes, despidiéndose una sola vez?
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¿Qué significa la frase tener tiempo?
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Desde luego, nadie puede disponer de veinticuatro horas, porque el día sólo tiene veinticuatro. Pero tiempo se tiene siempre el mismo. Di que no puedes hacer una cosa cuando has de hacer otra; que la harías en otra ocasión, si hace falta. Pero no te excuses jamás con la falta de tiempo, que suele ser una excusa falsa. Tener tiempo, más que cuestión de tiempo es cuestión de usarlo todo y bien. Asombra lo que se puede llegar a hacer en un día totalmente aprovechado.
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Y asusta lo que se puede hacer en una vida, si se han aprovechado bien todos sus días.
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—Es que yo prefiero no hacer nada. Gozo mejor el tiempo si lo desperdicio.
—Bien; allá tú. ¿Cómo has tenido paciencia de leer hasta aquí? Yo no quiero perturbar tu felicidad. Perdona. Pero el daño no es inevitable: cierra el libro, cruza las manos, entorna los ojos y que vivan los otros.
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Respeta siempre el tiempo ajeno y exige de los otros rigurosamente que respeten tu tiempo.
«Vive más, vive mejor», por Noel Clarasó. 1.ª edición: Barcelona, 1957.

domingo, 21 de febrero de 2010

Cómo limpiar la plata.



He aquí la mejor manera de limpiar los objetos de plata. Con este procedimiento el metal no se gasta, sino que el óxido se transforma en plata.

Véase también: Cómo limpiar la plata II.

jueves, 18 de febrero de 2010

Anécdota callejera y consejo.

PUNTOS DE VISTA
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Una muchacha estadounidense, muy atractiva ella, paseaba un día por las calles de Bogotá, cuando un jovenzuelo, que indudablemente era un tremebundo admirador de la belleza femenina, se le puso al pie. Por dos o tres cuadras la siguió de cerca, lanzándole encendidos piropos. La muchacha, falta ya de paciencia para soportar aquel galante asedio, se dirigió a un policía del tránsito, para decirle con voz que temblaba de indignación:
—¡Aquel hombre que está en la esquina ha venido siguiéndome!
El policía, después de echarle un breve vistazo al atrevido don Juan, y de mirar a la muchacha con gran detenimiento, repuso, haciendo una cortés reverencia:
—Señorita, si yo no estuviera de servicio, también la seguiría.
[Inter-American, citado en Magazine Digest].
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Mujer: si usted quiere conservar vivo su encanto cuando esté en sociedad, recuerde siempre que se ve más joven de pie que sentada. Cuando está usted sentada —especialmente en una de esas sillas modernas, bajas, hondas y de cojines blandos— no sólo el gusto de la comodidad la induce a adoptar una postura incorrecta, sino que adquiere una actitud indolente y su viveza mental disminuye. Esto significa que está usted en posición fisiológica desventajosa. Hallándose de pie, lo más probable es que se conserve segura de sí misma, alerta y lista para entrar en acción cuando sea necesario. La mujer inteligente deja que su rival más joven se siente, y ella permanece de pie.
[Gellet Burgess, citado por Antoinette Donnelly en el Herald de Wáshington].

sábado, 13 de febrero de 2010

Cómo elaborar curry y sazonado para embutidos.

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CURRY Y SAZONADO PARA EMBUTIDOS
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FÓRMULAS
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I.—Sazonado para embutidos.
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Pimentón..................................15 gramos.
Comino.....................................15 -------
Casia.........................................15 -------
Nuez moscada..........................30 -------
Pimiento picante......................90 -------
Pimienta negra.......................120 -------
Sal............................................12 -------
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. Mézclense bien. Los ingredientes debes ser en polvo.
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II.—Polvos de «curry».
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. Es una mezcla de especias originaria de la India, y que hace muchos años alcanzó primero gran difusión especialmente en Inglaterra y en Francia, y después en otros países. Puede prepararse este polvo a base de alguna de las dos fórmulas que van a continuación, las cuales son excelentes, y pueden elaborarse tanto para uso personal como para ser comercializadas.
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a)
Semillas de coriandro.............250 gr.
Cúrcuma................................250 gr.
Pimentón.................................30 gr.
Semillas de mostaza.................60 gr.
Jengibre machacado................60 gr.
Pimienta de Jamaica...............30 gr.
Semillas de fenogreco.............120 gr.
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b)
Semillas de coriandro.............27o gr.
Cúrcuma.................................270 gr.
Pimienta negra........................90 gr.
Semillas de mostaza................90 gr.
Jengibre..................................90 gr.
Pimienta de Jamaica...............45 gr.
Cardamomo............................45 gr.
Semillas de comino.................24 gr.
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. Se reduce todo a polvo fino, se mezcla bien y se conserva en frascos de cierre hermético.
. El curry es un producto comercial muy introducido y se emplea para sazonar, con gran resultado, toda clase de carnes. Obsérvese, empero, que sólo debe servirse muy pequeña cantidad de estos polvos con la salsa ordinaria, ya que ésta es suficiente para sazonar una buena porción de carne. Ordinariamente se sirve para sazonar las salsas con que se presenta la carne, o en que se ha guisado esta última.

«El vendedor de pararrayos».

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El mismo autor de «Mobie Dick», Herman Menville (Estados Unidos, 1819 – 1891) ha escrito este curioso y delicioso cuento, «El vendedor de pararrayos», que aparece aquí con su texto completo.
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EL VENDEDOR DE PARARRAYOS
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cuento por Herman Melville
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«¡Qué trueno extraordinario!» —pensé, parado junto a mi hogar, en medio de los montes Acroceraunianos, mientras los rayos dispersos retumbaban sobre mi cabeza, y se estrellaban entre los valles, cada uno de ellos seguido por irradiaciones zigzagueantes y ráfagas de cortante lluvia sesgada, que sonaban como descargas de puntas de venablos sobre mi bajo tejado. Supongo, me dije, que amortiguan y repelen el trueno, de modo que es mucho más espléndido estar aquí que en la llanura.
¡Atención! Hay alguien a la puerta.
¿Quién es este que elige tiempo de tormenta para ir de visita? ¿Y por qué no usa el llamador, en vez de producir ese lóbrego llamado de agente de pompas fúnebres, golpeando la puerta con el puño? Pero hagamos que entre. Ah, aquí viene.
—¡Buenos días, señor! (Era un completo desconocido). Le ruego que se siente.
¿Qué sería esa especie de bastón de extraña apariencia que traía consigo?
—Hermosa tormenta, señor.
—¿Hermosa? ¡Terrible!
—Está usted empapado. Siéntese aquí junto a la chimenea, frente al fuego.
—¡Por nada del mundo!
. El extraño se erguía ahora en el centro exacto de la cabaña, donde se había plantado desde un comienzo. Su rareza invitaba a un escrutinio escrupuloso. Una figura enjuta, lúgubre. Cabello oscuro y lacio, enmarañado sobre la frente. Sus ojos hundidos estaban rodeados por halos de color índigo, y jugaban con una especie inofensiva de relámpago: un resplandor al que le faltaba el rayo. Todo él chorreaba agua. Estaba de pie sobre un charco en el desnudo piso de roble: su extraño bastón descansaba verticalmente a su lado.
Era una vara de cobre pulido, de cuatro pies de largo, unida longitudinalmente a un palo de madera bien trabajada, mediante inserciones en dos bolas de cristal verdoso, rodeadas por bandas de cobre. La vara de metal terminaba en un extremo como un trípode, con tres brillantes púas doradas. Él sostenía el conjunto sólo por la parte de madera.
. —Señor —le dije muy ceremoniosamente—, ¿tengo el honor de recibir una visita de ese dios ilustre, Júpiter Tonante? Así se erguía él en la estatua griega de antaño, empuñando el rayo. Si usted es él, o su virrey, tengo que agradecerle esta noble tormenta que ha lanzado sobre nuestras montañas. ¡Escuche!: ese fue un glorioso estruendo. ¡Ah, para un amante de lo majestuoso, es bueno tener al Tronador mismo de visita en la propia cabaña! Hace que los truenos suenen más hermosos. Pero le ruego que tome asiento. Es cierto que ese viejo sillón de mimbre es un pobre sustituto de su trono en el Olimpo, pero condescienda a sentarse.
. Mientras yo así le hablaba, el extraño me miraba, medio maravillado, medio horrorizado, pero inmóvil.
—¡Vamos, señor, siéntese!; necesita secarse antes de volver a salir.
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Invitándole con un gesto, puse una silla junto al hogar donde esa tarde había encendido un pequeño fuego para disipar la humedad, no el frío, porque estábamos a principios de septiembre.
Pero sin hacer caso de mi solicitud, y siempre de pie en medio de la sala, el extraño me miró ominosamente, y dijo:
—Señor, discúlpeme; pero en vez de aceptar su invitación a sentarme allá junto al fuego, yo le advierto solemnemente, que lo mejor que puede hacer usted es aceptar la mía y pararse a mi lado en medio de la habitación.
—¡Cielos! —añadió, con un respingo—. ¡Otro de esos atroces estruendos! ¡Se lo aviso, señor, aléjese del fuego!
—Señor Júpiter Tonante —dije yo, frotando tranquilamente mi cuerpo contra la piedra—: estoy muy bien aquí.
—¿Entonces usted es tan terriblemente ignorante —exclamó— como para no saber que la parte más peligrosa de una casa, durante una tempestad terrorífica como esta, es la chimenea? —No, no lo sabía —respondí, alejándome involuntariamente un paso de la chimenea.
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El forastero mostró tan desagradable aire de satisfacción por el éxito de su advertencia, que —otra vez involuntariamente— volví a acercarme al fuego, y me erguí en la posición más orgullosa que pude asumir. Pero no dije nada.
. —¡En nombre del Cielo! —exclamó, con extraña mezcla de alarma e intimidación—. ¡En nombre del Cielo, aléjese del fuego! ¿No sabe que el aire caliente y el hollín son conductores de la electricidad? ¡Para no hablar de esos enormes morillos de hierro! ¡Déje ese lugar! ¡Se lo suplico! ¡Se lo ordeno!
—Señor Júpiter Tonante, no estoy acostumbrado a recibir órdenes en mi propia casa.
—No me llame con ese nombre pagano. Usted es profano en esta época de terror.
—Señor, ¿sería tan bondadoso como para decirme de qué se ocupa? Si busca refugio de la tormenta, es bienvenido, en la medida en que se muestre educado; pero si viene usted por algún negocio, dígalo abiertamente. ¿Quién es usted?
—Soy vendedor de pararrayos —dijo el extraño, suavizando su tono—; mi especialidad es... ¡El Cielo tenga piedad de nosotros! ¡Qué estrépito! ¿Lo alcanzó un rayo alguna vez... a su casa, quiero decir? ¿No? Lo mejor es estar prevenido —y haciendo sonar su vara metálica contra el piso, añadió—: las tormentas eléctricas no se detienen ante palacios, no se detienen ante nada en el mundo; y, sin embargo, sí, diga sólo una palabra, y podré hacer un Gibraltar de esta cabaña, con unos pocos pases de esta vara. ¡Escuche! ¡Qué conmociones como Himalayas!
—Usted se interrumpió; estaba por hablar de su especialidad.
—Mi especialidad consiste en viajar por el país en busca de órdenes de compra de pararrayos. Este es mi ejemplar de muestra (palmeando su vara). El mes pasado coloqué en Criggan veintitrés pararrayos en sólo cinco edificios.
—Déjeme recordar. ¿No fue en Criggan donde la semana pasada, hacia la medianoche del sábado, fueron fulminados el campanario, el gran olmo y la cúpula del salón de actos? ¿Contaban con alguno de sus pararrayos?
—El árbol y la cúpula no; el campanario, sí.
—¿Para qué sirve entonces su pararrayos?
—Usarlo es una cuestión de vida o muerte. Pero mi operario se descuidó. Al sujetar el pararrayos a la cumbrera del campanario, dejó que una parte metálica rozara la plancha de chapa. De ahí el accidente. No fue mi culpa, sino de él. ¡Escuche!
—No se moleste. Ese trueno sonó lo bastante fuerte como para ser escuchado sin que nadie lo señale con el dedo. ¿Supo algo de la catástrofe del año pasado en Montreal? Una criada fulminada junto a su lecho, con un rosario en la mano; las cuentas eran de metal. ¿Su recorrido de usted se extiende hasta el Canadá?
—No. Y escuché que allí sólo usan pararrayos de hierro. Deberían usar el mío, que es de cobre. El hierro se funde fácilmente. Y la vara es tan delgada, que su grosor es insuficiente para conducir toda la corriente eléctrica. El metal se derrite; el edificio es destruído. Mis pararrayos de cobre nunca funcionan así. Esos canadienses son tontos. Algunos conectan el pararrayos por su extremo superior, corriendo el riesgo de provocar una mortífera explosión, en vez de llevar imperceptiblemente la descarga a tierra, como este pararrayos hace. El mío es el único pararrayos verdadero. ¡Mírelo! Sólo un dólar por pie.
—Su manera improcedente de presentarse bien podría suscitar desconfianza.
—¡Escuche! El trueno se vuelve menos rezongón. Se está acercando a nosotros, y acercándose a la tierra, también. ¡Escuche! ¡Un estruendo unísono! ¡Todas las vibraciones se hicieron una por la cercanía! ¡Otro relámpago! ¡Un momento!
—¿Qué hace? —dije, al ver que renunciando en un instante a su vara, se dirigía resueltamente hacia la ventana, con sus dedos índice y medio de la mano derecha apoyados sobre la muñeca de la izquierda.
. Pero antes de que la frase se me hubiera terminado de escapar, otra exclamación se le escapó:
—¡Ahí se estrelló! Sólo tres pulsos, a menos de un tercio de milla, en algún sitio en ese bosque. Por allí pasé junto a tres robles fulminados, arrancados de un tirón y chispeantes. El roble atrae el rayo más que cualquier otra madera, porque tiene hierro en solución en su savia. Su piso parece de roble.
—Corazón de roble. Dado el singular momento de su visita, supongo que usted elige a propósito el tiempo tormentoso para sus viajes. Cuando el trueno ruge, usted juzga que es la hora más favorable para producir impresiones favorables para su comercio.
—¡Escuche! ¡Atroz!
—Para tratarse de alguien que debería quitar el miedo a otros, usted parece desmedidamente miedoso. La gente común elige el buen tiempo para sus viajes: usted prefiere el tormentoso, y sin embargo...
—Acepto que viajo en medio de las tormentas; pero no sin adoptar muy especiales precauciones, que sólo un especialista en pararrayos puede conocer. ¡Escuche ese! Rápido... mire mi ejemplar de muestra. Sólo un dólar el pie.
—Un hermoso pararrayos, me atrevo a asegurarlo. Pero ¿cuáles son esas tan especiales precauciones suyas? Antes permítame cerrar esos postigos; la lluvia penetra a través del bastidor. La atrancaré.
—¿Está usted loco? ¿No sabe que esa tranca de hierro es un inmejorable conductor de la electricidad? ¡Desista!
—Entonces me limitaré a cerrar los postigos, y llamaré a mi muchacho para que me traiga una tranca de madera. Por favor, haga sonar esa campanilla, allí.
—¿Perdió la cabeza? El tirador de alambre de esa campana podría electrocutarlo. Nunca debe tocarse una campana durante una tormenta eléctrica, ni ésta ni ninguna otra.
—¿Ni siquiera la de los campanarios? ¿Puede usted decirme dónde y cómo puede uno estar a salvo en un tiempo como este? ¿Hay alguna parte de mi casa que yo pueda tocar con esperanzas de vida?
—La hay. Pero no donde usted está parado ahora. Aléjese de la pared. La corriente se descarga a veces por la pared, y como un hombre es mejor conductor que una pared, abandonará ésta para abalanzarse sobre él. ¡Zas! Ese debe haber caído muy cerca. Tiene que haber sido un rayo globular.
—Muy probablemente. Dígamelo de una vez; ¿cuál es, en su opinión, la parte más segura de esta casa?
—Esta sala, y este sitio en el que estoy parado. ¡Arrímese!
—Las razones, primero.
—¡Oiga! Tras el relámpago, las rachas de viento... los bastidores tiemblan... ¡la casa, la casa!... ¡Acérquese a mí!
—Las razones, por favor.
—¡Venga y acérquese a mí!
—Gracias otra vez, pero creo que voy a probar mi sitio de siempre... junto al fuego. Y ahora, Señor del Pararrayos, entre las pausas de los truenos, sea bueno y dígame cuáles son sus razones para considerar esta única sala de la casa como la más segura, y ese preciso sitio en que usted está parado como el más seguro en ella.
. Entonces se produjo una momentánea interrupción de la tormenta. El hombre del Pararrayos pareció aliviado, y replicó:
. —La suya es una casa de un piso, con un ático y una bodega; esta sala está entre ellos. De aquí su seguridad relativa. Porque el rayo salta a veces de las nubes a la tierra, y a veces de la tierra a las nubes. ¿Comprende? Y yo elegí el medio de la sala porque si el rayo golpeara la casa entera, lo haría a través de la chimenea o las paredes; así que, obviamente, cuanto más lejos nos hallemos de ellas, mejor. ¡Venga, acérquese ahora!
—Enseguida. Extrañamente, algo de lo que usted acaba de decir me ha inspirado confianza, en vez de alarmarme.
—¿Qué he dicho?
—Dijo que a veces los rayos saltan de la tierra a las nubes.
—Sí, el rayo inverso, se le llama; cuando la tierra, sobrecargada de electricidad, descarga sus sobras a las alturas.
—El rayo inverso; es decir, de la tierra al cielo. Mejor y mejor. Pero venga aquí, a secarse junto al fuego.
—Estoy mejor aquí, y mucho mejor mojado.
—¿Cómo?
—Es lo más seguro que puede hacer... ¡Escuche, otra vez! ...empaparse de lo lindo durante una tormenta eléctrica. Las ropas mojadas son mejores conductores que el cuerpo; de modo que si un rayo le alcanzara, podría pasar por las ropas mojadas sin tocar el cuerpo. La tormenta se intensifica nuevamente. ¿Tiene una alfombra? Las alfombras son aislantes. Traiga una, en la que ambos podamos pararnos. El cielo obscurece... parece de noche a mediodía... ¡Escuche! ¡La alfombra, la alfombra!
. Le di una, mientras las montañas encapotadas parecían abalanzarse y precipitarse sobre la cabaña.
. —Y ahora, ya que de nada nos servirá quedarnos mudos —le dije, volviendo a ocupar mi lugar—, cuénteme cuáles son las precauciones para adoptar cuando se viaja en tiempo tormentoso.
—Espere hasta que esta tormenta haya pasado.
—No, adelante con las precauciones. Está en el lugar más seguro, de acuerdo con su propia explicación. Continúe.
—Brevemente, entonces. Evito los pinos, las casas altas, los graneros apartados, las praderas elevadas, las corrientes de agua, los rebaños de ganado, los grupos humanos. Si viajo a pie, como hoy, no marcho a paso ligero. Si viajo en mi coche, no toco sus costados ni su parte trasera. Si viajo a caballo, desmonto y conduzco al caballo. Pero, por sobre todo, evito a los hombres altos.
—¿Sueño? ¿El hombre evita al hombre? ¿Y en momentos de peligro, para colmo?
—Durante las tormentas eléctricas yo evito a los hombres altos. ¿Es usted tan groseramente ignorante como para no saber que la altura de un caminante de seis pies es suficiente para atraer la descarga de una nube eléctrica? ¡Cuántos de esos imponentes labradores de Kentucky fueron derribados sobre el surco inconcluso! Si un hombre de esos se aproximara a un arroyo, veces habría en que la nube lo escoge a él como conductor, desechando el agua. ¡Escuche! Seguro que dio en el pináculo negro. Sí, un hombre es un buen conductor. El rayo quema al hombre de punta a punta, pero apenas descorteza al árbol. Señor, me ha tenido tanto tiempo contestando a sus preguntas, que no he hablado todavía de negocios. ¿Va a ordenar uno de mis pararrayos? ¿Ve este ejemplar de muestra? Es del mejor cobre. El cobre es el mejor conductor. Su casa es baja; mas como está sobre las montañas, su poca altura no la pone a salvo. Ustedes, los montañeses, son los más expuestos. El vendedor de pararrayos debería hacer más negocios en las regiones montañosas. Mire esta muestra, señor. Un pararrayos será suficiente para una casa pequeña como esta. Examine esas recomendaciones. Sólo un pararrayos, señor; costo: sólo veinte dólares. ¡Escuche! Allá van esas moles de granito, arrojadas como guijarros. Por el ruido, deben haber destrozado algo. Puesto a una altura de cinco pies sobre la casa, protegerá un círculo de veinte pies de radio. Sólo veinte dólares, señor... un dólar el pie. ¡Escuche! ¡Espantoso! ¡Lo ordenará! ¿Va a comprarlo? ¿Anoto su nombre? ¡Imagine usted lo que es convertirse en un montón de vísceras carbonizadas, como un caballo atado que se incendia con su establo! ¡Todo en el tiempo que dura un rayo!
—Pretendido enviado extraordinario y ministro plenipotenciario de Júpiter Tonante —reí yo—, mero hombre que viene aquí a interponer su cuerpo y su artificio entre la tierra y el cielo, ¿cree usted que porque es capaz de arrancar un reverbero de luz verde de la botella de Leyden, puede eludir los rayos celestiales? Si esa varilla se oxida o se rompe ¿qué será de usted? ¿Quién le ha dado el poder, a usted, Tetzel, para vender de puerta en puerta sus indulgencias a fin de sustraerse a las disposiciones divinas? Los cabellos de nuestras cabezas están contados, y contados están los días de nuestras vidas. Mientras retumbe el trueno o a la luz del sol, me pongo con confianza en manos de mi Creador. ¡Fuera de aquí, comerciante falso! Mire, la tormenta se repliega; la casa está intacta, y en el arco iris sobre el cielo azul leo que la Deidad no hará la guerra a la Tierra del hombre.
—¡Canalla impío! —balbuceó el extraño, mientras su rostro se oscurecía en la misma medida en que resplandecía el arco iris—. ¡Revelaré sus ideas paganas!
. Su rostro amenazante ennegreció aún más; los círculos de color índigo se agrandaron alrededor de sus ojos, como anillos de tormenta alrededor de la Luna de medianoche. Se arrojo sobre mí; las tres puntas de su artefacto apuntando a mi corazón.
. Lo así; lo partí en dos; lo tiré al suelo; lo pisoteé; y arrastrando al obscuro rey del rayo fuera de mi casa, arrojé tras él su informe cetro de cobre.
Pero a pesar de mi tratamiento, y a pesar de mis conversaciones disuasivas con mis vecinos, el vendedor de Pararrayos todavía habita esta Tierra; sigue viajando en tiempos de tormenta, y hace pingües negocios con los miedos del hombre.

viernes, 12 de febrero de 2010

El Brasil azotado por los rayos.


Cerca de 132 brasileños mueren cada año a causa de rayos, según un estudio.
(Por agencia EFE).

San Pablo, 8 de febrero (EFE).—Cada año mueren en promedio 132 brasileños víctimas de los rayos provocados por tormentas eléctricas, según reveló un estudio realizado entre 2000 y 2009 y divulgado hoy por el Ministerio de Ciencia y Tecnología.
La investigación del Instituto Nacional de Pesquisas Espaciales (INPE) reunió informaciones de diversos órganos y concluyó que la mortalidad por rayos aumentó en la última década, donde hay más probabilidades que las víctimas sean hombres y moradores en las zonas rurales.
Los jóvenes y adultos tienen dos veces más de posibilidades de morir impactados por un rayo que los niños y ancianos, mientras en la relación hombre-mujer el sexo masculino presenta diez veces más probabilidades que el femenino, según apuntó el estudio.
Los óbitos en las zonas rurales también fueron diez veces mayores que en las regiones urbanas.
El estatal Instituto Brasileño de Geografía y Estadística había pronosticado unas cien muertes por año a causa de los rayos.
El 90 % de los fallecimientos, de acuerdo con la investigación, se pudo evitar con una mayor información sobre los cuidados que deben tener las personas durante las tormentas eléctricas.
De las 1.321 personas que murieron por los rayos en la década, el 19 % eran campesinos con herramientas metálicas al momento de ser impactados, el 14 % estaban cerca de medios de transporte, el 12 % debajo de un árbol y el 10 % jugaba al fútbol.
El 77 % de los casos ocurrió durante las estaciones de verano y primavera, épocas en las que se presenta el 80 % de las tormentas eléctricas en Brasil, la mayoría al final de la tarde en el epílogo de los días calurosos.
Por ciudades, Manaus, capital del norteño estado de Amazonas, lideró el número de muertes con dieciséis óbitos, seguida de San Pablo, la mayor urbe del país, con catorce fallecimientos, mientras que Campo Grande y Río de Janeiro registraron ocho.

jueves, 11 de febrero de 2010

La primera democracia víctima del comunismo


Alejandro Kerensky
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Un famoso personaje ruso desbarata un mito que la propaganda ha diseminado profusamente.
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. LA PRIMERA DEMOCRACIA
VÍCTIMA DEL COMUNISMO
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(Condensado de “Plain Talk”).

. . Por Alejandro Kerensky;
ex primer ministro y jefe del 2.° gobierno provisional ruso de 1917.
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.. Hace poco, durante una excursión que hice como conferenciante, me encontré repetidas veces ante uno de los mitos de propaganda más grandes de nuestra época, a saber: que fue el comunismo la fuerza política que acabó con el despotismo zarista en Rusia.
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.. Los comunistas nunca hicieron semejante cosa. Lo que los bolcheviques derrocaron por la fuerza y el engaño no fue la monarquía absoluta de los Emperadores rusos, sino la recién nacida democracia que se ha llamado el régimen de Kerensky.
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.. El doce de marzo de 1917, un mes antes que los Estados Unidos entrasen en la primera guerra mundial, el zarismo se desplomó y tuvo principio la gran Revolución Rusa. Entonces nació el único régimen democrático que ha existido en toda la trágica historia de mi país.
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.. Los futuros jefes comunistas no tuvieron arte ni parte en aquel decisivo acontecimiento. Puede decirse que todos ellos Lenin, Trotsky, Stalin se encontraban en el extranjero, en presidio o en el destierro. Además, el levantamiento fue para ellos una sorpresa. No creían que pudiera sobrevivir tan pronto. Lenin había escrito desde Zurich a sus amigos, que la generación a que él pertenecía no abrigaba esperanza alguna de ver una revolución en Rusia. Sus partidarios de Petrogrado me dijeron, cuando apenas faltaban unas horas para que abdicase Nicolás el Último: “No hay el menor indicio de revolución; estamos entrando en un largo período de reacción zarista”.
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.. Fue sólo después que el gobierno provisional democrático decretó la amnistía política cuando empezaron a congregarse los bolcheviques en la capital rusa. Lenin, Zinoviev y otros llegaron un mes después de la caída de los Romanoffs... en el famoso tren sellado que facilitó el Káiser alemán. ¿Cómo era la Rusia a que regresaron aquellos bolcheviques? Lo dice el testimonio del propio Lenin: “Rusia es en la actualidad el país beligerante más libre de Europa, el país donde la opresión de las masas no existe”, declaró públicamente unos días antes de la insurrección bolchevique del siete de noviembre de 1917, que mató el régimen democrático en el octavo mes de su existencia.

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.. El mito de que los comunistas derrocaron a los zares se ha diseminado intencionadamente para ocultar el crimen que cometieron estrangulando la primera democracia rusa. Y hoy los comunistas de todas partes están intentando adueñarse del poder por el mismo cínico procedimiento de presentarse como “defensores de la democracia” y organizar sus ataques a la libertad bajo las banderas de la libertad. Sólo después de haber obtenido la victoria, reconoció públicamente Lenin que sus declaraciones de amor a la libertad habían sido artimañas deliberadas.
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.. No puede censurarse al pueblo ruso por haber caído en la trampa bolchevique pues el mundo no tenía experiencia por aquel entonces en la técnica totalitaria moderna. Pero no tienen la misma excusa los millones de obreros, agricultores e intectuales del Occidente democrático a quienes se presenta hoy aquel cebo. La pavorosa experiencia de lo ocurrido en mi país nativo debes servirles de terrible advertencia.
«Selecciones» del Reader´s Digest, tomo XIV, núm. 74.
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.. N. B.—Véase también en esta bitácora, en relación con este tema: "Estuve en una escuela de terrorismo en Cuba", "Falsa promesa del socialismo" y "La técnica roja del motín". Búsquense en la columna derecha superior (Índice de artículos).

Fórmulas para hacer pólvora relámpago (pólvora “flash”).

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Pólvoras relámpago
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.. Con las fórmulas siguientes se puede elaborar la pólvora relámpago o polvo relámpago la cual se usaba para las cámaras de fotos antiguas en las tomas nocturnas y de interiores. Actualmente estas pólvoras se utilizan para fabricar torpedos, petardos y bombas de estruendo, los cuales, además de producir una fuerte detonación y ruido, producen un destello de luz. También se usan para efectos especiales en la filmación de películas cinematográficas.
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FÓRMULA 1.
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Permanganato de potasio........120 gramos.
Aluminio en polvo.....................70 gramos.
Azufre......................................100 gramos.


. ..Esta es la fórmula de pólvora relámpago más potente. Mucho cuidado con golpearla, porque puede estallar muy fácilmente. Lo mismo es válido para las demás, ya que son todas fulminantes; es decir, composiciones que se encienden por medio de un golpe, sin fuego.
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FÓRMULA 2.
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Permanganato de potasio............300 gramos.
Aluminio en polvo.......................200 gramos.

Azufre..........................................100 gramos.
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.. Mézclense los ingredientes de cada fórmula, los cuales debes estar en polvo fino, por medio de una paleta o cuchara de madera o de plástico. No se usen instrumentos de metal.
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Muy importante es señalar, que NO deben prepararse mezclas de más de 300 ó a lo sumo 400 gramos, ya que en caso de explosión accidental, sea por alguna chispa o por algún golpe, dicha cantidad es muy peligrosa para la persona que estuviere preparándola. Siempre preparar pequeñas cantidades, y jamás usar en la operación ningún objeto metálico, ya que puede desarrollarse electricidad estática durante la mezcla, y la misma producir una chispa con los instrumentos metálicos y hacer explotar la composición.

Advertencia: El permanganato de potasio es inestable para usarse en pólvora relámpago: puede explotar espontáneamente. Por ello jamás hay que almacenar esta clase de pólvora con permanganato. Hay que preparar solo la que se usará en el momento.

miércoles, 10 de febrero de 2010

Para vencer el insomnio.

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«No se preocupe Ud. por el sueño»
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(Condensado del libro «Why Worry?»)
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Por George L. Walton,
doctor en medicina y neurólogo consultor
del Hospital General de Massachusetts, E. U. A.
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.. No puede esperarse que un espíritu desasosegado y ansioso, devorado día tras día por la zozobra excesiva, se apacigüe repentinamente por la noche y adquiera la tranquilidad que conduce al sueño reposado. No es el trabajo, sino la inquietud, lo que causa la excitación nerviosa que impide el sueño. Y la víctima del insomnio no debe llegar a la errónea conclusión de que es la falta de sueño y no las constantes preocupaciones la causa de su malestar. Sorprende ver cuánto sueño puede perder una persona sin perjuicio alguno, con tal que se olvide de haberlo perdido.
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.. En cuanto al trabajo cotidiano, es necesario que sea variado y que se suspenda transitoriamente a intervalos apropiados. Entre deportistas, el entrenador insiste en que su entrenado se abstenga de grandes esfuerzos inmediatamente antes de la prueba final. ¿Por qué no aplicar al ánimo lo que se aplica al cuerpo? Para adquirir el hábito de dormir es preciso acostumbrarse a reconcentrar la atención exclusivamente en lo que se está haciendo. Esta costumbre nos ayuda, cuando nos acostamos, a considerar el sueño como lo único en que debemos ocuparnos, y no devanarnos los sesos cavilando en los problemas del día y los males posibles del porvenir. Un paseo, un baño, unos pocos ejercicios gimnásticos antes de acostarse son a veces provechosos para conciliar el sueño, si no los desvirtúan presentimientos pesimistas y temores de lo venidero; que, de lo contrario, poco o nada valen.
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.. La mejor preparación inmediata para el sueño es la confianza en que vendrá pronto, y la indiferencia si demora. El sueño largo y continuo, por muy apetecible que sea, no es indispensable para la longevidad ni para la eficacia en el trabajo. George Y. Angell, el conocido filántropo, decía, llegado ya a los 84 años y aún lleno de vigor, que a veces había pasado una semana entera sin dormir; que, durante un período de tres meses, no había dormido, por término medio, más que dos horas en cada veinticuatro, y que no recordaba haber dormido nunca toda la noche. Muchas otras personas han dormido sólo unas pocas horas cada noche durante años, sin que ello les haya menoscabado la salud ni les haya causado incomodidad alguna.
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.. El peor de los hábitos mentales que no dejan dormir es el de pensar, al acostarse, que es preciso dormir ocho horas, empezando desde que ponemos la cabeza en la almohada, y contar con impaciente desasosiego el tiempo que transcurre sin que llegue el apetecido sueño. Esta cavilación basta para ahuyentarlo. Lo mejor es decirse uno a sí mismo: «Bueno; si no duermo bien esta noche, dormiré otra noche. Los mismo da». Reflexiones como ésta producen un efecto maravilloso en la conciliación del sueño.
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.. El conservar en la cama una misma postura con entera relajación muscular proporciona mayor descanso, aunque no haya sueño, que el estar volteándose de un lado para otro. Conviene esforzarse durante el día en evitar los movimientos nerviosos superfluos. Esto ayuda a adquirir el hábito de no moverse demasiado en la cama.
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.. La autosugestión puede producir muy buen resultado, siempre que se use propiamente. Es fácil observar el efecto de la mala autosugestión y la inquietud combinadas acostándose boca abajo, dando poco a poco una vuelta completa para probar posiciones distintas y diciendo en cada una: «En esta posición no puedo dormirme». El movimiento frecuente y la autosugestión espantan el sueño. El efecto del reposo combinado con la buena autosugestión, puede, en cambio, observarse si cambia uno de posturas como en el caso anterior, pero permanece más tiempo en cada una de ellas y se dice a sí mismo: «Puedo dormirme en esta o en cualquiera otra postura». El sosiego y la autosugestión generalmente traen el sueño antes que uno acabe de dar la vuelta entera en la cama.
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.. A ciertas personas les aflige la idea de que no pueden dormirse antes de llegar a conclusiones definitivas acerca de los asuntos en que están pensando. En tales circunstancias, el sueño se aplaza y demora más y más. A los que de tal tendencia adolecen les conviene acostumbrarse a confiar un poco más en la suerte y en el mañana. El hábito de descartar a voluntad pensamientos inquietantes o desagradables es difícil pero no imposible de adquirir. Canon Beadon, que vivió hasta la edad de más de cien años, decía que el secreto de su longevidad estaba en que nunca pensaba en nada desagradable después de las 10 de la noche.
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.. Muy perniciosa es la idea de que para dormirse se necesita cierto grado de quietud, de luz o de obscuridad, de calor o de frío, o más o menos aire. Bueno es que quien sufra de tal aberración se repita a menudo: «Cualquiera puede adaptarse a lo que le gusta, pero el filósofo se adapta a lo que le disgusta», y trate de ser filósofo más bien que delicada planta de invernáculo. Si uno se revuelve y se voltea en la cama sin cesar en busca de una posición reposada, al fin acaba por cansarse hasta del reposo mismo y, lo que es más desagradable aun, por pasar la noche en vela tratando de escapar al tic-tac de su propio corazón.
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.. Recuérdese ante todo que por lo común la causa del insomnio está en el ánimo. Quien quiera dormir bien debe, en primer lugar, acostumbrarse a no emprender durante el día más de lo que pueda hacer sin esfuerzo extraordinario agotador, y, en segundo lugar, realizar calmadamente lo que emprenda, sin excesiva solicitud ni ansiosas dudas. La desconfianza y el desasosiego suelen engendrar el fiasco.
«Selecciones» del Reader's Digest, tomo XV, núm. 91.