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lunes, 12 de julio de 2010

Defectos de maridos y mujeres.

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Según una encuesta entre casados llevada a cabo recientemente, en esto consisten las
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Faltas de maridos y mujeres
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(Condensado de «Redbook»).
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por William A. Lydgate
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Las faltas y los defectos de esposos y esposas fueron el tema de una de las encuentas de Gallup que se llevó a cabo recientemente en los Estados Unidos. A las mujeres se les pidió que mencionaran las principales faltas de sus esposos, y a éstos que dijeran lo que había de malo en sus mujeres. El objeto era mostrar así a las jóvenes parejas cuáles son los escollos que deben evitar si quieren ver realizado su sueño de ser «siempre felices».
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Las diez faltas de las mujeres.
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1.ª La manía de regañar. Esto suscita la cuestión de si son las mujeres con sus constantes regaños las que empujan a los esposos a la bebida, porque la bebida fue la falta número uno de los hombres mencionada por sus consortes. Un filósofo obscuro dijo una vez que el camino del éxito está lleno de mujeres que van empujando a sus maridos; pero ninguno entre los millares que fueron interrogados en este caso, atribuyó parte alguna de su buen éxito al hecho de que su mujer le estuviera riñendo y sermoneando a todas horas.
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2.ª La extravagancia en el gastar. «Consumen todo lo que uno tiene, tratando de competir con las Fulanitas». «No se dan cuenta de lo mucho que un hombre se golpea tratando de salir adelante, y no sólo le ponen obstáculos sino que se gastan hasta el último céntimo que él gana».
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3.ª No cuidan debidamente del hogar. «Mi mujer no mantiene la casa limpia». «Las esposas de ahora se niegan a prepararle el desayuno a su marido». «Salen del trabajo de la casa con un escobazo y una promesa, y se van a callejear».
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4.ª Demasiado baile y demasiada bebida. «Frecuentan las cantinas y descuidan a sus hijos». «Mi esposa quiere arrastrarme a los dancings prácticamente todas las noches».
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5.ª Afán de chismografía. «Usan la lengua sin descanso». «Charlas a torrentes por teléfono». «Las cosas que cuentan de sus amigas le erizan a uno el cabello». «Mi mujer tiene cierta habilidad natural para torcer e interpretar malévolamente lo que una persona dice». «Las mujeres debían escribir cuentos y novelas mejor que los hombres, porque pasan todo el día tejiendo enredos y fabricando invenciones».
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6.ª Exceso de egoísmo. «'¡Para mí... para mí... para mí!', es su cantinela de siempre». «Mi mujer emplea demasiado tiempo en vestirse, y no hay cita a la que no llegue retrasada». «Ella nunca se preocupa por mi comodidad... No le importa sino la suya».
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7.ª Demasiadas actividades fuera de casa. «Clubes de costura, clubes literarios, clubes de bridge, clubes de té... las mujeres actuales sufren de clubomanía». «Está tan ocupadas haciendo el bien fuera de casa, que no tienen tiempo de ocuparse de su marido».
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8.ª Demasiado mandonas. «Mi mujer manda en la casa, me manda a mí, dice a los vecinos cómo han de portarse, y ahora —Dios nos ampare— están tratando de gobernar el país... porque pasa el día entero diciéndome lo que le presidente debería hacer». «Las mujeres tratan de manejar los asuntos de sus maridos además de los propios... y en ambos casos son una pifia».
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9.ª Descuido y desaliño de su persona. Este punto provocó una tempestad de comentarios agudos por parte de los varones: «Las mujeres, una vez que pescan marido, se dejan engordar y se vuelven desaliñadas». «Mi esposa ya no trata de ser atractiva».
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10.ª La décima falta de las mujeres: «Se interesan damasiado en otros hombres».
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Ahí tienen ustedes las más comunes críticas masculinas respecto a las mujeres. Sin embargo, la época de la caballerosidad no ha muerto aún del todo. De cada cien hombres interrogados, ocho dijeron que no tenían faltas que reprocharle a su mujer. Un marido dijo: «Si todas las esposas fuesen como la mía, las declararía perfectas». Otro contestó: «Mi mujer trabaja muy duro; esa es su única falta. Dios la bendiga».
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Las diez faltas de los maridos.
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1.ª La bebida excedió a todas las otras faltas masculinas mencionadas en este caso. Y lo más interesante es que en una encuenta similar llevada a cabo hace diez años, sólo unas pocas mujeres se quejaron de tal falta.
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2.ª Carencia de solicitud y consideración. «A medida que van envejeciendo, se vuelven menos galantes con sus esposas, y ya no son tan serviciales como antes eran». «Van descuidándose en el vestir». «Parece que nunca piensan en el trabajo que imponen a su mujer cuando se limpian los zapatos o las manos sucias con las toallas, entran a la casa con los zapatos embarrados, dejan el periódico tirado en el suelo y no recogen su ropa». «Lo malo de los maridos es que son descuidados con las cosas pequeñas».
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3.ª Egoísmo. «Cuando están buenos y sanos quieren ser reyes; cuando están enfermos, quieren que los consientan como a niños chiquitos». «Mi marido llega tarde a comer, pero si yo me retraso alguna vez, se pone energúmeno». «Hace siempre lo que quiere... nunca se preocupa por ninguno de nosotros».
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4.ª Demasiado dominantes. «Siempre quieren ser amos; fuera de ellos, nadie sabe nada». «Esto de estar echándola a todas horas de hombre macho y de gran amo, es algo que fastidia e irrita».
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5.ª El descarrío amoroso de los maridos ha sido tema de novelas y dramas desde hace siglos, pero esta falta no figura como la primera entre las mencionadas por las esposas. Ocupa el quinto lugar bajo la clasificación de otras mujeres.
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6.ª Tacañería. Las esposas dicen: «Los maridos no tienen ni idea de lo que cuesta manejar una casa en estos días». «Los hombres gastan el dinero sin reparo en ellos mismos, pero arman el gran alboroto cada vez que su mujer les pide un céntimo».
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7.ª Falta de interés en el hogar. Las mujeres opinan que manejar la casa no es asunto que sólo a ellas correcponde. Quieren que el hombre tome su parte en esa tarea. «Los hombres dejan la crianza de los hijos a la mujer». «Mi marido se niega a arreglar las cosas de la casa y a ayudarme hasta en cosas tan sencillas como contestar una carta».
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8.ª Tan pronto como el ponen un anillo en el dedo, usted ya se acabó para ellos». «Viven tan enfrascados en sus negocios, que escasamente se dan cuenta de que tienen esposa». «A una mujer no le importa el penoso trabajo de la casa si su marido la sorprende de cuando en cuando con un obsequio que exprese cariño, y si la corteja, la galantea y la saca divertirse de tiempo en tiempo». «Dejan de ser galantes con sus mujeres demasiado pronto».
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9.ª No sólo dejan de ser galantes con sus mujeres demasiado pronto, sino que se quejan con exceso.
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10.ª La última falta que encuentran sus mujeres en sus maridos es que fuman y juegan. «Pipas sucias y mal olientes por toda la casa». «Mi marido está siempre echando las cenizas del cigarrillo en la alfombra». «Mi marido pierde todo su dinero jugando al póker».
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Bueno, señores, ahí tienen lo que sus mujercitas dicen de ustedes cuando cuando una persona extraña e imparcial las interroga al respecto. ¿Hay alguna para la cual su marido sea perfecto? Sí, una pocas. Cuatro de cada cien esposas interrogadas, declararon que sus maridos no tenían falta de ninguna clase.
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Un hecho puesto de presente por la encuesta es que los hombres campesinos parecen ser los que más contentos están con sus esposas. Ni uno solo de ellos figuró entre los que se quejan de su mujer por descuido del hogar. Y al ordenar las respuestas de los campesinos según el número que hubiese de cada opinión, se vio que correspondía el tercer lugar a las de aquellos que consideraban perfectas a sus esposas. Indudablemente debe de haber algo en la vida del campo que contribuye a la felicidad del matrimonio.
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.Almas gemelas
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Reginald Birch cuenta esta reminiscencia de su niñez:
«Cuando yo tenía cinco años, mis padres se fueron a vivir a la India, y a mí me mandaron a casa de mi abuelo, en las Islas Británicas. Era él un oficial de marina retirado, tenía ochenta y cuatro años cumplidos, y gustaba muchísimo de las buenas maneras y la etiqueta. Cuando llegué, me recibió como un caballero a otro, y sobre esa base de cortesía y respeto creció rápidamente nuestro mutio afecto.
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«No sólo se me permitía cenar con la familia, sino que, por orden de mi abuelo, bajaba al comedor vestido de etiqueta y recibía el mismo cortés tratamiento otorgado a los demás. Este honor me llenaba de emoción y orgullo. Todas las noches tenía lugar la misma ceremonia. Terminada la cena, las damas dejaban la mesa. Los caballeros, el uno de ochenta y cuatro años y el otro de cinco, deban entonces principio a la velada, en la que el abuelo iniciaba la conversación, hablando de política unas veces, y de filosofía otras. No bien había dicho las primeras palabras, estiraba el brazo para alcanzar la botella de vino de Oporto. Con mucho cuidado vertía dos cucharaditas de vino en una de las copas pequeñas usadas para pousse-café, y llenaba una copa de las grandes hasta los bordes. Ponía luego la copa pequeña frente al más joven, empujándola a través de la mesa, y ambos caballeros se levantaban.
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«Inclinándose el uno hacia el otro, alargaban el brazo hasta chocar las copas, y el caballero de ochenta y cuatro decía al caballero de cinco, inclinándose reverente:
«—Reggie, hijo mío... ¡Por Su Majestad!»
Joseph Cummings Chase en My Friends Look Good to Me (God, Mead).
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Robert Bridges, director de la revista Scribner's, contaba esta anécdota:
El nieto del venerable historiador y filósofo norteamericano, John Fiske, fue enviado un día al cuarto de éste para que le echase una buena reprimenda:
—¿Qué hiciste? —preguntó Fiske al pequeño delincuente.
—Le dije a mi tía que era una necia, y a mi prima que era una maldita necia.
—Bueno, hijo mío, es más o menos la misma distinción que yo haría.
«Selecciones» del Reader’s Digest, tomo XII, núm. 70.

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