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viernes, 22 de octubre de 2010

La Ley de atracción.

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La Ley de atracción
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por William W. Atkinson
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Un sabio en metapsíquica nos dice en qué consiste esta ley universal y nos enseña como utilizarla en nuestro beneficio.
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   Aún mucho tiempo después de interesarme en el estudio del “Nuevo Pensamiento”, el trabajo de la ley de atracción fue algo que me intrigó sobremanera. Soy de la opinión de que para la generalidad de las personas este punto es de difícil comprensión.
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Es comparativamente fácil comprender el efecto que ejerce la mente sobre el cuerpo y sobre la mente de los demás; el efecto de la voluntad sobre la mente y aquello de que un pensamiento pueda atraer otro semejante, etc.; pero cuando uno descubre por primera vez que hay una ley de atracción, por medio de la cual se atraen cosas hacia sí, ejerciendo un control sobre las circunstancias por medio del carácter de los pensamientos, uno se inclina a creer imposible el hecho; o le cuesta penetrarse y entender la ley que opera en este sentido.
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    Existe aparentemente gran diferencia entre el efecto del pensamiento sobre las personas y el efecto del mismo sobre las cosas; pero recordando la idea de la Unidad del Todo, se empieza a comprender por qué una parte del todo puede afectar a otra parte, ya sea ésta una persona o una cosa. Nunca he oído una explicación concisa y completa del trabajo interno de la ley de atracción, a pesar de que muchos le conocen en general y podrían obtener una idea clara de él, razonando por analogía.
.    Lo cierto es que la ley de atracción existe; que está en pleno trabajo y fuerza y que muchas personas de ambos sexos la conocen por experiencia. El estudiante que no pueda comprenderla, necesitará tomar la ley como un misterio de fe al principio, hasta que se convenza de su existencia verdadera por los resultados que él mismo obtuviere.
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    Parece que existe una gran Ley Natural, por medio de la cual un átomo atrae hacia sí aquello que necesita para su desenvolvimiento, y la fuerza que produce este resultado se manifiesta en deseo. Pueden existir muchos deseos, pero el predominante es el que tiene la fuerza atractiva de mayor poder. Esta ley está reconocida en los diversos reinos de la naturaleza, pero sólo comienza a comprenderse cuando la misma ley se manifiesta en el reino de la mente.
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    Nuestra actitud mental hace que atraigamos hacia nosotros cosas correspondientes en calidad a nuestros deseos y pensamientos predominantes. Un pensamiento mantenido con firmeza y continuidad atraerá hacia su mantenedor las cosas representadas por tal pensamiento, excepto en aquellos casos en que otras influencias estén en trabajo contradictorio al poder de dicha mente. Por ejemplo, si dos personas desean intensamente la misma cosa, la fuerza de pensamiento superior obtendrá el objeto. Por esto no es siempre lo mejor desear una cosa particular, ya que ella puede no ser lo más conveniente para su estado de desenvolvimiento presente. El plan más beneficioso es mantener el pensamiento de éxito absoluto, dejando los detalles al trabajo de la ley, y sacando usted ventaja de cuanta cosa ocurra para transformarla en provecho suyo, sin dejar pasar nada sin utilizarlo. De este modo encontrará usted que ha dado con la clave de la ley que opera en este sentido.
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    He conocido personas que fijaban su ambición y sus aspiraciones en una cosa dada, y una vez obtenidas encontraban, que después de todo no era aquello el ideal deseado o necesitado.
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    En la práctica he verificado que el mejor plan es el de mantener la actitud en el deseo vehemente del éxito completo, dejando usted que los detalles sean elaborados por la ley y obteniendo ventaja de toda coyuntura que se presentare, sintiendo siempre que la cosa particular que está ocurriendo es lo mejor que puede suceder para conducirle al éxito completo que espera.

.   Yo creo que gran parte de la Ley de Atracción se lleva a cabo por medio de que uno atrae hacia sí mismo hombres de ideas similares que están preparados para asociarse a nuestros planes, ideas, negocios, etc.; lo que trae como consecuencia que uno a su vez sea atraído hacia otros hombres que pueden o deben sernos útiles. Es un caso de atracción mutua; no un caso de una mente sobre otra. Dos seres de actitudes mentales semejantes se atraerán y unirán para ventaja de ambos, y aunque en el resultado parezca que han estado siendo atraídos por cosas, la verdad es que las cosas son movidas por los hombres. Muchos otros resultados ocurren por medio de la atracción de pensamientos e ideas ajenas, las cuales puestas en práctica nos hacen capaces de cumplir nuestros deseos. Hay casos, sin embargo, en los cuales se ve que la mente tiene un efecto positivo sobre las cosas. Algunos hombres parecen estar exentos de accidentes, mientras que otros se diría que corren hacia ellos. Los hombres de naturaleza valiente están libres de muchas cosas que ocurren a los hombres tímidos. Hay seres que parecen poseer cierto encanto en medio de las balas de un combate, mientras que otros sólo la pasan heridos. He oído casos innumerables en los cuales los hombres han ido al encuentro de la muerte sin poder encontrarla, y aunque a la simple vista parece que debía venirles aquello en que piensan, un análisis más íntimo demostrará que lo único que les ha sucedido es que han vencido el temor.
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    El mismo hecho se realiza en la vida diaria de los negocios. El hombre que desafía y vence el temor adquiere toda clase de ventajas, pues generalmente si no obtiene el éxito final es porque pierde precisamente el dominio de sus nervios en el último momento. Le repito: el miedo es una de las fuerzas de mayor atracción de la mente. Es de igual poder que la confianza absoluta, y de hecho no es otra cosa que la confianza absoluta en un mal próximo, variando el grado de atracción según sea el monto de temor o confianza , que es lo mismo.

.     Sus pensamientos de usted le ponen en conexión con el mundo exterior y sus fuerzas, y tiene usted el poder de atraer o repeler gentes y cosas según sea el carácter de los pensamientos mantenidos. Usted y ellos son atraídos mutuamente porque sus pensamientos están afinados en el mismo tono. Está usted en contacto íntimo con todas las partes del todo, pero atrae hacia usted sólo aquellas partes que corresponden en calidad con su actitud mental. Si mantiene pensamientos de éxito conocerá pronto que ha puesto usted en operación las fuerzas que le conducirán a él; y si sostiene la misma actitud mental, irá hallando día por día en su camino todo aquello que sea necesario para ayudarle en sus esfuerzos, pareciéndole que las cosas le llegan del modo más milagroso, presentándose a su paso oportunidades que si sabe aprovecharlas le darán completo éxito. También verificará usted que vendrán en tropel nuevos pensamientos a su mente, para que saque ventajas de ellos y encontrará personas que le ayudarán de mil modos, ya sea con ideas, estímulo o trabajo activo. Naturalmente su lote de trabajo no será hecho por los demás, pero la ley le ayudará y le asistirá continuamente. Ella le atraerá oportunidades y casualidades —como decimos comunmente— a su puerta, debiendo darle la molestia de abrirla por usted mismo, como es natural, para dejarlas entrar.
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    Habrá veces que el camino se le presentará muy intrincado, pero eso no debe afligirle, porque llegará al final de la jornada a pesar de todas la revueltas de él, habiendo aun veces en que las cosas que le parecían el total de sus aspiraciones y que inspiraban sus energías, aparecerán nimias antes sus ojos, pasando rápidamente a ideales mucho mayores por medio de las fuerzas irresistibles que habrá puesto usted en operación, provocándole entonces risa la contemplación de lo que poco antes le parecía su propio destino y el motivo de todos sus esfuerzos.
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    La fe en la ley y el reconocimiento de ella, parece que trajesen como premio inmediato el avance y ascenso; y al revés, la falta de fe y negación de la Ley producen como una traba al progreso, con la circunstancia esencial que no debemos olvidar un momento, de que «la Ley» está siempre en operación, y por lo tanto nos impulsa en alguna dirección, de acuerdo con las fuerzas de atracción que hayamos puesto en moción, aunque lo hayamos hecho inconscientemente.
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    La Ley trabaja aparentemente en dos sentidos, aunque los dos en realidad son sólo diferentes manifestaciones de Uno. Aquello que teméis atrae tanto como aquello que deseáis. El que teme el sufrimiento en general, se lo atrae, y cuando siente en sí fuerzas suficientes para dominar los que pudiesen venirle, éstos ni siquiera se acercan. La mayoría de las veces se encuentra lo que se busca, y el dicho antiguo de que el mundo aprecia al hombre en lo que vale, aunque no estrictamente correcto, está basado en el reconocimiento de esta Ley. Un ser que espera o teme ser humillado y maltratado, generalmente ve realizados sus temores y aquel que exige o espera consideración y respeto, también los obtiene.
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    Como ya he dicho, la Ley no hace el trabajo para el hombre, pero sí coloca materiales y herramientas al alcance de su mano y lo mantiene con gran refuerzo de ellos. La Ley nos da constantemente oportunidades a cada uno de nosotros estando a nuestro servicio; de nosotros depende utilizarlas o no. Pensamientos, cosas, personas, ideas, oportunidades y otras cosas que nosotros atraemos, están pasando ante nosotros continuamente, pero se necesita carácter para utilizarlas. El hombre de éxito es aquel que sabe sacar ventajas de esos acontecimientos que otros hombres no ven. Él tiene confianza en sí mismo y en su habilidad para dar forma al material en crudo que tiene a su alcance. De este modo nunca siente que la suerte pueda abandonarle, ni que todas las cosas buenas puedan haber pasado; al revés; sabe que hay muchas cosas buenas de donde mismo han salido las demás, y que necesita sencillamente abrir los ojos para aprovechar la oportunidad debida, a fin de llevarla a buen término.


.     La Ley de atracción está en pleno trabajo. Usted hace uso de ella constante e inconscientemente en cada minuto de su vida; ¿qué clase de cosas está usted atrayendo? ¿Cuáles necesita? ¿Corresponden sus pensamientos a las cosas que desea o a las cosas que teme? ¿Cuáles son? La Ley es, o su Amo o su Siervo. Haga usted su elección, y hágala desde ahora.
«La Ley del Nuevo Pensamiento».

miércoles, 20 de octubre de 2010

Un hombre que compitió con la Coca-Cola


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La curiosa historia de un bioquímico argentino que se hizo empresario y compitió contra la compañía Coca-Cola.
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Un hombre que compitió 
con la Coca-Cola

«Haciendo cola»

por Sergio Núñez y Ariel Idez

    A fines de la década de 1940, un bioquímico de apenas veintidós años que trabajaba para una fábrica de licor tipo Fernet, catando bebidas y creando recetas, desveló el que se consideraba uno de los secretos mejor guardados del mundo: la fórmula de la Coca-Cola. Ni lento ni perezoso, mudó el laboratorio al patio de su casa del barrio de Devoto, en la ciudad de Buenos Aires. Ganó el primer juicio del mundo a la multinacional por el uso de la palabra “cola” y empezó una empresa que en los siguientes veinte años se convertiría en un éxito nacional tan grande que hasta se le atribuía al mismísimo Perón. Y que dicho éxito murió con la merma de la industria nacional, los almacenes [tiendas de comestibles] y el sifón de mesa.

   Si esta historia fuera una película, seguramente comenzaría en un laboratorio. Apenas iluminado por la luz mortecina de una lámpara de 25 vatios. La primera toma mostraría a un científico enfundado en su guardapolvo blanco en el preciso instante en que descubre, por accidente, una valiosísima fórmula secreta. Casi como si hubiera dado con la piedra filosofal del siglo XX, aunque en este caso, en vez de transmutar el plomo en oro, lograra convertir el agua en algo similar a la «Coca-Cola» Sin embargo, la historia es verdadera y su protagonista se llama Saúl Patrich, el creador de la bebida argentina más popular de la década de 1960: la Refres-Cola.

¡Eureka!: un hallazgo accidental.

   En 1948 Patrich era un técnico químico especializado en bromatología que, pese a sus escasos veintidós años de edad ya había trabajado para diversas empresas elaboradoras de bebidas como asesor y degustador profesional. Esta experiencia le había permitido desarrollar un paladar absoluto y con sólo probar un sorbo era capaz de detectar sus componentes. Tal vez por eso los dueños del fernet Leocatta, para quienes trabajaba, acudieron a él como su última salvación: su licor era un fracaso, pero un distribuidor se había comprometido a comprarles toda la producción si cambiaban de rubro y lograban una imitación de un conocida bebida amarga serrana. “¿Usted puede hacerlo?”, le preguntaron a Patrich, y de inmediato le extendieron un vaso con el producto por emular. El joven técnico hizo un buche y dejó que el líquido recorriera su boca para estimular las papilas gustativas, sopesó sus componentes, realizó unos cálculos mentales, tragó y respondió: “Dénme una semana”.

Luego visitó una herboristería y
compró todo tipo de hierbas, las llevó a su laboratorio, las trituró, las maceró en alcohol y elaboró ocho muestras distintas. De una de ellas derivaría el amargo serrano que le habían solicitado y las siete restantes serían desechadas. Pero sucedió algo inesperado: En la prueba número 6 encontré una pista —recuerda como si narrara una investigación detectivesca—. Al principio no sabía a dónde me iba a llevar, aunque intuí que podría ser algo grande; así que me deciqué día y noche a experimentar con esa muestra para ver si podría dar con la clave de ese gusto tan extraño. Si bien a él mismo le costaría creerlo, esa pesquisa resultó clave para acercarse al sabor de aquella gaseosa de color negro y nombre raro originaria de los Estados Unidos.

   Seis años antes, el lunes, 3 de agosto de 1942, Coca-Cola había llegado al país y su primer aviso publicitario se difundía en los principales diarios a página completa. “Usted no olvidará jamás la inefable sensación de frescura y exquisito sabor de Coca-Cola”, decía la cuña publicitaria; pero a la vez advertía: “Eso sí; ¡pídala siempre bien helada!”. Hasta ese momento, el mercado de las gaseosas estaba dominado por Bilz, Pomona y Crush, los chicos tomaban chocolatada Vascolet y deportistas como Juan Manuel Fangio y el futbolista Vicente de la Mata recomendaban Kero, una bebida nutritiva “rica en dextrosa”.

   Para imponerse en el gusto popular, Coca-Cola desplegó una enorme campaña publicitaria que aún continuaba seis años después de su arribo a estas tierras, y de ese modo llegó a manos de quien desentrañaría su preciado secreto: “Una tarde encontré un camión gigante de Coca-Cola en la esquina de casa, en las calles Beiró y Bermúdez”, rememora Patrich, y agrega con una sonrisa: “Había dos chicas lindísimas: una rubia y una morocha [morena] repartiendo botellitas. Como no me podía decidir, le pedí una a cada una”. Apenas entró a su hogar, el químico destapó uno de los envases y probó su contenido. “No está mal”, pensó. Era un gusto nuevo, absolutamente original. Guardó la segunda botella y sólo la retiró días más tarde, para llevarla a su precario laboratorio en la fábrica Leocatta y cotejar su contenido con los resultados de su experimento número 6. Allí trabajó día y noche, haciendo innumerables pruebas hasta dar con la fórmula. “Era medianoche —señala don Saúl—. Pesé cada hierba por separado en la balanza de precisión y anoté cuidadosamente las cantidades. Luego hice un jarabe con 50 gramos de azúcar, y le agregué acidez tartárica. Mezclé todo, lo diluí con agua y lo probé, lo comparé con la Coca-Cola y grité: ‘¡Lo tengo!’”.

La batalla por el nombre.

   Al poco tiempo, Patrich dejó su puesto en la empresa Leocatta y abrió su propia fábrica... en los dos metros cuadrados que abarcaba el patio trasero de su casa. Allí ajustó su fórmula y preparó varias jarras que dio a probar entre familiares y vecinos.
—Es muy bueno. ¿Cómo se llama? —le preguntaban.
—Refres-Cola —respondía, con el pecho henchido de orgullo.
No obstante, pronto se toparía con un problema. “Yo quería registrar el nombre ‘Refres’ porque consideraba que ‘Cola’ era de uso genérico, pero Coca-Cola se oponía”, afirma. Claro que eso no le amedrentó; todo lo contrario; y se puso a investigar a su contrincante. “Las bebidas cola son ácidas, y la acidez puede ser cítrica o tartárica, aunque en el caso de la Coca-Cola no detectaba ninguna de las dos”, explica el técnico, a quien le llevó tres años resolver el misterio: “Un día se me ocurrió consultar el código bromatológico de Estados Unidos y vi que ahí estaba permitido el ácido fosfórico. Entonces hice nuevas pruebas y descubrí que ésa era la sustancia responsable de la acidez de la Coca-Cola”.
Con ese dato, descubierto en los fondos de una modesta casa de Devoto, le inició juicio a una de las compañías más grandes del mundo: “Mi argumento era que la marca estaba mal concedida, porque ellos utilizaban ácido fosfórico, que en ese entonces no estaba habilitado por el código bromatológico de nuestro país”. Y debió ser un argumento de peso porque los abogados de Coca-Cola le propusieron llegar a un acuerdo para evitar el juicio. Así, la palabra “cola” pasó a ser de uso genérico y pudo ser utilizada por otras bebidas.

Los duros inicios.

   Patrich había ganado la batalla por el nombre, pero ahora tenía que convertirlo en una marca reconocida. Para empezar, la Refres-Cola no era una gaseosa sino un jarabe concentrado listo para ser diluído con agua carbónica. De hecho, su etiqueta mostraba una familia tipo con el padre en el acto de accionar un sifón. Sus ventajas consistían en que podía ser utilizado mucho tiempo después de haber abierto el envase sin perder sus cualidades, y en que cada persona podía regular la intensidad del sabor a su gusto, como una gaseosa bajo el concepto de hágalo usted mismo.
  Aunque su principal atributo era económico, como proclamaba uno de sus eslóganes: Con una sola botella, cuarenta vasos de Refres-Cola. Es decir, rendía casi diez litros por botella. “Y aparte era más saludable —añade don Saúl—, porque no contenía ácido fosfórico ni cafeína, que son las sustancias más cuestionadas de la Coca-Cola”. Pese a todo esto, no le fue sencillo imponer una bebida elaborada en el patio de su casa, con una cuba de madera de 200 litros, sin bomba ni filtro, y cuyas botellas eran llenadas, etiquetadas y encorchadas a mano, una por una, por el propio Saúl Patrich y sus hermanos.

   El primer almacén que exhibió la Refres-Cola estaba en las calles Canning y Warnes. El químico hacía el reparto a bordo del colectivo [autobús] 124 . “Cuando llegaba yo al comercio dejaba los cajones afuera, me asomaba y gritaba: ¡Un cajón de Refres-Cola! El dueño me pedía que lo bajara como si estuviera el transporte estacionado en la puerta. Entonces yo salía, esperaba un poco y volvía a entrar con el cajón”, recuerda risueño. Luego alquiló una camioneta con chofer una vez por semana. La Refres-Cola empezó a ganar clientes, y su dueño dolores de espalda, por cargar los doce kilos que pesaba cada caja. Ese moderado éxito le obligó a trasladar la “fábrica”: tras compartir una planta con otra empresa en Haedo (un barrio de Buenos Aires), tuvo su primera sede propia en un modesto galpón en calle Navarro, núm. 4547, equipado con una llenadora de seis picos, una encorchadora manual, una bomba y un filtrador. Las ventas crecieron bastante, pero después se estancaron. Sin embargo, a Patrich le aguardaba un inesperado golpe de suerte.

El enigmático señor Pollak.

   Una tarde de 1955, el técnico recibió la visita de un desconocido que se presentó como León Pollak, quien le ofreció comprar toda su producción para ser su representante exclusivo.
—¿Pero usted sabe cuál es nuestra producción? —le preguntó Patrich.
—No; pero eso es un detalle menor —contestó Pollak en tono despectivo. 

   El dueño rechazó la oferta. No obstante, días más tarde, recibió un llamado de Raúl Pereyra, director de la agencia de publicidad Naype: Pollak le había encargado una gigantesca campaña publicitaria para difundir la Refres-Cola y él había preparado afiches para vía pública y tenía reservados espacios en diarios, revistas y radios. Pero Pollak había desaparecido y la agencia quería saber cómo recuperar el dinero invertido. “Lo lamento —se excusó Patrich—. Yo tengo una pequeña fábrica y no puedo afrontar semejante gasto.” Entonces Pereyra le propuso un pacto de caballeros: él asumiría la inversión y si la campaña daba resultado, se cobraría los costos de las ganancias. En cambio, si fracasaba, el químico no tendría que pagar nada.


   El eslógan ideado por la agencia destacaba la principal virtud de la bebida, era efectivo y hasta admitía cierta belleza poética: “Haga cola con Refres-Cola... y verá que resulta más”. A las semanas, esa frase empapelaba las paredes de Buenos Aires, se leía en los laterales de los tranvías, en las páginas de los diarios y se escuchaba en forma de jingle (cuña) por las principales radios. La repercusión fue descomunal y la capacidad productiva de la modesta sede de la calle Navarro se vio rápidamente desbordada. “Recibimos tantos pedidos que los camioneros se llevaban las botellas sin etiquetar y pegaban las etiquetas en el camino”, rememora don Saúl.

Auge y caída.

   Dos años después de esa campaña, el 12 de octubre de 1957, quedó inaugurada la nueva fábrica de Refres-Cola: una planta modelo totalmente automatizada que ocupaba una manzana completa en Ciudadela; y con ella comenzó la edad dorada de la bebida, que se extendió desde fines de la década de 1950 hasta principios de la de 1970. De calle Rivadavia, núm. 12120 partían veinte camiones por día a las órdenes de las veintiocho distribuidoras que hacían llegar la Refres-Cola a todo el país. Los salones de fiestas encargaban damajuanas para preparar sus propias jarras de gaseosa y hasta hubo un pedido de Aerolíneas Argentinas, que en uno de sus vuelos convidó a sus pasajeros con la cola nacional. “Pero se ve que no prosperó porque no volvieron a pedirla”, dice Patrich.
   Durante la década de 1960, Refres-Cola fue un habitual patrocinador de programas de radio y televisión. Su repercusión fue tal que los memoriosos aún recuerdan el rumor que afirmaba que la bebida había sido un invento de Juan Perón para amargarle la vida a los capitales foráneos, versión que el técnico desmiente a carcajadas.


Publicidad directa.

   Para posicionar su producto y competir con Coca-Cola, Saúl Patrich tuvo que recurrir al ingenio; y a tal fin pidió ayuda al actor Max Berliner, con quien el técnico químico y su mujer tomaban clases de teatro en ídish en la escuela judía Scholem Aleijem.
De esa relación, una amistad que se mantiene hasta la actualidad, surgió la idea de montar una suerte de escena de teatro callejero en la que Berliner entraba a bares, restaurantes, cafés y almacenes a solicitar la primera cola nacional y detrás de él, separados por pocos minutos, ingresaba Patrich en su papel de vendedor.
—Por favor, una botella de Refres-Cola —pedía el actor.
—No, no tengo. Sólo me queda Coca-Cola —recibía siempre como respuesta.
—¿Cómo que no le queda? Yo quiero Refres-Cola —insistía el supuesto interesado.
   Berliner recuerda: “Empezamos en la esquina de calle Corrientes y Canning (hoy Scalabrini Ortiz), primero por una vereda [acera] hasta la calle Juan B. Justo, y regresamos por la otra hasta el mismo punto de partida”. Y agrega entre risas: “Como actor, Saúl era un poco duro, aunque evidentemente su parte no la hizo tan mal porque obtuvo un montón de pedidos”.
“El resultado final de esa gira fue dieciocho cajas vendidas, toda una marca. Era el efecto de la publicidad directa”, rememora Patrich.
   Los vaivenes de la industria a mediados de la década de 1970 y la lenta aunque inexorable decadencia del almacén y el sifón, sus dos principales aliados, signaron el declive de la Refres-Cola, cuya producción continuó hasta fines de la década de 1980, cuando los costos de distribución hicieron el negocio inviable. A principios de la década de 1990 don Saúl vendió la marca de la primera bebida cola argentina a una empresa multinacional, que sólo la utilizó para una efímera campaña publicitaria. Hoy, a casi sesenta años de su descubrimiento, Patrich se enorgullece: “Creé un producto nuevo y logré que entrara a todos los hogares. Esa es mi mayor satisfacción”, sostiene. Sin embargo, si bien no lo proclama, también es el responsable de un capítulo significativo en la memoria emotiva del país.
   Quizás en algún bar desmemoriado todavía sea posible pedir una Refres-Cola, echar una medida en el vaso, agregar agua carbónica y brindar por eso.
Fuente: periódico Página/12. Buenos Aires.
Fotografías. 1.ª: publicidad callejera de la bebida. 2.ª: don Saúl Patrick con un botella de su bebida.
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N. B.—Al publicar este artículo en esta bitácora, he efectuado sobre el original algunas pequeñas correcciones gramaticales y de puntuación. Asimismo, he hecho algunas aclaraciones a argentinismos; dichas aclaraciones aparecen entre corchetes y en un castellano puro, para que sean inteligibles a todos los lectores.—Sherlock.

domingo, 10 de octubre de 2010

Cristóbal Colón, Almirante del Mar Océano.

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1492 — 12 de octubre — 2010
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In memoriam del gran navegante en el quingentésimo décimooctavo aniversario del Descubrimiento de América
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Cristóbal Colón,
Almirante del Mar Océano
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(Basado en el libro «Admiral of the Ocean Sea»
del doctor Samuel Eliot Morison)
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Por George Kent
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Alto, bien parecido, de nariz corva, cabellos rojizos y ojos zarcos, fue Cristóbal Colón cardador de lana, cartógrafo, vendedor de libros, comprador de azúcar y marino. En su rostro largo, de pómulos prominentes, tachonado de pecas, se dibujaba una sonrisa benévola que no acusaba, empero, ningún sentido humorístico de la vida. Era buen conversador que solía pecar de jactancioso, y hombre decente con sus ribetes de pícaro. Su descubrimiento de América fue la más importante proeza de valor que registra la historia.
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. Muchas de las cosas que tenemos por evidentes sobre Cristóbal Colón son pura patraña, como la consabida leyenda de que era en su tiempo el único convencido de la redondez de la Tierra. ¡Si todo el mundo lo sabía! ¡Si se enseñaba en las escuelas y universidades! Hasta existían globos terráqueos, no muy distintos de los que hoy adornan las aulas de chicuelos, al alcance de cuaquier bolsillo medianamente provisto.
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. Por lo demás, y contra lo que generalmente indican los retratos del Descubridor, jamás se valió del astrolabio para determinar la posición del sol: navegaba a ojo de buen cubero y a la buena de Dios —por estima, que dicen las gentes de mar—; pero con pericia bastante para enrumbar invariablemente a puerto seguro.
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. Al hacerse a la vela hacia occidente, Colón corría sin duda un gran albur, pero no lo corría totalmente a obscuras. Los puertos europeos rebosaban de relatos de individuos que habían hecho ya ese viaje, en todo o en parte. De la reina de Saba se decía que, navegando al poniente más allá de España, había cruzado el océano hasta llegar al Japón; siete obispos portugueses, según rumores corrientes, huyendo de la persecución habían ido a refugiarse en una isla no distante de Cuba, a la que llamaron la Antilla; y, desde luego, Leif Éricsson a la cabeza de sus marinos escandinavos había llegado sano y salvo a la tierra norteamericana conocida hoy con el nombre de Nueva Inglaterra.
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. Existía asimismo una buena carta dibujada por el docto astrónomo italiano Toscanelli, considerada como obra sólida y digna de confianza, en la que aparecía el continente americano correctamente localizado. Por otra parte, en las playas de las islas Azores se habían encontrado cadáveres, llevados allí por el oleaje, de hombres que parecían orientales y que en realidad eran caribes. Troncos ahuecados a mano de árboles que no podían haber crecido en el África, se habían sacado también del mar, lo mismo que algunos belchos marinos que sólo se dan en las playas arenosas de América.
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. Todos estos indicios estaban diciendo que sí había tierras nuevas para el marino valiente que quisiera ir a apoderarse de ellas al otro lado del mar. Pero nadie , que se sepa —como no fueran los daneses y los portugueses— movió nunca un dedo para ir a conquistarlas; es decir, nadie hasta que Colón concibió su sueño.
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. Cristóbal Colón nació en Génova hacia 1451. Era el hijo mayor de un parsimonioso tejedor y tabernero. De sus actividades hasta los ventitrés años de edad apenas si se sabe que cardaba lana, manejaba un telar o se enganchaba de marino. Y siendo Génova una gran ciudad libre e importantísimo puerto marítimo, cuya rada permanecía atestada de navíos, es claro que a un joven despierto habían de sobrarle las oportunidades de aprender los oficios de la marinería y el arte del cartógrafo.
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. Existen noticias de varios cruceros de Colón, entre otros, el más afortunado, aquel que le arrojó a las playas de Portugal. Hacía entonces rumbo a Oriente, como marino a bordo de una nave que fue atacada y hundida por la flota portuguesa. Herido, Colón logró sin embargo saltar sobre la borda y ganar a nado la costa de Lagos, de donde más tarde pasó a Lisboa. Ocurría esto por el año de 1476. Buena plaza era entonces Lisboa para un soñador de aventuras marítimas, puesto que era el puerto adonde concurría todo marino de provecho, y donde obtenían apoyo los más descabellados proyectos de exploración. También se aprendían allí matemáticas y astronomía, arquitectura naval y enjarciadura; cuanto ha de saber el navegante. Cristóbal y su hermano Bartolomé abrieron taller de dibujo de mapas con buen suceso. Cristóbal contrajo matrimonio con una rica heredera que pretendía anclarle en tierra y convertirle en miembro respetable de la comunidad.
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. Pero Colón se aferraba a su idea —o mejor dicho, a su obsesión— de que navegando al Occidente era posible llegar al Oriente. Preocupábale este pensamiento sin dejarle punto de reposo. Esto era lo que le distinguía de los más de sus contemporáneos. Él sí estaba convencido y seguro y quería emprender el viaje. Pero por fuerza había de esperar largo tiempo antes que hubiese quien le facilitara los buques. Entretanto, hablaba de sus ideas a cuentos quisieran prestarle oídos.
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. El rey don Juan II de Portugal llegó a interesarse en los proyectos de Colón, y los sometió al estudio de una junta de sabios, que los rechazó. Pero el monarca no dejó a Colón de la mano hasta que el portugués Bartolomé Dias dobló el cabo de la Buena Esperanza, abriendo así el camino oriental hacia los fabulosos tesoros del Asia. Desde entonces don Juan se desentendió de la posible ruta occidental.
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. A la muerte de su esposa, Colón consumió la mejor parte de su hacienda en darle digna sepultura, cumplido lo cual pasó a España. Don Fernando y doña Isabel, empeñados a la sazón en costosa guerra contra los moros de Granada, escucharon apenas a medias los proyectos de Colón; pero la reina, prendada al punto del visionario, resolvió pensionarle —como por darle algo a buena cuenta de futuros servicios—, mientras la real justa de notables dictaminaba sobre los planes. La pensión, sin ser gran cosa, bastaba empero para satisfacer las primordiales necesidades de un hombre tan frugal y sobrio, pero le fue suspendida al cabo de uno o dos años. Los ocho siguientes se mantuvo con el magro producto de la venta de libros y el dibujo de mapas, mientras aguardaba la terminación de la guerra de España contra la morería. El cabellos rojizo se le plateó de canas; contrajo artritis; la capa rivalizaba con los zapatos en número de agujeros, al punto que ya no podía salir a la calle en días lluviosos. Pero seguía esperando y, mientras tanto, hablando, hablando eternamente de sus planes.
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. Por fin, en 1485, desilusionado de España, resolvió probar fortuna en Francia, y hacia allá se encaminaba cuando hizo posada en un convento cercano al puerto de Palos de la Frontera. El prior, impresionado con las exposiciones de su huésped, le consiguió audiencia con la reina.
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. Pese a que los letrados de la corte ya habían rechazado antes los proyectos del futuro Descubridor, doña Isabel escuchó a espacio a Colón y declaró que le gustaba el plan. Con todo, se le hacía un poco alto el precio que pedía por el descubrimiento, a saber: el título de Almirante del Mar Océano para él y sus descendientes a perpetuidad, y el nombramiento de virrey de cuantas tierras descubriese, amén de una décima parte de todos los tesoros que pudiera recoger. Como doña Isabel se resistiera a aceptar semejantes condiciones, el genovés le dió las gracias por haberle escuchado, montó su mula y tomó otra vez el camino de Francia. ¡No estaba él para regateos después de ocho años de espera!
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. Entretanto, Luis Santángel, guardador del tesoro privado, dijo a la reina algo a este tenor: «Si se necesita dinero para la empresa, yo lo proveeré de mi peculio. ¿Qué puede perder Vuestra Majestad? Considerad en cambio lo que podríais ganar: millares de conversos a nuestra Santa Fe, gloria para la Corona, y oro». La reina incontinenti despachó emisarios a buscar al viajero.
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. El primer viaje de Colón costó a doña Isabel seis mil pesos oro. No es cierto que empeñara para ello las joyas de la Corona, como se nos enseñó en la escuela. Esas alhajas estaban pignoradas desde hacía años para sufragar los gastos de la guerra morisca. Santángel pagó otros seis mil pesos y Colón, que tomó prestado de su puesta, unos dos mil. La soldadesca de la tripulación llegó como a tres mil, de suerte que el coste total del viaje más grande de la historia, el que dio a España dos continentes, montó alrededor de diecisiete mil pesos oro, suma que en términos de la monedad corriente en nuestros días apenas si bastaría para comprar una mala alquería o granja en cualquier país de América. Por contraste, los veinticuatro dólares que los holandeses pagaron a los indígenas por la isla de Manhattan parecen un exageración.
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. Las tres carabelas de Colón —la Pinta, la Niña y la Santa María— eran sólidos barquitos, muy marineros, que con bonanza hacían seis o siete nudos por término medio, podían moverse también a remos mediante largos canaletes cuando amainaba el viento. Cada patrono disponía de camarote, pero la tripulación dormía sobre cubierta. Una vez al día se encendía fuego en un hornillo de leña donde se cocía la comida, recargada de ajos, para los dos turnos de guardia. Se medía el tiempo por relojes de arena que los sirvientes se encargaban de voltear oportunamente.
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. Iban en las naves unos ochenta y siete hombres, entre ellos tres médicos, un paje de Colón, un intérprete y un contable enviado por la reina para hacer inventario de oro y las piedras preciosas que se embarcasen. Música no faltaba, como que los sirvientes solían entonar canciones populares cuando iban a voltear los relojes o servir la comida, y por la noche toda la tripulación cantaba algún himno, por lo común el «Salve, Reina de los Cielos». Contra lo que se ha dicho tanto, estos hombres no habían salido de las cárceles de España, si bien es cierto que uno de ellos tenía sobre la conciencia un asesinato. Pero la leva se había hecho entre buenas gentes del pueblo: mozos que habían aprendido el arte de marear embarcándose cuando quiera que se les ofrecía la ocasión.
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. La pericia de Colón como navegante ha despertado la admiración de todos sus sucesores. Cometió algunos errores, debido más que todo a la falta de instrumentos adecuados. Los portugueses, al pretender llegar a América, habían navegado demasiado al norte, donde los atrapaban los bravíos temporales que soplan del poniente; en tanto que Colón puso proa bien al sur y aprovechó los vientos del este que habían de llevarle a salvo al otro lado del océano. Gastó exactamente treinta y tres días en la travesía. Al encontrar las aguas cubiertas de algas del Mar de los Sargazos, los colegas que mandaban los otros dos navíos le imploraron variar de rumbo a fin de buscar islas; pero Colón, sordo a sus ruegos, mantuvo fijo el derrotero al poniente. A la verdad, en una ocasión viró un poco al sudoeste, aunque sólo por seguir la dirección de una bandada de aves, de las cuales acertadamente barruntó él que debía de dirigirse a tierra. De no haber cambiado de rumbo, se habría enredado entre los cayos de la Florida.
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. Cuando comenzó a amotinarse la tripulación, que jamás había pasado tanto tiempo sin ver tierra, reunió a toda la gente el 10 de octubre y prometió: «Si en dos días no viéremos tierra, volveré atrás».
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. El 12 de octubre la flotilla llegaba por primera vez a tierra en la isla de Guanahaní, en el grupo de las Bahamas, que Colón bautizó con el nombre de «San Salvador». Allí se hincó de rodillas para dar gracias a Dios, y con mucho boato tomó posesión en nombre de los Reyes Católicos, don Fernando y doña Isabel. Los indígenas, desnudos, sencillos, amistosos, observaron atentamente la ceremonia.
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. «Tan ingenuos son y libres de lo que poseen escribía Colón— que no lo creyese quien no lo haya presenciado; de cuanto tienen invitan a participar y muestran tanto amor como si con ellos diesen el corazón, y se contentan con cualquier bagatela que se les dé». Éstas gentes han sido identificadas como taínes, raza ya de largo tiempo desaparecida. Colón decía a Su Majestad que serían buenos esclavos, dadas su suavidad e inteligencia.
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. De los dos primeros días en tierra escribe el doctor Morison en su biografía de Colón:
«Así concluyeron cuarenta y ocho horas de la más maravillosa experiencia que haya tenido jamás marino alguno. Otros descubrimientos han sido más espectaculares que este islote arenoso y plano, pero fue ahí donde el océano por vez primera soltó las cadenas de las cosas, según la profecía de Séneca, y entregó el secreto que había desconcertado a los europeos desde que comenzaron a inquirir qué habría bajo el cerco occidental del horizonte. San Salvador surgen del mar tras un viaje de treinta y tres días para romper en seco con toda experiencia anterior. Todo árbol, toda forma de vegetación que veían los españoles les era extraña; y los naturales, no sólo extraños sino también inesperados. Se expresaban en lengua desconocida y no se asemejaban a ninguna raza de que hubiera leído el más erudito explorador en los relatos de viajeros desde Herodoto hasta Marco Polo. Nunca, tal vez, volverán los mortales a captar el asombro, la maravilla de aquellos días de octubre de 1492 en que el Nuevo Mundo graciosamente cedió su virginidad a los conquistadores castellanos».
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. De San Salvador Colón navegó al sur y descubrió otras islas, entre ellas Cuba, donde los hombres fumaban cigarros colocando una punta en las narices e inhalando con fuerza. Por fin desembarcó en la Española —isla en que hoy están situadas Haití y la República Dominicana— y allí ya no le fue posible contener a la tripulación, que se dedicó a raptar a las mujeres y robarles sus alhajas. Fue ahí también donde encalló la Santa María tan gravemente que no fue posible ponerla de nuevo a flote, de modo que Colón resolvió dejar una colonia de cuarenta hombres en un sitio que llamó la Isabela, en la costa septentrional de la isla. No volvió a verles jamás, y se presume que todos los cuarenta fueron asesinados por los indios. Colón se dirigió al norte, aprovechó los vientos de occidente y por fin regresó a España.
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. El relato del Descubrimiento sobre su aventura causó sensación. Su desfile por las calles de las ciudades españolas, exhibiendo el oro, los guacamayos y los indios secuestrados en el Nuevo Mundo, fue el momento culminante de su carrera. Pero se le colmó la copa cuando, habiéndose arrodillado frente a los reyes Fernando e Isabel, éstos le hicieron levantar y le invitaron a sentarse a su lado. Todo cuanto se habían comprometido a darle se lo dieron, e insistieron en que se preparara a emprender un nuevo viaje; esta vez con clérigos, soldados y artesanos, para consolidar y ampliar sus descubrimientos.
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. La prueba del huevo de Colón, de que tanto se ha hablado, tuvo lugar durante un banquete con que le obsequió el gran cardenal de España. Uno de los concurrentes, ya ebrio, declaró que si Colón no hubiera hecho el descubrimiento, lo habría realizado cualquiera otro, sin duda un español. Por toda respuesta, el aludido tomó un huevo y propuso a los circunstantes que lo colocaran de punta sobre la mesa. Como ninguno pudiera hacerlo, Colón quebró ligeramente la cáscara por uno de sus extremos y el huevo se mantuvo entonces de punta sin caerse. Así les hizo comprender que sería cosa fácil para cualquiera repetir la proeza, una vez que él había demostrado cómo podía realizarse.
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. En cierto modo, el segundo viaje de Colón fue su perdición, puesto que reveló el magno error de haber dejado la colonia en la Isabela y sirvió para dejar igualmente en claro que el grande hombre no era capaz de dominar la rebeldía de sus subalternos, a quienes trataba alternativamente con excesiva suavidad o con demasiada violencia.
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. Cuando emprendió el tercer viaje le acompañó un juez que injustamente lo declaró culpable de varios delitos. Regresó a España cargado de cadenas, pero la reina, indignada al saberlo, lo puso rápidamente en libertad. Sin embargo, cuando Colón exigió la décima parte del tesoro, que era su participación convenida desde antes del primer viaje, sus católicas majestades se mostraron reacias. Los dominios de España en las Indias occidentales producían cada vez mayores riquezas, y darle lo pactado equivalía a hacerle fabulosamente rico. Así pues, fueron dando largas al asunto, hasta que en 1502 le entregaron cuatro navíos para su cuarto y último viaje.
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. Esta vez navegó por las costas de América Central, pero su obsesión por hallar un paso por donde pudiera salir de nuevo a mar abierto le hizo pasar por alto dos cosas que le habrían granjeado el aprecio de la corte: las pesqueras de perlas cerca de la costa de Honduras, y una de las minas de oro más ricas del mundo. Es más: la tripulación se amotinó y estuvo a punto de matarle. Reducido al lecho por la artritis, con los barcos horadados de carcoma, tuvo que esperar la llegada de una partida de salvamento.
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. Entretanto, su buena amiga la reina Isabel había muerto, y don Fernando, que no le tenía en sus entretelas, se hacía el sordo a las reiteradas peticiones de fondos con que pagar a la tripulación. En fin, agobiado por la artritis, logró permiso para viajar a mula y presentarse ante el soberano. Don Fernando propuso al almirante del Mar Océano cambiarle su título y otros gajes por un ducado lucrativo. Colón no aceptó: ¡o todo, o nada! Y se quedó sin nada.
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. Si Colón hubiera estado quieto después del primer viaje, habría llegado a una vejez tranquila, lleno de honores, riquezas y títulos hereditarios. Pero no era él hombre para pasársela mano sobre mano. Creía haber llegado a las Indias Orientales y hasta el final de sus días estuvo convencido de que el palacio del gran Kan debía de estar en algún lugar de lo que es hoy Costa Rica. Ni fatigaba su pecho tan sólo la ambición de riquezas, sino la de hallar un pasaje que había de conducirle a las tierras de que habla Marco Polo: comarcas regidas por sultanes y bendecidas con todas las delicias y comodidades de la civilización.
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. He aquí, en pocas palabras, la historia del hombre que agregó a los dominios de España, directa e indirectamente, más tierras que las que jamás soñaron sus monarcas, y cuyo descubrimiento volvió hacia el occidente las miradas de Europa e insufló el aire puro del nuevo mundo en los pulmones del antiguo.
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. Murió Colón a los sesenta y cinco años años de edad; pobre, sin quien lo lamentase. Pero, como escribía en 1881 W. L. Alden en su biografía del almirante, «su grandeza no puede ponerse en tela de juicio. El fulgor de sus entusiasmo aviva el nuestro, aun separados como estamos de una distancia de cuatrocientos años, y su figura heroica se agiganta a través de los siglos sucesivos».
Selecciones del Reader´s Digest, tomo XIV, núm. 84.

viernes, 1 de octubre de 2010

La felicidad y la riqueza: su origen.

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Felicidad y riqueza: ¿cuál es su origen?
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por Kauthilya y Thomas Cleary
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Kauthilya fue un filósofo de la India que fue en Occidente comparado con Aristóteles. El Dr. Thomas Cleary nos ilustra y comenta lo que este sabio de hace más de dos mil años nos dice sobre la felicidad y la riqueza.
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La raíz de la felicidad es la justicia;
la raíz de la justicia es la riqueza.
La raíz de la riqueza es la soberanía;
la raíz de la soberanía es el dominio de las facultades.
—Kauthilya.
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La raíz de la felicidad es la justicia, porque mal podemos ser felices si nos encontramos constantemente en situaciones de conflicto, si estamos constantemente en guardia, constantemente preocupados, constantemente urdiendo planes.
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Si somos tan desconsiderados y tan egoístas que ofendemos a los demás habitualmente, e incluso transgredimos sus derechos, las mismas fricciones y antagonismos que son consecuencia de la conducta injusta hacen imposible que podamos vivir una vida feliz.
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Además, tampoco es posible vivir una vida feliz si no existe un sentido del orden y de la justicia en el que puedan basar sus tratos mutuos los individuos y las comunidades, debido a la misma inseguridad y a las sospechas que suscitará tal situación de falta de confianza.
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La raíz de la justicia es la riqueza, porque, en condiciones de carestía y de necesidad abrumadoras, el instinto se impone a la inteligencia. Mencio, sabio chino que vivió hacia la misma época del filósofo indio Kauthilya, observó que en su época el fuego y el agua abundaban tanto que la gente los daba de balde; «si las judías y el trigo abundasen tanto, nadie dejaría de ser generoso», reflexionaba el sabio.
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Existe también otro motivo por el que la justicia está arraigada en la riqueza. «La pobreza hace enmudecer al hombre inteligente —dice el sabio sufí Hadrat Alí—, impidiéndole presentar sus alegaciones, y el pobre es forastero en su propio pueblo». Las personas que carecen de éxito tal como se entiende éste en las sociedades a las que pertenecen, no son respetadas, y les resulta difícil que el sistema social las trate con justicia. Al ser incapaces de protegerse a sí mismas, son incapaces por ello de proteger a los demás. En este sentido, a toda persona que asume una responsabilidad social, sobretodo si es responsable de otros, le resulta imprescindible alcanzar un grado razonable de prosperidad.
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No obstante, vemos todos los días que se necesita algo más que la riqueza material para gozar de seguridad y ejercer la justicia. Existen, sin duda, personas ricas que no por ello dejan de estar insatisfechas y de ser ambiciosas y expoliadoras. Por ello, en el sistema social tradicional ario, la educación moral se imparte antes del compromiso profesional.
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El sabio sufí Hadrat Alí dijo: «No hay riqueza como la inteligencia, y no hay pobreza como la ignorancia». El inteligente que no tiene riqueza material puede alcanzar lo material necesario aplicando dicha inteligencia, mientras que es fácil que el rico que no tiene inteligencia pierda las ventajas de que ya dispone por no aplicar la inteligencia a sus valoraciones y a sus prácticas.
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Así pues, la raíz de la riqueza no es la propia riqueza, sino aquello por lo que la riqueza se puede alcanzar honradamente y aplicar con justicia. El sabio dice, pues, que la raíz de la riqueza es la soberanía. Esto significa algo más que una esfera de influencia; significa la capacidad de aplicarse y de utilizar los recursos de manera autónoma, según los dictados de la inteligencia, de la manera más adecuada para la búsqueda del bienestar, de la justicia y de la felicidad.
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La soberanía comienza por el yo, por el dominio del yo, y esta soberanía se extiende al entorno social y material en proporción con el desarrollo interior de las facultades humanas. Por eso dice el sabio que la raíz de la soberanía es el control de las facultades. Esto tiene un significado doble: el autocontrol y la autoaplicación.
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El dominio de las facultades en forma de autocontrol es la raíz de la soberanía en el sentido de que permite al individuo trabajar en el mundo con un corazón optimista que no se desvía por atracciones o distracciones temporales. Los antiguos estrategas chinos hablaban de utilizar el deseo y la ira para manipular a los adversarios; los que han dominado sus propias facultades son unos ganadores en tal medida, en el sentido de que tales prácticas no pueden arruinarlos.
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El dominio de las facultades en forma de autoaplicación se encuentra también en la raíz de la soberanía, en el sentido de que el potencial interior es inútil si no se moviliza. Esta movilización del potencial interior debe corresponderse además, de algún modo, con un potencial exterior existente. Por otra parte, la capacidad de percibir, de aprehender y de emplear con eficacia esta correspondencia entre la posibilidad y la oportunidad forma parte integral del autodominio o dominio de las facultades.
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Del dominio de los sentidos, la soberanía; de la soberanía, la riqueza; de la riqueza, la justicia; y de la justicia, la felicidad. Éste es, en suma, el esbozo de todo el arte y ciencia de la riqueza.
Kauthilya y Thomas Cleary: «El arte de la riqueza». Traducción al español de Alejandro Pareja Rodríguez.